Se entiende que René Francisco interpreta de muchas maneras, como si su accionar le permitiese cubrir de un golpe varias acepciones de verbo tan expansivo. Por una parte, no hay dudas de que él concibe y expresa la realidad “de un modo personal” (de ello dan fe centenares de obras pintadas, dibujadas, instaladas, ensambladas, grabadas en matrices gráficas y en cintas de video). René también explica (“explicar”, digamos, a la manera sugestiva en que su arte nos ilumina sobre Malévich, el Suprematismo, la chatarra, los tubos de aluminio, las banderitas de papel y los maniquíes de madera, entre otros hechos, objetos y personajes compendiados en su catálogo extenso y variopinto) el sentido de “acciones, dichos o sucesos”. Y junto a todo lo anterior –continúo revisando las acepciones del verbo “interpretar”– René Francisco traduce “de una lengua a otra”. Este último significado, el de intérprete como traductor, implica fluidez en lenguas distintas y capacidad para ubicarse como intermediario entre grupos o individuos a quienes se les haría muy difícil comunicarse con efectividad, de no contar con esa figura intermedia.

El intérprete es alguien que puede moverse con soltura entre lenguajes diferentes; para lograrlo deberá negociar las distancias (que son a veces desconfianzas) entre los campos culturales que tales lenguajes cubren, describen, definen. ¿Cuáles son esos campos, en este caso? ¿Y cuáles las diversas lenguas habladas en cada zona? De un lado se encuentra el “territorio del arte” en la sociedad, lo que algunos han definido como el “ambiente social del arte” con su tejido único de normas y convenciones y sus códigos autorreferenciales de comunicación. Del otro lado, simplemente, queda el área vasta e irregular de la sociedad en general, todo cuanto existe más allá del ambiente regulado y dominado por el arte.

El intérprete es alguien que puede moverse con soltura entre lenguajes diferentes

La habilidad multilingüe del artista-intérprete, adaptado a moverse con soltura entre lenguas diversas, evoca la “fluidez cultural” que debía caracterizar a un tipo de creador definido en los años setenta por Joseph Kosuth. En su ensayo “El artista como antropólogo” (1975) Kosuth habló de un modelo de artista que opera

dentro del mismo contexto socio-cultural desde el cual él ha evolucionado. Él está totalmente inmerso, y ejerce un efecto social. Sus actividades encarnan la cultura [...] Para el artista, alcanzar la fluidez cultural es un proceso dialéctico que, dicho de una manera simple, consiste en intentar influir sobre la cultura mientras simultáneamente aprende de ella y busca ser aceptado por esa misma cultura que lo influye a él. El éxito del artista se mide en términos de su praxis.

Durante varios años, mientras explora las posibilidades mediadoras reservadas para el intérprete –una visión incorporada a su concepto de la pedagogía e inseparable, por demás, de su notable aporte a la enseñanza del arte–, René Francisco ha ido ejerciendo las funciones del artista-antropólogo, del creador sumergido en una corriente cultural que le arrastra y que él, pese a todo, alcanza por momentos a guiar con su práctica. De estas experiencias han resultado proyectos concentrados en aspectos polémicos, a veces ríspidos de la sociedad cubana de las últimas décadas. El artista relee la historia y recorre el paisaje urbano para desempolvar tramas olvidadas o poco atendidas donde confluyen personajes vulnerables, edificios carcomidos y barrios venidos a menos. En el trabajo acumulado durante jornadas de recorrer y de convivir en algunas de las zonas más golpeadas de La Habana, mientras registra escenas de pobreza material y episodios de desgarramientos espirituales que él con su arte intenta paliar, René alcanza una fluidez cultural y lingüística que se extiende a su obra para colocarla en un territorio social único, tan singular como inestable.

El artista relee la historia y recorre el paisaje urbano para desempolvar tramas olvidadas

Vancouver, febrero de 2009