Eusebio Leal Spengler

«En el Habano se concentran todas las excelencias de la producción manufacturera cubana»

Patrimonio de la Humanidad y especie de gran museo de la etapa colonial, el mayor atractivo del Centro Histórico de La Habana, es precisamente que constituye un lugar vivo, lleno de vecinos, donde la gente construye su cotidianidad y es posible deleitarse con una variada oferta cultural que resulta una garantía para cualquiera que se sienta atraído por ese tipo de paseos en los que pueden combinarse el disfrute de sitios llenos de singularidad con el pueblo que lo habita y sus historias.

Desde temprano aquí la vida despierta: a través de las ventanas de las casas sale el olor a café, se escuchan voces de niños alistándose para partir a la escuela; y el curioso tic tac de Radio Reloj, la única emisora del mundo que emite 24 horas de noticias en vivo; además de verse el trasiego de hombres y mujeres entre edificios remozados o también aún maltrechos, a la espera de los beneficios de la restauración emprendida en la zona por la Oficina del Historiador de la Ciudad Plazas, mansiones ancestrales, restaurantes elegantes, museos ineludibles, hoteles encantadores y estrechas callejuelas coloniales, aparecen en uno y otro rincón, pero no serían tan atractivos sin ese conglomerado humano con fuerte sentido de pertenencia y esa actitud comunicativa y extrovertida que conquista las simpatías del visitante. Funcionan en La Habana Vieja excelentes hoteles instalados en antiguos palacios. Entre muchos, para los amantes del Habano es de especial interés el Hostal Conde de Villanueva, en la calle Mercaderes, donde abre el magnífico restaurante Vuelta Abajo y cada espacio está inspirado en el fascinante mundo del tabaco cubano, además de contar con una Tienda de Habanos bien abastecida con sus lockeds para clientes habituales, walking humidor y bar degustador. Paso a paso va apareciendo mucho de lo que tanto recomiendan guías o libros turísticos: las plazas de Armas, de la Catedral, la Vieja, la de San Francisco; calles muy atildadas con balconcillos y vitrales o palacetes que fueron de insignes personalidades y que hoy acogen galerías, instituciones sociales y excelentes museos, como el del Chocolate y el del Tabaco, como un homenaje a dos de los productos encontrados por los europeos en las tierras de este Nuevo Mundo. Para cuando el sol empiece a calentar, ya habrán abierto muchos cafés y restaurantitos deliciosos en la zona donde vale la pena hacer un alto para escuchar buena música cubana, hecha en vivo con laúdes, compases de bongó y chasquidos de maracas. Aunque los más famosos siguen siendo la Bodeguita del Medio y El Floridita, los hay dedicados a la cocina árabe, la china, la andaluza, la criolla o la italiana… y otros de esencia espartana y menús variados que son muy tentadores por la ventaja de ser, por menos famosos, más baratos; y tener horarios más flexibles para quienes pasean fuera de las rutas trilladas del turismo de masas. Todo el Centro Histórico está matizado de pequeñas sorpresas: escuelas de ballet clásico donde los niños reciben clases con las puertas abiertas; casas-talleres en las que afamados pintores hacen cada día su obra creativa; libreros con anaqueles repletos de raras joyas editoriales, a precios negociables; hermosos patios interiores rebosantes de paz, los zanqueros de ropas coloridas que van de uno lado a otro desperezando la ciudad con sus músicas y danzas; o esos pintorescos personajes disfrazados de otras épocas que suelen aparecer en cualquier esquina como bajados de una máquina del tiempo. En estos y muchos otros detalles consisten los encantos de la parte antigua de La Habana, ese enorme escenario de arcos, iglesias, palacios, plazas presididas por fuentes, casas solariegas repletas de vecindad en las que conviven desde un médico hasta un obrero, regalando su existencia y dándole vida también a este sector urbano todavía custodiado por las antiguas fortalezas de la Punta, la Fuerza, El Morro y la Cabaña. Mucho mejor lo ha dicho Eusebio Leal Spengler, el Historiador de la Ciudad: «La Habana es un espacio muy grande en la memoria de Cuba, de América y del mundo. ¡Tantas cosas han pasado en esta ciudad! ¡Es tan bello su urbanismo, está tan bien trazado su diseño como ciudad de cara al mar! Es también, la ciudad que por una serie de azares ha conservado sus estilos y recuerdos. «En el fondo del alma hay una voz que nos dice: nada como La Habana. La Habana es un estado de ánimo, una sucesión de sorpresas y nostalgias; más aun, cuando todo parece detenido en el tiempo y está cubierto por un velo fino y delicado, rasgado por el rumor y la vida azarosa de los que la habitan. Para esta ciudad, con nombre de mujer, no habrá muerte ni olvido, y es que en ella habita la poesía, la promesa de eternidad que le dio sentido a todas y cada una de las generaciones que fueron modelando sus espacios urbanos, sus monumentos, sus calles. «Nosotros no ofrecemos una mirada nostálgica de la ciudad, sino activa, para conservar los rasgos que definen su identidad. Porque La Habana no es una señora mayor que se coloca pelucas y colorea las mejillas. La Habana exhibe la dignidad de sus años, la belleza del tiempo, el encanto y orgullo de sí misma.» Dan gusto tan hermosas palabras, tanto amor hecho prosa, tanta dedicación y gentileza de este habanero grande y elocuente del que entre algunos colegas hemos hablado que, con seguridad, será una de las presencias más cautivantes en el XIV Festival del Habano, en una edición que coincide, por demás, con el 520 aniversario del encuentro de los europeos con el tabaco en Cuba. Entre tantos deberes y compromisos, Eusebio sacó unos minutos de su apretada agenda y nos recibió hace unas semanas, un lunes muy temprano –antes de las ocho de la mañana, en la emisora Habana Radio, situada en la Lonja del Comercio. Quienes le hemos admirado y seguido, sabemos su delicadeza, pero también conocemos que el tiempo es uno de sus más preciados tesoros. Fuimos directo a los que nos interesaba para no robarle un solo minuto: un comentario sucinto del historiador sabio sobre el Habano. «En el puro Habano coinciden una serie de elementos muy importantes, culturalmente. Primero, como usted refiere, el hecho mismo del encuentro (entre los europeos y el tabaco en Cuba): vieron a unos y otros hombres que llevaban como un tizón encendido en la boca –más o menos recuerdo ser esta la referencia de Cristóbal Colón, en las anotaciones del diario. «Pero lo más interesante, a mi juicio, es que a partir de ahí, se desencadena una serie de sucesos y acontecimientos que van a ir conquistando para el Habano, y para su esencia, un nuevo mercado; y el placer y el gusto de un otro mundo, que en este caso no era el nuestro, sino el de ellos. Ese otro mundo va a tener la posibilidad, porque se fuma –y hago esta discreción, hojas diversas, producciones distintas, que de Cuba alcanzarían un significado muy particular. Ya en los siglos siguientes, fundamentalmente en el XVII y el XVIII, se está cultivando, se está preparando la vega. Con posterioridad, sucesos de carácter interno como fueron, por ejemplo, el estanco del tabaco o el aumento de los precios por parte de la Corona Borbónica, van a crear una alianza entre el tabaco y el destino de Cuba, muy importante. Coincidiendo mucho con el título de la revista, creo que el tabaco Habano –una Denominación de Origen–, tiene el mérito muy particular y singularísimo de haber concentrado todas las excelencias de la producción manufacturera de Cuba; es decir, ahí está toda la excelencia de la producción cubana: en la escogida, en el torcido, en la presentación, en la habilitación de las cajas, en todo eso está presente una visión muy hermosa de Cuba. «Y como colofón supremo está el encuentro entre el tabaco y la esperanza de libertad para Cuba, que se concreta en el período en que José Martí, transformado en el Apóstol de la Independencia, tiene como escenario de su prédica ardorosa y de sus conferencias, precisamente, la tabaquería cubana en la costa sur de los Estados Unidos»