Feria de Sevilla.Viaje por una utopía de Abril
Hace más de siglo y medio, el catalán Bonaplata y el vasco Ybarra dieron origen a una de las expresiones más genuinas del ser sevillano: la Feria de Abril, cuyo objetivo primario era el fomento del intercambio comercial y agropecuario.
El paso de los tiempos ha convertido a la feria en una verdadera ciudad temporal, a donde se traslada gran parte de la población sevillana; una urbe imaginaria que constituye un tejido citadino efímero pero que permite desarrollar una verdadera utopía. Su base económica: la decantación de manzanilla y fino. Sectores de ocupación: el cante y el baile por sevillanas. La religión: el culto a la amistad. La población: un millón de habitantes. La población participante se muda de sus domicilios a las denominadas “Casets”, habitáculo construido con tubos, lonas y maderas, que pueden ser familiares, de empresas o públicos. En ellos asientan sus reales los sevillanos durante la semana de la Feria, y las casetas se convierten en la auténtica casa, mientas la otra queda reducida a la función de dormitorio. Esta utopía de abril se escenifica durante una semana, tiempo justo que evita el colapso de un país basado en esas frágiles premisas, pero con todo, al final muchos quedan con la duda de cual de estos dos mundos es más real, si el de la cotidianeidad habitual o su especie de cuarta dimensión ferial, pues en verdad, todos los participantes procuran contribuir a la feria con lo mejor de sí mismos, y de tal manera contribuyen también a recrear una Sevilla Celeste de la cual la otra no es más que un pálido reflejo. En definitiva no son pocos los que piensan que real, real, lo que se dice real, es el Real de la Feria. En el aspecto práctico, muchos que vienen por primera vez suelen preguntarse en qué consiste esencialmente el espectáculo de la feria. Y es que la primera impresión es que en la feria no pasa nada. Y es verdad, en la feria no pasa nada en concreto (aunque en general pueda pasar de todo), porque no hay un único punto de atención que concentre el interés del público. El espectáculo está más bien disperso en miles de pequeñas partículas de arte, de gracia, de ingenio, que surgen en el interior de las casetas cada vez, por ejemplo, que una muchacha revolea los volantes de su traje de gitana. El espectáculo, en definitiva, habita en cada uno de nosotros dependiendo, claro está, el nivel de inspiración y de la hora del día. Sin embargo, nadie crea que la Feria es el reino de lo banal, pues puede ser cualquier cosa menos frívola. En primer lugar, las poderosas corrientes de sensualidad, diversión, alegría y amistad liberadas no se desbordan en torrenteras montaraces; más bien se difunden por una ordenada red de acueductos, canales y estanques. Todo está enormemente ritualizado, y como símbolo de todo ello nada mejor que el baile por sevillanas. Las Sevillanas son las reinas de la Feria, y la modalidad contemporánea no puede considerarse un cántico regional sin más, pues constituye todo un género, en el cual decenas de grupos cada año se afanan por poner en el mercado infinidad de temas nuevos. Si no se sabe bailar, se pierde una parte de la diversión, aunque en el caso de los hombres este desconocimiento es menos grave: la mayor parte de ellos improvisan siguiendo, de manera más o menos garbosa, los pasos de la mujer. Nadie en sus cabales puede pretender aprender a bailarlas de buenas a primeras. Pero en la feria, ¿quien está en su cabales? Comprender que la media distancia es, en el sur, la medida de todas las cosas es comprender esta fiesta: A mayor abundamiento en esta teoría de la absoluta seriedad de la feria de Sevilla: observemos cómo decenas de empresas nada sospechosas de dilapidar alegremente los activos de sus accionistas en jaranas, se empeñan cada año más en instalar sus casetas en el Real. Por supuesto que a casi nadie se le ocurre cerrar un negocio al compás de sevillanas. Pero no se les escapa que la feria es territorio idóneo para el fomento de relaciones personales presididas por el buen feeling. El objetivo, claro está, es que dichas relaciones repercutan en adelante en la cuenta de resultados. Ybarra y Bonaplata se frotarían sus industriosas manos.
Feria privada y pública Otro de los sambenitos con que se ha querido cargar siempre a la Feria de Abril es el de ser cerrada y exclusivista. En tal percepción hay un error de planteamiento: las casetas no deben asimilarse a bares o establecimientos, sino que han de ser entendidas como la casa que las familias y entidades sevillanas instalan durante el tiempo de feria. Y, como es normal, una casa no suele estar abierta al tránsito del público en general. No obstante, las posibilidades de pasar una jornada de feria sin poder entrar en ninguna de las mil y pico de casetas son nulas. En primer lugar porque existen al menos 15 casetas populares de entrada libre, entre ellas las instaladas por los distritos municipales. Segundo, porque nada más del gusto de cualquier sevillano que repartir invitaciones para su caseta a amigos y conocidos. Puede ser que, viniendo de fuera, no conozcamos a ningún sevillano, o al menos a ninguno con caseta, pero aún así, no son pocos los forasteros que, de manera espontánea, se han visto amablemente invitados a pasar al interior de una caseta para que pudieran conocer, desde dentro, el ambiente de la Feria. En definitiva, la Feria tiene muchos niveles distintos de disfrute: desde el feriante sevillano que tiene caseta propia desde hace años, hasta el visitante que acude por primera vez y pasea, curioso, por el real. Todos pueden ver igualmente satisfechas sus expectativas de pasar un buen rato. Si usted es de los visitantes primerizos, asuma sin complejos su condición de feriante sin caseta, como una especie de “observador participativo”. Aproveche la oportunidad que brindan las casetas de entrada libre, haga relaciones que pueden redundar en invitaciones a casetas privadas. La vida en el interior de la caseta es la esencia de la feria. No todas son iguales, ni en su estructura ni en su animación. Una gran caseta de alguna asociación o club ofrece las ventajas de la amplitud de espacios y actuaciones en directo. Pero muchos prefieren el encanto de una pequeña caseta de las “familiares”, formadas normalmente por grupos de diez o quince socios. Las sevillanas son normalmente enlatadas y el espacio libre puede escasear en ciertos momentos, pero en estas casetas casi todo el mundo se conoce. Las posibilidades de vivir momentos de arte son mucho mayores en este ambiente. A la caseta se accede por invitación de alguno de los socios. Normalmente, al llegar somos agasajados con la primera “convidá”. Desde ese momento, la caseta se convierte en territorio de la conversación, la amistad y el baile por sevillanas. Pero estar en la caseta de un amigo no se puede asimilar a estar en un bar, sino más bien a estar en la casa de ese amigo y asumir esta premisa es importante para tener clara la forma de ser y de estar dentro del local. Por ejemplo, ser invitado a una caseta no significa que el anfitrión se tenga que pasar la noche arrimándonos raciones y botellas de manzanilla, aparte del primer agasajo. El “gorrón” de feria no es un personaje demasiado popular. Sea prudente en el tiempo de estancia y en la cantidad de visitas a la caseta de su amigo, sobre todo si el espacio en ésta no es muy abundante. Este consejo es mucho más fácil de seguir si disponemos de una amplia cartera de amigos con caseta para poder ir alternando.
Una feria con tiempos diferentes El carácter de la Feria evoluciona a lo largo de la semana. No es lo mismo la feria de la primera parte (lunes noche, martes, miércoles y jueves), que la de los días de fiesta (viernes, sábado y domingo hasta las doce de la noche). Básicamente se diferencian en que en estos últimos se nota la masiva llegada de público foráneo, la Feria adquiere un carácter más masivo y el sábado noche llega a ser difícil transitar por algunas zonas del Real. Si embargo, el imaginario sevillano ha pintado esta “invasión” con tintes exagerados, pues en paralelo a esta corriente inmigratoria se produce una considerable estampida de locales hacia las playas o el campo. Como resultado se configura la paradoja de que a veces el jueves ha habido más gente en el Real que el sábado. Por otra parte, la Feria de día y la Feria de noche constituyen tradicionalmente dos mundo distintos. De día es el horario de las familias que van a almorzar, la Feria de los niños, todo ello en un ambiente más relajado que por la noche. A partir de las diez o las once, la juventud inunda el Real y el ambiente alcanza su punto culminante sobre la una o las dos de la mañana. Algunos, sobre todo los que tienen que trabajar al día siguiente (recuérdese que martes, miércoles, jueves y viernes son medio día laborable) desfilan para sus casas, mientras el resto puede permanecer en las casetas, o pululando por el real, hasta el amanecer. Sin embargo, actualmente los estudiosos del asunto empiezan a percibir signos de cambio en esta distribución horaria de los tiempos de la Feria. Cada vez hay más gente que reivindica la Feria de día, con el paseo de caballos, la comida en la caseta y seguir por la tarde hasta que se aguante.
Visitar la Feria es algo más que transitarla. En fin, cuestión de gustos, influenciados tal vez porque recorrer este muestrario variopinto es algo más que transitar por el Real. Los toros, por ejemplo, no es posible entender la Feria de Abril sin los toros. Si no es usted de los que está en contra de las corridas, una tarde de toros en la maestranza (con sus prolegómenos y sus epílogos) es una experiencia que, por sí sola, ya justifica para muchos la visita a Sevilla. En el paseo de caballos; cada año se contemplan mejores coches, caballos y jinetes. Participar mediante el alquiler de un coche de caballos con jinete, de los del servicio regular, es algo que está al alcance de casi todos los bolsillos en feria. La calle del Infierno, con sus innumerables atracciones y su tradicional zona de bodegones parece especialmente diseñada para quien quiere cambiar por un rato el ambiente ferial por algo totalmente diferente. Por si acaso, no olvidar que al otro lado del río, la Sevilla de siempre continúa su vida, e inclusive algunos pocos sevillanos, exquisitos y nada feriantes, piensan que las mañanas y tardes de Feria son el mejor momento para divagar por la ciudad, cuando casi todos sus habitantes están volcados hacia la orilla opuesta. Una Sevilla sin sevillanos que, sin el tráfico y el ajetreo de siempre, parece más intemporal que nunca.
Calendario tradicional de la Feria:
Lunes: Los socios se reúnen en las casetas para inaugurarlas con la “Cena del Pescaíto”. La prueba del alumbrado: con el Consistorio en pleno y la banda municipal congregados en la base de la portada, se procede a iluminar por primera vez la portada y los farolillos de todo el real. La Feria ha empezado. Martes: día de recepciones oficiales, de almuerzos de amigos y compañeros de trabajo. La iluminación permanece hasta las tres de la mañana. Miércoles: la feria se encamina a buen paso hacia su punto álgido. Hoy la iluminación permanece hasta las cuatro. Jueves: empiezan los días grandes. El paseo de caballos puede congregar 500 enganches y 3000 caballos. La iluminación permanece hasta las cinco de la mañana. Viernes: llegada masiva de visitantes, entre ellos muchos famosos. Se llegan a juntar 700 enganches en el real, y se aspira llegar a la cifra mítica de un millón de criaturas en la Feria. Sábado: al igual que el viernes, nos encontramos en la cima de la feria en cuanto a público y brillantez. Muchas casetas parecen el camarote de los Marx. Algunos aborígenes no vienen ya esta noche, pero los feriantes recalcitrantes son los más. El alumbrado se prolonga hasta las seis de la mañana. Domingo: Día de la despedida. Miuras en la maestranza. A las doce de la noche, cuando sobre el río estalle el castillo de fuegos artificiales, muchas casetas estarán ya cerradas. El Real se inunda de melancolía. Sic transit gloriae mundi.
Vocabulario esencial
Albero: característica tierra amarilla que, procedente de las canteras de Alcalá de Guadaira, alfombra tanto el real de la Feria como el ruedo de la Maestranza. En ferias muy secas, también alfombra las gargantas de los feriantes. Buñoleras: Casetas especializadas en el suministro masivo de buñuelos y chocolate a los feriantes en maniobra de regreso a sus casas. Datan casi del origen de la feria, la mayoría están regidas por familias de etnia gitana. Calesitas: denominación que, junto a la de “cacharritos”, dan los niños sevillanos a los artefactos que inundan la Calle del infierno, y cuya función consiste en someter a los cuerpos humanos a lanzamientos, volteretas, giros y otras muy diversas manipulaciones. Calle el Infierno: zona de atracciones colindante al Real, y que el imaginario sevillano asimila con las salas de tortura de Pedro Botero. Sin embargo, son miles los que cada día descienden a esos supuestos infiernos, haciendo de éste uno de los sectores más populares y animados. Fino: vino blanco, procedente del marco de Jerez, que tomado frío constituye uno de los elementos primordiales del mare nostrum sobre el que navega la Feria de Abril. Mantón: gran pañuelo de seda y bordado que las sevillanas gustan de lucir sobre sus hombros y cuyos flecos, no se sabe bien por qué manifiestan una irrefrenable tendencia a enredarse en los botones de los trajes de los señores, incluso de los desconocidos. Pañoleta: además de una pedanía de la vecina localidad de Camas, se denomina pañoleta al triángulo que corona la portada de esa Academia que es la caseta. Papa: circunstancia que se coge, se tiene o se lleva en el momento en que rebasa el límite de manzanilla, fino o cualquier otro líquido necesario para mantener el medio punto justo. Una ostentación reincidente de la papa convierte a su portador en un borracho de Feria. Paseo de caballo: circuito, entre las calles del real, por el que transcurren los enganches y caballistas. El horario es desde el mediodía hasta las ocho de la tarde. El apogeo se sitúa sobre las cinco, y la vistosidad de caballos, caballistas y carruajes va en aumento año tras año. Portada: colosal estructura que, representa algún monumento de la ciudad y sirve de punto de entrada a la Feria. Es tradicional punto de cita de tanta gente que, al final, resulta uno de los sitios más complicados para encontrarse. Real de la Feria: territorio ocupado por las manzanas de casetas, las aceras cubiertas de albero, los viales adoquinados y la portada. Contemplar principalmente de noche, la gran extensión que ocupa todo este conjunto justifica pagar el billete de la noria.