VIRGILIO PIÑERA: EL AGUA POR TODAS PARTES
Uno de los escritores más caribeños, malditos y controversiales de las letras cubanas cumple 100 años. Releer hoy a Virgilio es un descubrimiento y un sobresalto, es como atravesar uno de los tantos espejos de la identidad caribeña.
En la temprana fecha de 1943 se publicó La isla en peso, del escritor cubano Virgilio Piñera, de cuyo nacimiento se celebra este año el centenario. Una de las composiciones más recordadas del poeta, dramaturgo, novelista y ensayista es este poema-libro, posiblemente la obra más arraigada a la condición del Caribe que haya escrito su autor.
Miembro atípico del grupo de escritores y artistas Orígenes, que entre 1944 y 1956 desplegó una reconocida labor intelectual bajo el aceptado liderazgo de José Lezama Lima –y dada a conocer en la revista homónima–, Virgilio fue amigo de Lezama, aunque esa relación no implicara subordinación a la deslumbrante poética del magister, muy diferente a la suya.
Orígenes fundaba el mito de la insularidad y su destino; convencidos de que la poesía revelaba conocimientos independientes de cualquier disciplina de las ciencias naturales o sociales, sus miembros creían firmemente en esas posibilidades. Piñera, aunque participara de estos principios, buscaría para su obra un camino estético diferente al emprendido por el resto del grupo.
La isla en peso revelaba la parte oculta del alma de la cubanidad que no se hacía visible en una buena parte de la letra impresa. El poeta creó una realidad artística y una experiencia espiritual, lujo de la poesía insular, que revela el alma caribeña del cubano promedio. Iconoclasta, prosaísta y anticlásico, su discurso se alejaba de Orígenes.
En su cuaderno descubría la intensidad de las fuerzas sociales e históricas que diseñaban el devenir de la Isla, signadas por la fatalidad de «la maldita circunstancia del agua por todas partes»; una predeterminación geográfica que se transformaría en posibilidades y aperturas sin límites para asimilar todas las culturas que visitan los puertos.
El agua y la luz del trópico caribeño son mostrados en el poema con la belleza y la transparencia que ameritan: el agua de lluvia o de mar, la iridiscente y casi agresiva luz del mediodía o su ausencia en la sensual y perfumada noche, evocada con maliciosa complicidad: «¡Musa paridisíaca, ampara a los amantes».
La amargura y la frustración del día pueden quedar atrás en una atmósfera de sucesivos absurdos y en ambientes nocturnos de ambigüedad, retadores a la inteligencia y avivadores de la sensibilidad. Se propone un pacto para aliviar los rigores del día en un cuerpo que necesita dialogar con su intimidad.
La isla en peso estimula al lector a dialogar consigo mismo, a averiguar las misteriosas asociaciones de la llovizna que recorre lenta y morosamente el cuerpo, o a estremecerse ante la cadencia de un extraño baile que termina en exorcismo.