Federico García Lorca
El 25 de junio de 1929 llegó Lorca a Nueva York. Después de unos meses de estancia en la gran urbe, inspiradora de su libro Poeta en Nueva York, y cuando ya pensaba en el regreso a su tierra, fue invitado a visitar Cuba por Fernando Ortiz, polígrafo cubano que presidía la institución Hispanocubana de Cultura. Aquí dejó una huella de admiración y de leyenda a su paso por cada rincón; por eso quizás, afirmaba en 1940 el novelista Lino Novás Calvo que aquí "cada cubano tiene su Lorca".
La llegada a Cuba "...el barco se aleja y comienzan a llegar, palma y canela, los perfumes de la América con raíces, la América de Dios, la América española. ¿Pero qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial?. Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez.
Con estas sugestivas imágenes evocó Lorca su llegada a La Habana, durante una lectura de poesía que ofreciera en Madrid poco después de su regreso.
Los mejores días de su vida Al abandonar Cuba, el poeta andaluz le expresaba a sus amigos: "Aquí he pasado los mejores días de mi vida".
En La Habana Lorca encontró un ambiente cultural propicio, se expansionó su espíritu apasionado y dio rienda suelta a su carisma personal, se dejó admirar por "las damas distinguidas de la sociedad habanera" y degustó con singular placer la taza de café ofrecida por "una negraza inmensa y bondadosa" en una cuartería habanera; participó, según su propia declaración, en una emocionante cacería de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata, "sitio cubierto por esta clase de animalitos". Realizó su prometido viaje a Santiago de Cuba, plasmado en su son Iré a Santiago, en que llama a la Isla "arpa de troncos vivos" porque al atravesar su suave arco de palmeras, le quedaba la visión de un arpa gigantesca en espera de una mano descomunal que le arrancara una sinfonía.
En La Habana asistió con cierta asiduidad a la casona de los hermanos Loynaz, en el Vedado. Allí participaba en largas y amenas veladas de las cuales refería interesasntes anécdotas. Estableció relaciones amistosas con lo mejor de la intelectualidad cubana; se familiarizó con la aristocracia habanera y con gente de vivir incierto que conoció en bares y cabaretuchos.
Los amores de Lorca en Cuba El musicólogo Salazar, coincidente con Lorca en La Habana, dijo que el poeta se había enamorado aquí de una; pero todo se desconoce en cuanto a la identidad de la protagonista. Es innegable, sin embargo, que se sintió impresionado por la belleza de la mulata cubana.
El supuesto idilio habanero entre García Lorca y el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, también en Cuba por aquel entonces, sería puesto en duda por Cardoza y Aragón, cónsul de Guatemala en La Habana por aquella época, al afirmar: " Yo, que coincidí con ambos poetas, no me atrevería a asegurarlo en forma categórica por una razón muy sencilla: Federico sentía aversión por Barba, lo repelía. Puede ser que el bardo colombiano (...) se haya jactado de una relación íntima con Federico, echando a rodar así el equívoco lamentable que subsiste hasta hoy... pero a mí me parece que esa amistad fue muy poco probable".
Ligada a los Loynaz, distinguida familia cubana de mambises y poetas, está parte de la leyenda lorquiana en Cuba y uno de los más llevados y traídos comentarios gira alrededor de la relación entre Lorca y Flor Loynaz, hermosa y joven poetisa. Lorca, poco después de su regreso, en Madrid, le dijo a su amigo Adolfo Salazar que el manuscrito de Yerma, la tragedia de la maternidad frustrada, debía tenerlo Flor Loynaz. En 1937, Salazar cumpliría el deseo del poeta. El manuscrito fue entregado posteriormente al Estado Cubano para que formase parte del patrimonio nacional.
Huella luminosa Si Cuba impresionó al inmortal granadino y le proporcionó vivencias y emociones desconocidas hasta entonces, también Lorca impresionó a Cuba. La versatilidad y hondura de su obra y el encanto personal del poeta, fueron regando semillas de luz y amor a su paso; por eso en la isla caribeña, a casi tres cuartos de siglo de su desaparición física, se sigue hablando de Federico como un ser querido, familiar y cercano. De ahí que a la interrogante ¿Qué recuerdos dejó en Cuba Federico García Lorca?, la respuesta sea: no dejó recuerdos, dejó la energía de su personalidad, dejó su espíritu ¡Es presencia viva.