- José María Vitier. Cuarenta años de la música a la poesía.
Cómo no asumir el lirismo de la expresión popular, cuando esta entrevista estrena el 2017 frente a una decena de personas que han venido hasta una playa habanera para entregar sus ofrendas a Yemayá —diosa de las aguas, cuya veneración aporta salud, paz y bienestar; deidad acompañante de Ogún, la que gobierna, según la Letra del Año de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba—. Todo un ritual de reverencias, mantos blancos sobre las cabezas de hombres y mujeres avanzando mar adentro. «Está la santería en su punto», dice Vitier y sonríe dulcemente. Se acomoda en un sillón y enciende un «purito», mientras me hace notar la presencia fugaz de una paloma, acomodada en el cable de luz donde se difumina el aroma del tabaco cubano.
Una pregunta se cae de la mata.
¿Por qué su música necesita establecer un diálogo entre lo clásico y lo popular?
Eso tiene que ver con el entorno con que respiré desde muy niño, en el cual la cultura popular y lo culto se desenvolvían en el mismo rango, la misma jerarquía. Porque lo popular tiene su «alta cultura» y ese diálogo está en la historia de nuestro país, en la formación de nuestra identidad y del espíritu nacional. Y estaba en mi ambiente familiar de una manera muy natural.
Recuerdo desde muy niño escuchar a mi abuela materna, que era una excelente pianista, y a mi padre, que tocaba rebién el violín. Había estudiado y hecho una carrera completa como violinista, y todavía cuando yo era niño lo tocaba muy frecuentemente. Recuerdo que interpretaban específicamente dos sonatas de Ludwig Van Beethoven, para piano y violín. Esas veladas se producían sobre todo los domingos, en casa de mis primos, en Arroyo Naranjo, en las afueras de La Habana. Inmediatamente después, mi abuela se ponía a tocar la música popular cubana. Podía ser lo mismo una versión para piano de una canción de la trova, que un mambo. Ella tocaba con mucho ímpetu «Óyeme, Cachita».
Del boricua Rafael Hernández.
Ella tocaba mucha música puertorriqueña. También la «Danza para piano», de Manuel Camp, fabulosa. Tocaba a Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona. Luego sonaban los discos de Bola de Nieve, Gardel, Juan Sebastián Bah o Edit Piaf. Había un ambiente de valoración muy amplio, democrático. Muy exigente en cuanto a la calidad, pero nada elitista. Ver desde tan pequeño que en el mundo —específicamente en la música— lo culto y lo popular estaban tan enraizado y tan entrelazado, hizo que me sintiera cómodo cuando empecé a componer, tratando de continuar esa relación.
Es un proceso que ocurría en mi interior como futuro creador, pero que estaba ocurriendo también a mi alrededor. Me sentía y me siento parte de esa especie de oleada de toda esa generación a la cual pertenecí y me acompañó. Ese espíritu estaba en el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, en los mejores exponentes de la Nueva Trova, en los grandes autores de la música popular. Es que toda la cultura cubana ha sido fusionada musicalmente siempre. No me siento «un caso» en ese ambiente. Las personas que me rodeaban pensaban igual.
Recuerdo que una vez dije, cuando me entrevistaron para entrar en el Instituto Superior de Arte, que yo quería ser tan culto como Sindo Garay y tan popular como Ignacio Cervantes.
¿En algún momento ha sentido el miedo de perder la maravilla de la
inspiración?
Una de las cosas que ocurre en la vida del artista es cuando uno comprende sus límites. Se miden con dos varas. Una la exterior, que es el tiempo de la vida, que no lo puedes conocer, y otra interior, que no tiene que ser tan bueno como tú te lo imaginas. Uno debe conocer sus limitaciones y sacar partido de ellas. Yo te debería responder que no. No he sentido ese temor. He comprendido muy bien la lección que me dan esas limitaciones. Por lo tanto estoy en paz con lo hecho y con lo que el tiempo me alcanza para hacer.
Si tuviera que evaluar su misión actual de ser el árbol mayor de la familia Vitier, ¿cómo lo haría?, ¿pesa eso?
Me gustaría que los que vienen detrás tuvieran una imagen tan estimulante como la que yo sentí con los que me antecedieron en mi familia, pero eso sería muy difícil de lograr. Lo ideal sería que así como me siento orgulloso de las raíces culturales y éticas de mi familia, hasta donde las conozco, comenzando por los abuelos de mis padres —su memoria la preservo y me acompaña en la vida—, por lo menos deseo que los que vienen después, hijos y nietos, durante algún tiempo sientan ese estímulo. Podrían sentir que tuvieron un pianista cubano que apostó su vida en tres claves.
¿Cuáles son?
Cuba, la búsqueda de la belleza y la fidelidad a sus emociones.
A propósito de sus emociones, de su primera inspiración, ¿cómo describe su concepto de familia?
Uno tiene dos, la que crea y la que nace. Las dos te obligan. Toda esta historia personal de mi vida, como claramente te das cuenta, se ha producido en un momento muy especial de Cuba. El mismo concepto y la familia como unidad han estado siempre amenazados. Y yo, si tengo un orgullo, es haber conservado esa zona secreta de la intimidad familiar, del calor familiar, a salvo de todos los vendavales.
Hay una relación indisoluble entre mi concepto de familia y el de la felicidad. A su vez, la felicidad está estrechamente vinculada a la preservación de ciertos valores y a la creación de otros nuevos. Yo no sé qué imagen va a prevalecer, pero he luchado mucho y he trabajado a favor de la unión, y de que nuestra descendencia comprenda esa importancia. Con independencia de las dificultades y los pesares, que nunca han faltado, uno tiene la opción de dejar un testimonio alentador de la vida.
Mi madre siempre decía: «La belleza nunca es triste». Ya no es el asunto de si la encontraste o no, sino que la actitud de buscarla te hace mejor. ¿Me entiendes? Me gustaría que quedara eso: que soy una persona que ha tratado siempre de vivir en positivo. No sé ni cómo seguir hablando… ha sido un año muy duro.
Con voz entrecortada, José María se levanta con cualquier excusa y sale del balcón. Para mí no ha sido una ventaja tener que anotarlo todo. Me perdí sus ojos, pero me quedo con su voz y con su música. Regresa.
Hábleme del legado de su hermano.
Sergio es una de las personalidades más intensas que yo he conocido. La intensidad marcaba todos sus actos. Se manifestada en su cotidianidad, forma de ser, alegría interminable, sentido trágico de la vida —que lo tenía también—, en su relación básicamente humilde ante el arte, la grandeza de la vida, la historia de este país. Una persona como no he conocido a otra. Y hay mucha gente que piensa lo mismo.
Tuvo una vida relativamente corta, pero que incluye muchas vidas. Como músico fue un transformador, un gran procesador de la cultura cubana, de la cual tenía un conocimiento muy profundo. Con un estilo aparentemente desenfadado y en el fondo muy riguroso. Me enseñó cosas esenciales, no porque se lo propusiera. La propia forma en que condujo su mundo y su carrera eran en sí misma una lección. Nosotros tenemos diferencias de estilo, pero hay unos vasos comunicantes muy profundos. En el fondo —quizás— es porque la raíz de la que él partía es la propia.
Él sabía, como yo lo supe después, que todo el arte pasaba por la poesía.
¿Por qué después?, ¿qué tan mayor era?
Era seis años mayor que yo.
¿Y qué va a hacer usted con toda su poesía? ¿La compila, la ofrece o solo lo hace por la obligación de expresarse?
Tú sabes que yo publico mi poesía nada más que en las redes sociales. Aunque hace unos días en Santiago de Cuba, mientras estaba con un tratamiento por una pequeña lesión en una mano y no podía tocar todas las obras previstas para un concierto, decidí compartirlo diciendo poemas y tocando algunas piezas. Fue muy bonito, la gente lo disfrutó. Para mí fue extraño, nunca me había planteado que mi poesía saliera más allá de lo que yo llamo «el primer anillo» de mis afectos. Me han propuesto publicar y yo tengo una respuesta preparada siempre para eso: «Si usted tuviera sobre los hombros los dos apellidos que yo tengo, yo le iba a decir si usted iba a publicar o no». Aunque me persigue la idea, y quizá en algún momento lo haga.
Te confieso una cosa: aunque mamá decía que la belleza nunca es triste, la tristeza juega un papel muy importante en mi vida, como en la de toda persona. Sospecho lo que me pasa. Es que la música la hago con la alegría y la poesía, con la tristeza. Y eso hace que conserve el pudor sobre ese tema. Sucede que cuando yo no sabía leer ni escribir, y nunca había leído poesía, la poesía fue para mí —primero— un sonido que escuché. Tuve la bendición de escucharla a través de la voz de algunos de los mejores poetas de la lengua española; fue en la intimidad de mi casa, o con mis padres cuando me llevaban a sus cosas. Cito algunos poetas, pero puedo decirte más. Digamos en primer lugar José Lezama Lima, mis padres Fina García Marruz y Cintio Vitier, mi tío Eliseo Diego… También recuerdo a Octavio Smith, a Samuel Feijóo y a Cleva Solís, estos últimos grandes amigos de la familia e inmensos poetas.
Esas voces están ahí, van conmigo, como están las voces de Benny Moré y de Bola de Nieve. Están los sonidos de la música y también los de la palabra. Mi oído musical tiene un buen entrenamiento para encontrar la palabra poética. Pero la poesía, definitivamente, es música. Es más, la poesía que escribo, la hago como música. En mi interior son una misma cosa.
Disco más reciente: Ofrendas, 2017, solo para piano. «Aquí entra un nuevo elemento, con ese fenómeno deslumbrante e inesperado que ha sido la irrupción en mi vida de pareja de la pintura de Silvia Rodríguez. Ella desde la pintura y yo con la música. La exposición estará en la sala Miró de la Unesco, en París, los últimos días de marzo de 2017, donde también se producirá un concierto y se estrenará un audiovisual de mi obra, dirigido por José Manuel García.
Mención especial al disco José María Vitier. 40 años de música, álbum doble. «Es una selección dolorosa y mínima, porque hay zonas completas de mi obra que no están. Para los próximos meses se prepara otra compilación con cinco discos. Próximamente compondré la música original para los documentales La oruga y la mariposa, sobre el carnaval de Santiago de Cuba, del director Willian Sabourín, y otro sobre el Che Guevara de la realizadora Margarita Hernández, que lleva el nombre provisional Che. Memorias de un año secreto. En los últimos años he hecho menos música para el cine de la que hubiera querido. Me formé en esa escuela de la banda sonora. Te puedo confirmar que trabajaré en la música para una película de Rigoberto López dedicada a Ignacio Agramonte. Son cuarenta años de música, es cómodo redondear». «Y cuántos son?», pregunto. «Depende. ¿Cuándo empieza “la carrera”?».
José María Vitier
Nació el 7 de enero de 1954. Hijo de los destacados poetas Cintio Vitier y Fina García Marruz. Hermano del relevante músico Sergio Vitier, fallecido recientemente. Prolijo compositor y excelente pianista. Autor de emblemáticas piezas para orquestas sinfónicas, de cámara, voz y piano, sintetizador, entre otras combinaciones musicales. Reconocido por la creación de bandas sonoras para cine, televisión y radio. Posee una amplia discografía.