VISIBLE E INVISIBLE, CLARO EN EL BOSQUE
Mientras avanzo en la lectura de Visible e invisible, imagino la prodigiosa mano de Pedro de Oraá –mano de pintor y de escritor, sin que la balanza pueda inclinarse a un lado solamente–, asistido por un pensamiento de hondo y abundante poder reflexivo. Se trata de un texto revelador, lleno de observaciones incisivas que alumbran el ancho horizonte de las artes plásticas cubanas; un compendio de ideas avaladas por su condición varia de creador, testigo y protagonista imprescindible. Por tanto, multiplicadamente valioso.
La recopilación de ensayos, artículos y notas breves que conforman este volumen aventuran una especie de excursión, con requeridas paradas necesarias en acontecimientos, épocas y artistas, cuya trascendencia ha reclamado en su momento el inevitable comentario de Pedro de Oraá.
Este libro tiene la utilidad del puente que posibilita la comunicación no sólo entre las personas muy vinculadas al mundo del arte; su inflexión alcanza esos límites pero los rebasa para servir a un lector más amplio, interesado en la urdimbre de las artes plásticas y, a la vez, necesitado de asistencia en su comprensión.
Libro semejante a una embarcación fabricada para acometer un bosquejo alrededor de algunas zonas de la tierra del arte cubano, que comienza en el génesis mismo de las cosas con unos rápidos apuntes sobre los precursores como José Nicolás de la Escalera, el primer pintor cubano, autor de los murales de la iglesia de Santa María del Rosario. Y continúa luego con los primeros grabadores: Vermay, Mialhe, Laplante, extranjeros cuya visión –diríamos limitada–, les impidió captar la realeza de nuestro ámbito.
Así pasa Pedro de Oraá también por Landaluze, el cínico; la fundación de la gran escuela San Alejandro, en l818, y por Chartrand, uno de esos pintores que no pudo aprehender en su totalidad los misterios del paisaje del país, a pesar de sus sublimes aproximaciones al entorno cubano. En movimiento, a un ritmo con sus pausas, el arte y la pintura en particular, adquieren independencia en este libro, e irán ganando esos espacios donde el nervioso pincel deja atrás a la academia, sus cánones y su ortodoxia.
El autor se detiene en el año 1927, para comentar la oleada moderna que irrumpe con los nombres de Arístides Fernández y Víctor Manuel, entre otros. Y después llegará Eduardo Abela y su Estudio Libre de Pintura y Escultura, Mariano y Portocarrero. De modo que Pedro de Oraá, sin pretenderlo, es capaz de trazar sintéticamente un amplio panorama de la historia de la plástica en Cuba.
Entre las páginas sobresalientes del libro quisiera destacar, de la primera y última sección, algunos textos de perfil ensayístico como “Entrada a la pintura cubana”, “Las afinidades de Orígenes”, “Trayecto de los Once”, “Una experiencia plástica: los Diez pintores concretos”, y “Noticias comentadas de la Galería Color-Luz”, de gran valor testimonial.
Pedro analiza en ese texto la importancia y las funciones de las galerías de arte, a las que considera instituciones “filantrópicas y creativas”. Y, en particular, Color-Luz, creada en La Habana en 1957 para la promoción y venta del arte cubano de vanguardia, e inaugurada por el poeta José Lezama Lima quien, cuenta Pedro, la categorizó en su discurso como “empalizada del bambú aporético de las imágenes”.
En la sección segunda, la de los escritos más breves y de perenne ojo crítico en relación con la más cercana contemporaneidad, sobresale por su naturaleza inconfundible el poema “El onomante” con el cual inicia el texto “Aisar y la comedia humana”: volvamos al festín/ nada aciago nada definitivo/ la isla navega y se despeja el tiempo. Un artículo que rompe el cuerpo tradicional de la crítica para elegir otro lenguaje como discurso, porque la mirada de Pedro tiene el don de captar –y poder descubrir y describir– el reflejo poético de la obra plástica.
Visible e invisible es un libro que los lectores agradecemos. Las puertas que franquea, desde diversos presupuestos, se han quedado abiertas, con todo listo para que la palabra siga hallando nuevos y más claros en el bosque.
Luis Lorente (Cuba) Escritor mariaga@enet.cu