Comer y cantar todo es empezar
Ya desde el siglo XV, la imaginación europea se desbordaba cuando se hablaba de esta parte del mundo que el Almirante Don Cristóbal Colón había contribuido a magnificar desde su diario, en el que contaba que “…vide tantas islas que yo no sabía determinarme a cual iría primero.”
Encendido de hallazgos y sorpresas, relataba: “Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta fermosura…porque vide este cabo de allá tan verde y tan fermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no se a dónde me vaya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan fermosas verduras y tan diversas de las nuestras”
La tierra prometida, el paraíso perdido, se abría a los ojos europeos ofreciendo sus maravillas. Nuestra pródiga naturaleza regalaba increíbles visiones a los cronistas de Indias, que no se hartaban de contar ni cejaban en sus referencias a ciertos detalles: “Del pan de los indios llamado mahiz…” “Del pan de los indios llamado caçabi….” “De la planta é mantenimientos de los ajes, que es otro gran manjar…” “De la planta é mantenimientos de las batatas, que es muy buen bastimento…” “De las yracas, que son hiervas en general, porque yraca quiere decir hierva, las cuales los indios comen en sus potajes.”
El Caribe, el área que primero encontraron los europeos al llegar a América en sus aventuras de conquista, era un lugar donde se comía sabroso. Las especias y ciertos alimentos fueron algunos de los objetivos iniciales de sus comercios. De entonces acá, los platos que comemos han constituido motivos más que suficientes para despertar el interés de los viajeros que se nos acercan. Pero hay otro producto caribeño que comparte con los paisajes y las comidas las preferencias de quienes nos visitan: la música.
Los antiguos e iniciales cantos, bailes y toques de los indios fueron, poco a poco, mezclándose con aquellos que los conquistadores iban introduciendo en sus posesiones. Músicas de España, Portugal, Italia, Francia, Inglaterra y Holanda, por sólo citar algunas fuentes de la Vieja Europa, se cocinaban en el amplio caldo cultural que se preparaba en el Caribe.
Al paso de los siglos, se le sumaron ingredientes sustanciales que llegaron con yorubas, congos, carabalíes, bambarás, beriberis, angolanos, achantis, entre otros. Las ricas culturas africanas sazonaron el caldo con su imaginación. Y, cuando hablamos de imaginación, lo decimos con la certeza de que ella fue la reserva cultural básica de aquellos quienes, despojados de todos sus bienes materiales, fueron traídos en barcos negreros a nuestras tierras, desnudos de cosas, pero no de pensamiento. Así se conformó este “ajiaco”, al decir de uno de los grandes conocedores de nuestra cultura, el cubano Don Fernando Ortiz.
En su obra Los factores humanos de la cubanidad, describía el plato del siguiente modo: “Es el guiso más típico y más complejo hecho de varias especies de legumbres, que aquí decimos “viandas”, y de trozos de carnes diversas; todo lo cual se cocina con agua en hervor hasta producirse un caldo muy grueso y suculento y se sazona con el cubanísimo ají que le da el nombre…”
“…De esa olla se sacaba cada vez lo que se quería comer; lo sobrante allí quedaba para la comida venidera…”
“…Al día siguiente el ajiaco despertaba a una nueva cocción; se le añadía agua, se le echaban otras viandas y animaluchos y se hervía de nuevo con más ají. Y así, día tras día, la cazuela sin limpiar, con su fondo lleno de sustancias desechas en caldo pulposo y espeso, en una salsa análoga a esa que constituye lo más típico, sabroso y suculento de nuestro ajiaco, ahora con más limpieza, mejor aderezo y menos ají.”
Su deliciosa definición nos hace pensar en los esenciales significados de la propia cultura caribeña que numerosos ingredientes han ido formando históricamente. Cultura que el baile y la música sazonan con sistemática y eterna fruición.
Aquí se canta y se come, se danza y se saborea al mismo tiempo, la salsa se derrama desde las caderas, los hombros, las manos y los rostros de quienes bailan. Es un goce que no sólo se observa sino que también se paladea. El disfrute es total.
No es extraño, pues, que en nuestra música los temas de las comidas se mezclen en los cantos, aportando numerosos significados en los que la sensualidad y la sexualidad se sienten y casi se respiran.
“Si me pides el pescao, te lo doy” puede decir un son cubano al que le responde desde Haití: Boutèy mantèg la chèch, Li genyen grès tande (La botella de manteca parece seca pero tiene grasa). “Dame tu miel” pide, en un sabroso tema, Manuel Orestes Nieto desde Panamá.
La comida, pensamiento esencial para quienes han tenido la necesidad de sobrevivir, es la tónica de numerosos temas nacidos en la entraña de nuestros pueblos caribeños: “Quién ha visto un negro como yo, quién ha visto un negro como yo, comiendo papa, lechuga, calabaza y quimbombó” dice una vieja plena puertorriqueña.
La cultura popular ha marcado a toda la de nuestra región caribeña. No podemos concebir el rostro de cualquiera de nuestros países sin que en él se asome la huella que deja la vida de su gente humilde. Nuestra música está matizada por aquella que se ha producido en los conucos, los solares urbanos, los toques en las esquinas, los cantos en los velorios y tantos otros escenarios populares y, en ellos, aparecen una y otra vez los temas de las comidas para subrayar los deseos y las carencias.
“Vale travay ou, travay, ou pa ka manje” (Has trabajado y trabajado, pero no puedes comer) dice un canto haitiano.
Comer y cantar parece ser una constante en nuestra región. Los pregones, una manera de hacer música en estas tierras, nacieron de la venta pública y callejera de numerosas comidas: frutas, dulces, fritangas y toda suerte de chucherías para encantar el paladar y encontrar algunos centavos para vivir.
Desde algún que otro café veracruzano el gran Agustín Lara pregona todavía: “Yo les traigo cocos, ¿quién me los comprara?, cocos de agua dulce, de agua dulce y clara” para volver, una vez, más al constante tema amoroso: “Por ahí cuentan que el agua de coco tiene brujería, si así fuera, a la hembra que quiero, yo se la daría” Los verbos comer, cantar y amar, definen la existencia de la gente más humilde del Caribe, como una manera de afirmar su ser y estar en este mundo, como una manera de endulzar la amargura de la vida. Con ello, nos dejan una herencia cultural de valores específicamente nuestros.
“A beautiful bunch of ripe bananas” (Un hermosos racimo de plátanos maduros) cantan los braceros que cargan fruta en un calipso popularizado por el gran Harry Belafonte. Quien llega al Caribe recibe, como invitación la popular frase de: “La mesa está servida”, entonces no hay nada más que hacer lo que dice un son: ¡A comer!