Entrada al puerto de Willemstad,en Curazao.

La ciudad se abre al día y muy temprano brillan al sol las bajas casas de variados e intensos colores, cobran vida los recios palacios del gobierno y de las principales familias. Suena el clarín de las tropas acantonadas en la fortaleza, y entre llamados de campanas, madrugadores pregoneros, artesanos y fieles que se apuran a misa, comienzan a flotar los olores en libérrima yuxtaposición: aguas de lavanda, especias, tasajo, bacalao, orines y otras excrecencias, tabaco, frutas, maderas, pieles curtidas, marinerías, cuerpos sin baño por muchos días o que regresan de una noche de desenfrenado desahogo tras larga travesía. El puerto es centro del ajetreo: entrada y salida de mercancías y hombres, noticias, prohibiciones de la Corona, novedades literarias e ideas, buenas y malas cosas como pueden ser una compañía de ópera italiana y el telégrafo o una epidemia y una invasión.

Primero aventureros o descubridores, luego conquistadores y colonizadores fueron fundando ciudades en esta parte del mundo, cercanas al mar y a un río, a las rutas más frecuentadas del comercio, en una ensenada o bahía de suficiente calado donde soplaran buenos aires. Y crecieron las capitales del Caribe: de villorrios con decenas de almas y casas de madera y guano a imponentes ciudades fortificadas como La Habana, San Juan, Cartagena y Santo Domingo, o puertos de casi lúdico pintoresquismo como Willemstad u Oranjestad, al estilo holandés.

El Gran Caribe –espacio que trasciende Las Antillas- fue por siglos centro del comercio legal que tuvo su más conocido exponente en La Carrera de Indias. España detentó el monopolio, pero otras potencies europeas escamotearon espacios, y floreció, además, el contrabando, vital para poblaciones que, por encima de cualquier ley, requerían provisiones. Se fomentó así un intrincado sistema de relaciones comerciales intra e interregionales basado en ciudades capitalespuertos, y que convirtió a estas cuatro esquinas del orbe en un sustancioso caldero de nacionalidades y cruces culturales. La piratería, el corso, bucaneros y filibusteros, junto a las hostilidades entre las grandes potencias, influyeron también en la vida cotidiana, las costumbres y la arquitectura militar que define hoy la entrada de muchos puertos en el Nuevo Mundo.

DE CARA AL MAR “La Habana es, de todos los puertos que conozco, el único que ofrezca tan exacta sensación de que el barco, al llegar, penetra dentro de la ciudad”, escribió Alejo Carpentier en 1939. Centro neurálgico del Imperio Español, punto de encuentro de rutas comerciales, “bulevar del mundo” según el abad Reynal en 1776, creció a la orilla de su puerto y se nutrió de él. Los mismos artesanos que construían los grandes barcos –navíos que hicieron época y entre los cuales estuvieron los mayores del orbe en un tiempo- delineaban las formas de la Madera en las grandes mansiones aún en pie. Por el puerto salían el tabaco que tomó el nombre de la ciudad, el azúcar y otras riquezas, mientras desembarcaban manufacturas y lujos de Europa, esclavos con sus fuertes tradiciones, inmigrantes en busca de fortuna, viajeros deslumbrados ante la plaza portuaria más importante de América, la tercera ciudad más grande del Nuevo Mundo en el siglo XVIII después de México y Lima, mayor que Boston o Nueva York.

Su sistema fortificado se expandió entre el siglo XVI y el XVIII, cuando tras la breve pero intensa ocupación inglesa - 700 barcos entraron al puerto entre 1762 y 1763, casi 40 veces más que lo habitual-, se construyó la mole de San Carlos de la Cabaña, completando con el Morro, La Punta y La Fuerza un complejo en torno a la bahía que mucho habla de cuánto interesaba a la Corona la posesión de San Cristóbal, que sigue siendo el más importante de los puertos cubanos: Santiago de Cuba, Cienfuegos, Matanzas, Nuevitas, Mariel, Manzanillo...

La “ciudad amurallada”, el Viejo San Juan de Puerto Rico concebido por Ponce de León en el siglo XVI, es otro reservorio de arquitectura colonial civil y militar en el Caribe: defendida por las fortalezas de San Felipe del Morro, San Juan de la Cruz y San Cristóbal, muestras reliquias como su catedral. Colombia cuenta con los puertos de Cartagena de Indias - con el sistema colonial más fortificado de Sudamérica y una parte amurallada que los colombianos llaman “corralito de piedra”- y Barranquilla. A 30 km. de Caracas, La Guaira, entre la cordillera y el mar bravo, es la puerta de entrada a Venezuela: sede de la Compañía Guipozcoana en el siglo XVIII, su casco histórico ha sobrevivido a terremotos e inundaciones. Puerto Cabello, Segundo del país, data del siglo XVI y hoy, además de recibir gruesas importaciones de materias primas y contar con una gran refinería de petróleo, es centro histórico y turístico. Santo Domingo, primera ciudad europea del Nuevo Mundo, conserva algunas de las edificaciones primadas en el continente: la primera catedral, el primer monasterio, primer hospital, primera Universidad y primera corte de leyes. Desde sus museos, plazas y calles estrechas se puede recordar a cuantos conquistadores partieron a otras tierras desde estas costas, también asoladas por los piratas como en aquel día de 1586 en que Drake la saqueó resguardado por 20 barcos y 8.000 hombres. Si seguimos el itoral dominicano llegaremos a Puerto Plata, en un tiempo refugio de piratas y corsarios, hoy centro mundial de la producción de ámbar, puerto mercante pero sobre todo turístico, con su teleférico hacia la alta montaña de Isabel de Torres y atracciones en playas y hoteles.

Enrumbando al oeste estaremos en breve en Kingston, Jamaica, otra de las tierras que pasaron de españoles a ingleses, y antaño uno de los centros más activos del tráfico de esclavos. Es ciudad cosmopolita, con el reggae y otros ritmos caribeños, sus exponentes de arquitectura georgiana y el concurrido mercado de Orange Street. El séptimo puerto natural más grande del mundo exporta productos agrícolas y, sobre todo, bauxita y aluminio, base de la economía nacional. Montego Bay, al noroeste, es localidad mercantil, meca turística del país y activa escala de cruceros. En la lista de puertos caribeños están los de Belize City, con su costa baja frente a una barrera coralina, hace siglos un peligro para la navegación pero hoy un atractivo turístico junto a su selvas, y que pasó de mayas a españoles y de éstos a los ingleses. Puerto Limón, en Costa Rica, también tierra de mezclas interraciales y convergencia de las culturas indígena, afrocaribeña, europea y china. Colón, principal puerto para el tráfico de mercancía en Panamá, a pocos kilómetros de Portobelo, uno de los sitios estratégicos en el trasiego de oro y plata del Nuevo Mundo, con un relevante complejo monumental de arquitectura militar y religiosa de la colonia. Puerto España, en Trinidad, uno de los más grandes del área; Oranjestad, en Aruba, y Willemstad, en Curazao; George Town, en Caimán, emporio financiero; Bridgetown, Barbados, en la parte más oriental del Caribe y activo punto de cruceros; Fort de France, en Martinica, tierra de selvas y playas, del volcán Pelée y de Josefina de Bonaparte, o Basse-Terre, en Guadalupe, fundada en el siglo XVII, son otras ciudades-puerto que nos hablan de los dominios holandeses, franceses e ingleses en el Caribe, ámbito geográfico de tierra intermitente enlazada por la historia, desbordada diversidad cultural y majestuoso patrimonio monumental y natural, una de las más fecundas encrucijadas del mundo.