Legionarios de buenos oficios
La Habana tiene distinción, pero no presume de modernidad desenfrenada, de ese afán lucrativo que, en tantas ciudades del mundo, hizo que barrios enteros fueran desmantelados de manera implacable, sin tener en cuenta valores históricos, arquitectónicos o culturales. Por eso impresiona cuánto se ha hecho para salvar el núcleo urbano de la capital cubana, una zona monumental, donde la inmensa mayoría de sus edificaciones son consideradas valiosas.
Hace apenas unos años el panorama era francamente desolador. Era el rostro de la orfandad, la ruina, el abandono. La gesta restauradora fue incentivada a partir de 1982, con la inclusión del Centro Histórico de La Habana y su sistema de fortificaciones en la lista de Patrimonio de La Humanidad instituida por la UNESCO, pero cobró particular impulso desde 1993, cuando la Oficina del Historiador de la Ciudad –presidida por el Doctor Eusebio Leal Spengler- amplió su autoridad jurídica y financiera para acometer las obras de recuperación del esplendor de la zona colonial.
La estrategia ha sido trabajar progresivamente en las plazas emblemáticas y su entorno: la de Armas, la de la Catedral, la de San Francisco de Asís y la Vieja, así como en las calles principales de comunicación entre ellas.
Un proceso complejo, como si se tratara de ir colocando piezas hasta armar un rompecabezas. Llegar luego hasta la Plaza del Cristo, ya en La Habana más profunda. Avanzar, avanzar. Ese es el empeño de quienes participan en la resurrección. Sí, porque quien camine ahora por el Centro Histórico, el corazón de la ciudad –o La Habana Vieja, como los cubanos prefieren llamarle- no pueden evitar una sensación de gratitud hacia quienes hacen posible la transformación.
En tal cruzada intervienen expertos en múltiples disciplinas. Desde arqueólogos, arquitectos, ingenieros, economistas e historiadores hasta sociólogos, artistas y científicos. Ese enjambre también se nutre, por supuesto, de cientos de obreros calificados, imprescindibles en faenas constructivas que requieren la meticulosidad de los detalles en la restauración de bienes inmuebles.
La magnitud de los proyectos requiere mano de obra especializada, en demanda creciente, y a fin de responder a ese reclamo desde 1992 funciona la Escuela Taller “Gaspar Melchor de Jovellanos”, adscrita a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. VIEJOS OFICIOS EN MANOS JÓVENES. En la calle Teniente Rey, muy cerca de la Plaza Vieja -una de las joyas del renacimiento del Centro Histórico de La Habana- está ubicado el edificio que acoge la Escuela Taller “Gaspar Melchor de Jovellanos”, encargada de la formación de operarios calificados en las faenas de intervención constructiva, como prefiere calificarlas Daniel Taboada, Premio Nacional de Arquitectura, y uno de los pilares de la colosal obra que se acomete en el núcleo fundacional de la ciudad. Gracias a los seis cursos impartidos ya en ese centro, 385 jóvenes se han sumado a las labores de restauración. Una vez egresados tienen la garantía de empleo en alguna de las empresas constructivas adscritas a la Oficina del Historiador de la Ciudad. El ingeniero Eduardo González Delgado, director de la escuela, explica que allí actualmente se ofrece capacitación y adiestramiento en ocho especialidades: albañilería, cantería, carpintería, pintura mural, forja, yeso, vidrio y pintura de obra. En otros años el espectro de materias ha sido más amplio, de acuerdo con la demanda de fuerza laboral.
A cada convocatoria de matrícula se presentan hasta 400 aspirantes, de uno y otro sexo, de entre 17 y 23 años, para la selección de un centenar teniendo en cuenta sus aptitudes. La premisa del centro es aprender en la práctica. Por eso a los alumnos puede encontrárseles, varios días a la semana, a pie de obra, junto a técnicos y profesores. En un principio, para descubrir los secretos de oficios casi relegados, se contó con el inestimable aporte de operarios ya retirados, que pusieron su sapiencia de años al servicio de una nueva legión de obreros. “Los viejos maestros han ido dando paso al relevo, precisamente jóvenes aventajados egresados de la propia escuela”, comenta González Delgado.
Alumnos de la Escuela Taller “Gaspar Melchor de Jovellanos” tienen en su aval haber participado en trabajos de reconstrucción o restauración de diversas edificaciones. Desde el monumental Convento de San Francisco de Asís y la formidable fachada de la Catedral de La Habana, hasta inmuebles que hoy acogen al Convento de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida y al Centro Geriátrico “Santiago Ramón y Cajal”. Actualmente laboran en la que fuera mansión del Conde Cañongo, en la calle San Ignacio esquina a Teniente Rey, en la Plaza Vieja.
Hoy asistimos al descubrimiento de otra Habana Vieja. Esa que al fin va saliendo de su letargo y se reanima con una dinámica en la cual la reconquista de la magnificencia de vetustas edificaciones se suma a la obra extraordinaria de bien social.
Porque junto a palacios, casas señoriales, fortalezas e iglesias de antaño, surgen museos, escuelas, centros asistenciales, viviendas, parques. Como corresponde a un Centro Histórico vivo, que tiene en cuenta la preservación de los bienes patrimoniales pero también la rehabilitación social. Y la inteligencia, la sensibilidad y la dedicación de muchos jóvenes tienen una contribución sustancial en tamaña empresa.