En la fábrica se despegan y rocían con agua las hojas destinadas a cada capa que durante su procesamiento han perdido humedad y se han tornado frágiles.
El oficio culminante es el del torcedor. Sobre su mesa o tabla coloca media hoja de capote, toma en sus manos diferentes tipos de hojas y las envuelve.

A la inversa de los viajes de los conquistadores europeos hacia las Indias (del Este al Oeste), el tabaco al salir de sus fronteras americanas viajó del Oeste al Este para dominar al mundo. Pero a la vez, en tal proceso fue conquistado por las condiciones socioeconómicas capitalistas entonces existentes en el viejo mundo. Dejó de desempeñar solamente el papel religioso-medicinal que ostentaba entre los aborígenes para convertirse en una mercancía más.

No obstante su rápida aceptación debido a la divulgación que le hicieron marineros, contrabandistas y comerciantes, el nuevo producto fue perseguido por los gobernantes de los diversos países. Felipe II, rey de España, prohibió en 1606 su siembra por espacio de diez años en sus colonias americanas. En breve se percató de que esta mercancía podía aumentar el contenido de sus áreas y, en 1614, abolió la orden para dar paso a la monopolización del negocio tabacalero, cuyo centro fue la ciudad de Sevilla.

Un hecho muy significativo en el desarrollo de la producción e industrialización tabacalera en Cuba fue el establecimiento por España del Sistema de Flotas, reglamentado por Real Cédula del 16 de junio de 1561. La Habana, dada su estratégica situación geográfica, se convirtió en Llave del Nuevo Mundo, tal como se le conoció con posterioridad. Su población flotante, que en tierra firme había adquirido el hábito de fumar, reafirmó en la capital cubana esta costumbre al consumir torcidos, hechos por los propios cultivadores. El tabaco de La Habana empieza a ser conocido y comparado con los de otros lugares y de tal contrapunteo emergió distinguido por su aroma y excelente combustibilidad. Es así que comienza a ser popularizado el Habano que tanta fama ha dado a Cuba con el aumento de su demanda en todo el mundo.

En Europa, sobre todo a partir del siglo xvii, la aristocracia se aficionó al consumo del tabaco en polvo. Los franceses para obtener el producto rasparon la hoja del tabaco, de ahí el nombre de rapé que tanto arraigo tuvo entre la nobleza. Por ello en Cuba, además de la producción del torcido, se produjo también tabaco molido para satisfacer la demanda europea.

Pero el desarrollo de este grupo de productores duró poco. Enseguida comenzaron las prohibiciones y de 32 molinos que llegaron a existir, en 1740 solo quedaban de 3 a 5. La elaboración de polvo de tabaco en Cuba fue un efímero movimiento industrial. La producción de tabaco torcido se vio limitada por el estanco del tabaco que se implantó definitivamente en 1717. Pero al abolirse este, en 1817, proliferaron las grandes tabaquerías en todo el país, en especial en La Habana. Se fundaron entonces fábricas como Hijas de Cabañas y Carvajal (1819), H.Upmann (1844), y Partagás (1845), mas en ningún momento estos talleres perdieron su condición de manufactura, de trabajo esencialmente artesanal.

En los años iniciales del siglo xix surgió una nueva forma de consumir el tabaco: el cigarrillo, que es picadura de tabaco envuelto en papel. Esta modalidad fue ganando adeptos, a pesar de que entonces era liado a mano, toscamente, y tenía poca aceptación entre los de gusto más refinado y exigente. Los elaboradores, aunque la mayoría trabajaba en sus casas o en los cuarteles militares, solían llevar a los talleres su tablero, su banquillo, así como el cuchillo y la uña de lata con la que doblaban los extremos del cigarrillo.

En poco tiempo esta variante ganó el beneplácito de los aficionados. Samuel Hazard, un viajero norteamericano que por esta época visitó el país al escribir Cuba a pluma y lápiz afirmó: «a donde quiera que se vaya en Cuba, se encuentra el cigarro con más frecuencia que el tabaco». La invención de una máquina que lograba cigarrillos más acabados fue el impulso principal. Así el producto satisfacía las exigencias de los sectores acomodados de los países ricos, y se ganaba popularidad en los grupos sociales de menor ingreso, especialmente entre las mujeres.

La primera máquina de la cual se tiene noticias en Cuba fue presentada en la Exposición Comercial de París en 1867, por José Luis Susini y Rioseco, propietarios de la fábrica Real e Imperial Factoría de La Honradez. A pesar de sus inconvenientes, la máquina de vapor permitió que hasta 1890 La Honradez produjera cerca de 40 millones de cajetillas destinadas a Sudamérica, Europa y Estados Unidos.

Mientras esto ocurría en la producción de cigarrillos, en el tabaco torcido no se lograba ninguna invención que mecanizara el proceso productivo. En 1925 se intentó introducir máquinas torcedoras producidas en Estados Unidos que fueron entregadas a la fábrica Por Larrañaga mediante el pago de un royalty. Tal fue la oposición de los obreros tabaqueros y los pequeños productores que el intento quedó frustrado. Después de terminada la Segunda Guerra Mundial se reiteró la tentativa, pero aunque hubo un consenso en cuanto la necesidad de introducir la mecanización para abaratar los costos de producción y poder competir en el mercado internacional, los grandes dueños de fábricas en contubernio con el gobierno auténtico de Carlos Prío Socarrás, pasaron por encima del acuerdo de producir tabaco torcido solamente para el mercado internacional. Esto motivó grandes conflictos sociales que solo fueron resueltos con la nacionalización de las fábricas de tabacos y cigarros después del triunfo revolucionario.

A partir de 1959 tiene lugar la concentración de la industria tabacalera. Surgen grandes centros de producción, tanto para el consumo interno como para la exportación, y se acercan las fábricas a los centros productivos de materias primas. La mecanización se desarrolla en dos etapas: la utilización de la máquina de bonchear (sistema semimecanizado que permite una alta productividad, gran ahorro de materia prima y mejoramiento de la calidad) y el trabajo en brigadas. Con la Revolución la industria se consolida y surgen nuevas fábricas; se examina el portafolio de marcas existentes hasta ese momento y se crean otras, cuyo ejemplo más elocuente es Cohiba. De esta forma, el tabaco cubano se ha ganado el beneplácito de los expertos fumadores del mundo quienes ponderan su valor artesanal y condiciones irrepetibles.