El ensayo como envés de la poesía
A Rufo Caballero, que reivindicaba la emoción crítica
Marcel Duchamp se pasea entre nosotros. Levanten la vista y podrán reconocerlo en “la duda en sí misma, la duda en todo” del mundo que nos rodea, y en la obra de las nuevas promociones de artistas plásticos. El llamado “padre del arte conceptual” puede encontrar lecturas actuales en jóvenes creadores de una isla caribeña, en exposiciones “amarrado a la pata de la mesa” del artista emergente, tanto en Pinar del Río o en Madrid, en los cuales como vaticinó Octavio Paz, se renueva la impronta de ese emblema de la vanguardia del pasado siglo. Y esto da fe del interés actual que sigue despertando en un título como el que comentamos, todo lo concerniente a los imprescindibles del arte universal.
Los signos mutantes del laberinto, de Rafael Acosta de Arriba, es el primer libro publicado en Cuba sobre Octavio Paz en las últimas décadas, no recuerdo otro anterior. El volumen es un análisis exhaustivo de la crítica de arte que desarrollara el poeta mexicano quien, al decir del autor, dio espacio privilegiado en su vasta obra ensayística a algunos debates cardinales sobre el arte de su tiempo, en particular entre los años 40 y finales del siglo xx.
Las pasiones que siempre acompañaron y formaron a Rafael como el ajedrez, la matemática y la historia, son las claves a la hora de leer y ejercer la crítica y el ensayo, lo cual en una ocasión anterior apunté sobre su poesía.
Una zona de su quehacer está en la preferencia por su admirado Octavio Paz. Por ello este volumen le es tan caro a Rafael, pues allí se funden sus vocaciones por las artes plásticas, el ensayo y la poesía, en torno al pensamiento y la escritura del gran intelectual, donde toma cuerpo en las páginas comentadas esa relación del autor con Paz, justo en lo poético y ensayístico, lo singular y necesario del libro, su importancia en el panorama editorial cubano, y que se inserta por derecho propio en el ámbito iberoamericano. Y si de Paz se trata, lo que comenta y celebra el ensayista sobre la crítica de arte del mexicano –diferencias incluidas–, es la piedra angular para la suya propia: “En el centro de su poética hay un hombre enfrentándose a su temporalidad, enfrentando la historia”.
El autor de El laberinto de la soledad es una fuente constante, tanto como objeto de estudio, influencia manifiesta en su magisterio o simple referente en el aparato crítico. Como obra de madurez de este largo e intenso proceso de conocimiento, Rafael obtuvo su segundo doctorado en ciencias (el primero lo había alcanzado hace más de una década como historiador de la vida y obra de Carlos Manuel de Céspedes), con su profundo abordaje sobre la crítica de arte del Premio Nobel, Los signos mutantes del laberinto, texto acucioso y lúcido que mereció los elogios de un prestigioso y nutrido tribunal presidido por Roberto Fernández Retamar.
En cada uno de los apartados en que se organiza se va iluminando el resultado de una investigación sobre la obra paciana, de más de veinte años. Sus capítulos sobre el surrealismo, donde registramos el sugerente panorama latinoamericano que dejara esa impronta, y Duchamp, con sus claves renovadoras “y el esfuerzo desconstructor” que Paz hace de ellas, son en mi opinión de los más atractivos del libro, y explican tanto el proceso formativo como la proyección contemporánea de estos códigos críticos.
El riguroso ensayista que es Luis Álvarez, nos anuncia desde el inicio de su prólogo, la importancia de este libro y su objeto de estudio: “Enfrentar el legado de Octavio Paz entrañará siempre un apasionante desafío para el intelectual latinoamericano. Su hondura abisal y su espléndida energía expresiva no son menores en la prosa que en la poesía de ese mexicano universal. De aquí que los estudios sobre arte y cultura de nuestro continente hayan contraído una deuda insondable con el autor de El arco y la lira”. Como bien nos recuerda Rafael, una quinta parte de la copiosa obra ensayística y crítica del creador estudiado aborda las artes mexicanas y universales, y ese amplio y vigoroso discurso académico y literario apenas ha sido tratado por la numerosa bibliografía pasiva dedicada a su obra.
La profesora y ensayista María de los Ángeles Pereira evalúa con justeza la importancia de este libro más allá de nuestras fronteras, al reconocer su aporte novedoso en el ámbito internacional: “Al escoger como eje temático la ensayística de Octavio Paz dedicada a la crítica de arte, Acosta ilumina con rigor analítico la zona probablemente menos explorada de la vasta obra de quien es, sin lugar a dudas, uno de los autores de habla hispana más (re)visitados por los estudiosos de la literatura y el arte latinoamericanos. De modo que este es un libro de inapreciable valor, especialmente para filólogos, historiadores del arte, escritores, artistas, y para humanistas en general interesados en examinar y aquilatar la monumental aportación de un pensador que –anclado en su condición de latinoamericano– realizó una invaluable contribución a la cultura hispánica, desde el justo reconocimiento de su orgánica pertenencia a la cultura occidental”.
Con razón la crítica de arte de Octavio Paz desarrolló una serie de referentes y de ideas que toman como contexto natural lo más dinámico de la experiencia intelectual y artística del siglo xx. Sus provocaciones al lector potencial, para nada complacientes, acompañadas no obstante de un lenguaje fluido sin falsos rebuscamientos, se dirigió en toda su obra, y en lo que nos ocupa, las artes visuales, a establecer vasos comunicantes entre sus reflexiones y los referentes imprescindibles de la cultura universal.
Lo temporal y la Historia acompañan también desde la crítica, las vanguardias, los contextos, toda esa retroalimentación que confluye en la visión que el estudioso y poeta avisado toma de su modelo literario, y que se emparienta en la hechura poética, más allá del descubrimiento que implican el riesgo y sus desafíos.
La lectura polisémica, caldo de cultivo de cualquier ejercicio literario, es el campo en el que acontecen todas las confrontaciones temporales: o las coincidencias que fluyen de forma permanente para reconocernos en medio del caos. Alguien consideró alguna vez la condición del poeta como el “maestro del eco”, dando por hecho que nadie llega nunca al sonido originario, aunque tenga el oído muy fino para captar los ecos que se multiplican, y los ojos alertas –“los privilegios de la vista”, lo llamaba Paz– para preservar las huellas de un tiempo y un mundo –“reservorio de polvo”– como indicios del que todavía debe pronunciarse, encontrando en el ensayo un estadio singular del ejercicio poético.
En relación con los poetas críticos, uno los ejemplos más universales es Baudelaire, que fue muy claro al definir al poeta “como el maestro de la memoria”, depositario y continuador de la tradición y su reescritura. En esto de los poetas críticos, en el capítulo cubano, recordemos a José Martí, al mexicano lo sentimos más cerca del conceptual Vitier que del metafórico Lezama. Leyendo los textos de Barthes resultan diversas las variantes de la crítica como ejercicio teórico tanto en lo racional como en lo espiritual, hasta convertirse en realidad en el ejercicio práctico. El crítico mismo crea lo que imagina, define, describe, dándole cuerpo e intensidad en sus palabras. Esa definición en la evidencia del crítico, pensemos en ese poeta-crítico ya mencionado, tiene en las lecturas de Acosta, en su traducción del ensayo paciano, como un lector que distingue su peculiar modo, la piedra angular de sus estudios.
Rufo Caballero, quien ejerciera como intelectual una dinámica legítima y abarcadora, desde el video clip a la cátedra, desde el ensayo hasta la crónica o la novela, fue un cómplice declarado de la génesis de este libro:
El texto de Rafael compone un puente entre los monográficos y los ensayos más abarcadores, en tanto el análisis estricto, competente, de Paz, abre las meditaciones a la naturaleza misma de la crítica de arte, con lo cual el ensayo alcanza una actualidad máxima. En su erudito estudio, que rebasa con creces la mera arqueología –aunque dimensionar a Paz ya hubiera sido suficientemente aportador–, Acosta se pronuncia a favor de la “crítica poética de arte”, y señala, entre los exponentes mayores de esa gran posibilidad, a Baudelaire, José Martí, Lezama Lima o Luis Cardoza y Aragón. Yo añadiría a Oscar Wilde y a Alejo Carpentier. Lo cierto es que el académico, a Dios gracias, se pronuncia a favor de “la belleza del lenguaje, apoyado en la inspiración poética de las imágenes.
No son muchos los escritores que, con lo que escriben, nos llevan a pensar ineludiblemente en la cultura entera. Tal es el balance que nos brinda este volumen, teniendo en la prosa del gran ensayista el envés del poeta paradigmático, compuestas ambas en la literatura y entrenadas en la literatura, pues como diría el propio Barthes, es la expresión de “una escritura cuya función ya no es solo comunicar o expresar, sino imponer un más allá del lenguaje”.
El autor prioriza la dinámica de los procesos culturales, o socioculturales, sin perder de vista las pequeñas historias e influencias que los conforman.
Ese eterno iconoclasta de los tejidos sociales y culturales latinoamericanos que fue Carlos Monsiváis, deja el legado de la vertiente “impresionista”, que al contraponerse a la crítica más “cartesiana” de su ilustre compatriota, nos complementa la visión en el panorama mexicano. Decía Monsiváis:
Ante los cuadros que me absorben, siempre combino la respuesta instantánea (el registro corpóreo y anímico del gusto) con las evocaciones literarias y visuales. Ante cada cuadro combino reacciones inmediatas con la evocación de fragmentos de poemas, de nombres de escritores y pintores, de vivencias personales o culturales, de ideas por desarrollar o de ideas por desechar, de obras antagónicas o colindantes, de polémicas íntimas sobre preferencias y rechazos.
En correlato a lo anterior, está lo que escribió (a Rafael), Rufo Caballero, el más entusiasta de sus lectores, y así también queremos recordar al amigo:
[…] levantas tu propia teoría sobre la actividad crítico-artística, desde pilares humanísticos que se resuelven en el sintagma de Cintio (Vitier): el poder de la emoción crítica. Parece un estudio sobre la crítica de Octavio Paz, pero es un ensayo sobre las consideraciones de Acosta sobre la crítica de arte, su sentido, su cometido, sus lenguajes, sus funciones, sus fases.
El Vedado, abril de 2011
Los signos mutantes del laberinto, de Rafael Acosta de Arriba, Instituto de Investigación Cultural “Juan Marinello”, La Habana, 2010.