Vida en las vegas
Claro está, hay algo que unifica a todo Pinar del Río, a Viñales con el resto de los territorios, y es su gente amable y sencilla, en especial los cosecheros de tabaco, de cuyas manos salen las hojas con las cuales se confeccionan los Habanos, el mejor puro del mundo.
Claro está, hay algo que unifica a todo Pinar del Río, a Viñales con el resto de los territorios, y es su gente amable y sencilla, en especial los cosecheros de tabaco, de cuyas manos salen las hojas con las cuales se confeccionan los Habanos, el mejor puro del mundo.
A ellos se les puede ver temprano en la mañana entre el mar de verde que rodea a los mogotes, en el valle de San Juan y Martínez, o en San Luis Rey arando con sus bueyes como mismo lo hicieron sus abuelos, o ya al levantarse el sol sentados en el portal de sus casas, en su taburete recostado a la pared, entre las manos el dulzón café y el inseparable tabaco prendido en la boca.
Los vegueros son el complemento ideal para el paisaje rústico, natural, casi detenido en el tiempo que caracteriza a muchos lugares de Pinar del Río, que desde el cielo parece el mismo por las enormes plantaciones que se extienden hasta el infinito, salpicadas de las típicas casas de curar tabaco, con sus techos a dos aguas, y aquí o allá algún bohío del dueño de la vega.
Sí, porque el tabaco es criatura de cuidado, de manos finas y hábiles, que no admite altanería y exige que su padre y madre estén al lado de él a toda hora.
Por eso guajiros como Antonio María Paz Romero, que ya no recuerda quién le puso el sobrenombre de Lin Paz, pero que a sus 88 años nadie conoce de otra manera, vive desde que nació al lado de su vega, «porque vine al mundo entre el tabaco, he vivido toda mi vida rodeado de él, y me moriré junto a él».
Nieto de Canarios, «de isleños», como le gusta decir, un buen día su abuelo se «aplatanó» en San Juan y Martínez y de allí no se fue nunca más. «Yo tengo ochenta y ocho años y desde que tenía diez ando detrás del viejo mío trabajando en el tabaco, no he tenido más ningún negocio que este, no sé hacer otra cosa. El tabaco es mi vida», dice humildemente.
Este hombre sencillo, cuyo mayor orgullo es que sus hijos hayan logrado estudiar y hacerse gente de bien, está considerado como uno de los mejores cosecheros de tabaco de San Juan, que es como decir uno de los mejores de Cuba, y por tanto del mundo.
Así lo atestigua que fuera galardonado con el premio Hombre Habano del Año, en el 2006, en la categoría de Producción, durante el VIII Festival Internacional del Habano.
Lleva, además, casi sesenta años cultivando «tabaco tapa´o», el que se cultiva debajo de una fina tela para protegerlo del sol, el más delicado y exquisito de todos, el que sus hojas se utilizan para producir capas, la parte final que envuelve al Habano y requiere de una perfección absoluta para garantizar su calidad.
«Secretos, ninguno. Mi secreto es vivir en el tabaco, ocuparme todos los días de él; y además mi tierra es buena, agradecida. El tapa´o es de mucho cuidado, un rotico, un machuconcito que le den, ya no sirve para capa. El tabaco es una guerra diaria».