PARAGUAY Esquivo
Cuando la crítica argentina Victoria Verlichak me propuso presentar una muestra de arte contemporáneo paraguayo en Buenos Aires, ambas sabíamos que no sólo había que luchar contra este desconocimiento sino también contra el prejuicio generalizado de los argentinos que asocian al Paraguay sólo con ciertas prácticas folclóricas y con una población marginal constituida mayoritariamente por empleadas domésticas y obreros de la construcción.2
La exposición se realizó a finales de 2007 en el Centro Cultural Recoleta, punto referencial del movimiento artístico en Argentina, bajo el título Paraguay esquivo y hoy está pronta a comenzar un ciclo de itinerancia por algunas capitales de Sudamérica. Obras de Bettina Brizuela, Fredi Casco, Sara Hooper, Carlo Spatuzza, Ángel Yegros y Marité Zaldívar permiten vislumbrar la condición, tan esquiva como seductora, de un país que ha sido siempre “el sueño de nadie”.3
Privadísimo
Situada en la delgada frontera que separa (o vincula) lo público y lo privado, la obra de Bettina Brizuela gira en torno a una cuestión medular: la reconsideración simbólica de la memoria, que pendula entre la construcción sociocultural y las íntimas pulsaciones personales. Exploración, momificación, excavación: un mismo procedimiento que, en diferentes fases, exhuma el recuerdo, lo inmoviliza y lo proyecta. Privadísimo exhibe las huellas de la propia historia, desarrollando una arqueología de la intimidad, concepto que bien podría extenderse a otras propuestas de la autora. Mediante la impresión directa de objetos de uso cotidiano sobre planchas de yeso, Brizuela traza un inventario de hábitos contemporáneos: el ritual de los días en un mundo ordinario que no diferencia la rutina del heroísmo, o bien, los funde en la vacuidad de la producción serial. Son precisamente esos contornos vacuos –muchas veces heridos por la fuerza del desprendimiento– los que definen la identidad de las cosas, articulando y reordenando las secuencias de un relato que adquiere gran intensidad poética.
El retorno de los brujos
Fredi Casco trabaja desde hace varios años el descalce, el ligero desplazamiento de la representación. Desde sus ensayos en polaroid, a finales de los 90 –cuando “retrataba” el aura de tallas religiosas barroco-guaraní sustrayéndoles toda sacralidad y sumergiéndolas en el mundo del video–, hasta posteriores instalaciones con las que provocaba desconcierto a partir de mínimos gestos, el artista propone fracturas en las habituales coordenadas de percepción del mundo.
La obra expuesta en Buenos Aires tiene por título El retorno de los brujos, vol. I: Los desastres de la Guerra Fría–, y fue antes bien recibida en la Bienal de Porto Alegre 2005 y la Bienal de Valencia 2007. A partir de fotografías adquiridas en el mercado de pulgas en Asunción, Casco recompone el Paraguay domesticado por 35 años de “paz y progreso”. Son documentos que, sin mayor trascendencia histórica, testimonian la actividad diplomática bajo el régimen de Stroessner, actividad deslucida y rutinaria de la que se hacía eco la prensa cotidiana, con obsecuencia o resignación. Casco amplía las imágenes, originalmente de pequeño formato, y las interviene digitalmente. Apoyada en breves pero precisos toques de humor, esta serie exhibe buena dosis de sarcasmo y alienta a explorar las ramificaciones laterales, vitales, de la última dictadura, cuyos rasgos violentos han sido aparentemente erradicados pero cuyos gestos banales han persistido en el protocolo del poder, hasta hace muy poco. Projects
Sara Hooper llega a sitios extraños y hasta perversos por caminos convencionales. De técnica casi renacentista y aire japonés en la paleta, su obra ha sido macerada en el claustro de las propias divagaciones y los propios miedos. Projects es una serie a lápiz encarada con vistas a la producción pictórica, apela al subjetivismo del intracuerpo. Fragmentos viscerales se pliegan y contrapliegan, como entidades fantasmáticas que asumen las formas de las sociedades y los individuos. De origen argentino, con más de tres décadas de residencia en el Paraguay, la artista ha permanecido siempre “extramuros”. Hooper no se ha integrado aún al circuito local del arte y su inclusión en esta muestra ha sido un statement, testimonio del hermetismo de un país que se abre o se cierra aleatoriamente. Su trabajo solitario –urdido puertas adentro en una ciudad sin espacios públicos y con una vida cultural reticente– da cuenta de la inadaptación pero también de una actitud de resistencia ante un Paraguay que oscila entre la hospitalidad y la hostilidad para con el extranjero.
Spatuzza carterista
Carlo Spatuzza dispone, bajo campanas de acrílico transparente, extrañas y sugerentes carteras de mujer realizadas con vejiga de cerdo y herrajes antiguos. Las presenta sobre precarias mesas de metal –como las que se usan en los mercados populares del Paraguay para vender carne asada– utilizando los códigos de inventario de las grandes casas de diseño. Mediante este dispositivo paródico elabora un “retrato social” a partir de “objetos acompañantes”, según los llama el artista. Al igual que las personas, cada una de estas carteras tiene nombre y olor, piel y memoria. Los rótulos, en guaraní, ofrecen claves, si bien encriptadas, para aproximarse a la trama de tensiones y conflictos que evocan las piezas.
Sometida a largos procesos químicos, la materia de estas obras adquiere un refinamiento poético, más que visual y táctil. La delgada membrana animal marca el límite entre el afuera y el adentro, configurando un espacio de frontera sobre el cual se imprimen los acontecimientos. Superficie y órgano, la piel –gran fijador de perfumes– es el soporte que retiene lo evanescente. Así, estos cuerpos traslúcidos incitan al consumo de historias preservadas entre veladuras, típicas de una sociedad conservadora.
Réquiem
Desde sus inicios, en los años 60, la narrativa visual de Ángel Yegros ha estado signada por la seducción de los detritos. Si bien ya entonces incluía en sus obras elementos de procedencia diversa (desde chapas de publicidad callejera hasta uñas y pelos humanos), recién a partir de los años 80, seducido por la poética de Tinguely, su lenguaje se afirma en el uso reiterado del desecho industrial y se enriquece luego con la utilización ecléctica de materiales: vidrio, metales, piedras semipreciosas y fibras naturales. A éstos hoy suma elementos orgánicos y resinas químicas. En esta obra el artista despliega una trama de saberes antiguos y referencias lingüísticas al Paraguay ancestral y al de su propia biografía. La mitología personal se aloja en los bordes porosos de la historia colectiva. Réquiem responde a una “poética de los bordes” (donde prima lo indefinido) y apela a la energía de la cosa misma: no estamos ante la perspicaz crudeza del objeto encontrado sino frente a la alquimia de la materia. Yegros somete a sus criaturas a enfrascamientos sucesivos, generando cápsulas traslúcidas, ambarinas. Envasa al vacío trozos de madera calcinada, una gigantesca piel de víbora o una formación marina fosilizada. Suspendidas en apresurada envoltura, son crisálidas de memoria que evocan la amenaza o la utopía. Agitando su solitaria carnadura, estas obras anudan el tiempo cósmico y el tiempo humano, el tiempo natural y el tiempo biográfico, el tiempo magno y el tiempo nimio. En el cruce de estos tres ejes, la apelación a lo orgánico resulta del deseo de constatar la existencia de un núcleo vital en un país cuyos recursos naturales son cotidianamente expoliados.
Banderas
El trabajo de Marité Zaldívar exhibe una vinculación estrecha con las culturas originarias y los hábitos rurales de la sociedad mestiza, relevando la deuda histórica, social y ética que el Paraguay, como país, tiene con los pueblos indígenas que hacen parte de su tejido social y sobre cuyo territorio ancestral ha desarrollado su vida como nación independiente.
Marité Zaldívar construye su teko (manera de ser y estar en el mundo, en guaraní) a partir de la materia. Trabaja “la reposición de la memoria personal y colectiva, desde una posición romántica-restauradora y al mismo tiempo crítica e irónica”, según sus propias palabras. La iconografía institucional del país (mapas, banderas, escarapelas) ha sido incluida y reformulada en muchas de sus obras, en las cuales se hacía visible la tarea de reconstrucción cultural emprendida por las mujeres en el Paraguay, después de la guerra del 70, labor reparadora que alcanza rasgos terapéuticos. En esta ocasión, las “banderas” tienen una función simbólica diferente: no fijan un código identitario sino que, apropiándose de elementos de la naturaleza, se instalan por encima de diferencias y particularidades. Estos paños tejidos con algodón en capullo, semillas, cortezas de árbol, tabaco o ajo, apuntan a una propuesta filosófica de armonía. “Nuestra identidad es un pasaje de la materia”, dice la artista. Una materialidad contemporánea, a la que ella llama “premoderna” y que tiene aire de conjuro o encantamiento.