Montecristo, Punch y Hoyo de Monterrey son otras de las añejas marcas que forman parte de la historia nacional. A la derecha: los monarcas españoles figuran en esta pieza de alto valor para los coleccionistas.
La famosa tragedia de amor de Willian Shakespeare da nombre a esta marca de tabaco que este año cumple su aniversario 130.

El tabaco era el compañero inseparable del indio. Desde su nacimiento a su muerte, el indio vivía envuelto por los espirales del tabaco...» Estudioso del alma del cubano, don Fernando Ortiz definía así el lugar que ocupaba este cultivo en los primeros pobladores de la Isla. Similar visión fue captada por los asombrados españoles que acompañaron a Cristóbal Colón en su aventura americana en noviembre de 1492: «Hallaron estos cristianos por el camino mucha gente que atravesaban a sus pueblos, mujeres y hombres con el tizón en las manos y ciertas hierbas para tomar sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel...».

Aparecido en la Historia General de las Indias, este relato de Fray Bartolomé de las Casas legó a la posteridad las primeras noticias de la existencia de la hoja. Desde entonces y, por constituir el eje de la vida aborigen, es el tabaco un símbolo de cultura e identidad para nuestro país.

No me hagas la historia del tabaco, refrán que muchas generaciones han repetido, refleja la larga historia de una industria autóctona, pues si bien la cultura arahuaca en su paso por América y el Caribe permitió la llegada de esa planta a nuestro suelo, fue por Cuba, desde el siglo xv, que el mundo supo de ella y apreció su calidad, usos y elaboración. Ortiz estudia este proceso a lo largo de los siglos y lo cataloga como una expresión de lo que llamó “transculturación”, concepto que se evidencia en el paso del cultivo y uso del tabaco de manos aborígenes a españolas y después a las de los negros africanos. Así se introdujo su utilización, tanto por el comercio de contrabando como por el oficial, con las distintas formas de consumo –polvo, rapé (polvo al estilo francés), rollo, andullo, picadura y torcido–, con aprobaciones o prohibiciones de todo tipo. Para ello se crean utensilios de diferentes materiales, según el gusto de cada persona y su poder adquisitivo.

En 1717 el Rey de España, para tratar de frenar el comercio clandestino del tabaco por naciones enemigas, dictó el Bando del Estanco. Esta medida afectó las condiciones económicas de los vegueros, campesinos que cultivaban la aromática hoja, como dijera José Martí: «Con sus manos piadosas, del sol excesivo, del grillo rastrero, del podador burdo, de la humedad putrefactora». Contra tal disposición protestaron airadamente los vegueros en diferentes ocasiones desde 1717 hasta 1723, cuando se produce la rebelión que fue reprimida cruelmente por las autoridades con el ahorcamiento de 12 de los implicados. Esos hechos están considerados como la primera manifestación de rebeldía nacional. A pesar del Estanco el tabaco elaborado continuó, aunque limitada, su vida comercial. No es hasta 1796 que se tiene noticias de la primera tabaquería o taller, propiedad de Francisco Cabañas, donde se confeccionaban tabacos torcidos. En el siglo xix surgieron otros talleres pequeños para idéntico quehacer en casas particulares, cárceles, cuarteles, etc., y con ellos la especialización en la confección de los habanos, según los diferentes tipos en que se clasifican (las llamadas vitolas): largo, forma específica, grosor y tipo de tabaco.

En esta centuria ocurren hechos relevantes para el desarrollo y crecimiento del tabaco cubano. En 1817 se dicta el Bando que desestanca este comercio y como resultado, en los años sucesivos se incrementa el uso de los habanos en otras partes del mundo, además de en España, su natural consumidor y difusor. Con el mercado inglés se abre un amplio comercio a partir de los años 30, al punto de crearse para este, la vitola llamada Londres.

Surgen luego grandes talleres y marcas, aún existentes como: Partagás, Hoyo de Monterrey, Montecristo y Romeo y Julieta cuyos aniversarios se celebran especialmente en el presente año, por solo mencionar algunas de las que comenzaron a inundar el mercado internacional con su sello incomparable de distinción.

Punch, registrada en 1840 por un alemán de apellido Stockmann y adquirida posteriormente por el asturiano Manuel López, es una de las más antiguas marcas de esta industria. Por su parte Partagás, propiedad en sus inicios del catalán don Jaime Partagás Rabell, ha constituido una de las marcas más prestigiosas del mercado. Su majestuoso edificio, situado en la calle Industria desde 1845, la destaca como Real Factoría de Tabacos, mientras su vitolario continúa siendo preferido por muchos fumadores en el mundo. Hoyo de Monterrey (1865), de José Gener y Batet, hizo honor a la calidad del tabaco cultivado en la zona de San Juan y Martínez, en Pinar del Río. Obtenida por Inocencio Alvarez y José “Manín” García, Romeo y Julieta nos propone, como mensaje de amor escrito por Shakespeare, un vitolario admirado y demandado a lo largo de los 130 años de existencia. Y finalmente Montecristo (1935), instituida por Alonso Menéndez, con su Flor de Liz como logotipo hace revivir en aristocráticos habanos a esa obra brillante de la Literatura universal.

Como resultado de este desarrollo industrial aumentó el número de obreros dedicados al arte de cultivar y torcer el tabaco, tradición característica de la isla caribeña. En 1865 se inició en El Fígaro y Partagás la lectura en las tabaquerías, hecho que convertía al gremio en el más politizado y preparado culturalmente dentro de la sociedad cubana de entonces. Esta etapa se distingue por las luchas anarquistas a favor de las mejoras obreras en las que el periódico La Aurora, de Saturnino Martínez, tuvo un rol significativo. Pese a las diatribas contra los lectores, esta idea se extendió a todos los talleres y ha perdurado en el tiempo como un privilegio que, al igual que el Habano, solo pertenece a Cuba y a esta industria.

El período de 1868 a 1898 fue testigo del apoyo financiero, político y espiritual que los trabajadores de esta industria dieron a la lucha por la independencia de Cuba. La emigración tabacalera, muy especialmente la de Tampa y Cayo Hueso, colaboró plenamente con el Partido Revolucionario Cubano, organizado por José Martí en 1892. A él se unieron hombres como Juan María Reyes, José Dolores Poyo, Eduardo Hidalgo-Gato, Carlos Baliño y otros, muy vinculados al sector. No podemos olvidar el papel protagónico del tabaco en el alzamiento de 1895, pues envuelta en uno de los criollos ejemplares llegó a Juan Gualberto Gómez la orden del inicio de la contienda. No es casual entonces que las primeras huelgas obreras con la instauración de la República, el 20 de Mayo de 1902, hayan sido encabezadas por los obreros del tabaco: la Huelga de los Aprendices (1903), la Huelga de la Moneda (1906) y las luchas sociales frente a la mecanización de la industria tabacalera a partir de 1925 son, entre otras, ejemplos de la acción gremial durante el período republicano.

El habano y su industria han ocupado una posición cimera en la economía de la sociedad y su desarrollo ha repercutido notablemente en la conformación y fomento de la cultura e identidad nacional. Luego del triunfo de la Revolución Cubana nuevas marcas y vitolas han sido creadas por nuestros tabaqueros, continuadores de la tradición y fama internacional de esta rama. Cohiba, la más famosa, y unidas a ella, Trinidad, Cuaba, Vegueros, Vegas Robaina, San Cristóbal de La Habana y la más reciente, Guantanamera, han permitido que Cuba sea el país donde se unan por excelencia en indiscutible trilogía: tierra, sol y manos expertas que hacen de nuestros habanos los de mayor fama internacional.