Obra de la escultora Gilma Madera, el Cristo de La Habana preside la entrada de la bahía. Mientras, la Virgen de Regla o Yemayá es una de las deidades de más popular arraigo en la ciudad.

La bahía de La Habana fue casi un impedimento para fomentar el este de la ciudad y su mejor acceso a toda esa parte del país hacia el oriente, incluido su enlace terrestre con la playa de Varadero. Hasta sus conexiones más cercanas se dificultaban, no obstante existir desde siglos atrás un servicio de transporte marítimo entre La Habana Vieja y sus dos pequeñas poblaciones ribereñas, del otro lado de la rada, Casablanca y Regla.

El primero de estos barrios ultramarinos está al pie del lomón de La Cabaña, donde se encuentran la sede principal del escuchado Instituto de Meteorología y el respetado Cristo de La Habana. En tanto Regla, la otra población adyacente a la bahía, ubicada entre dos de sus ensenadas, se vincula geográficamente con la villa originalmente india de Guanabacoa (donde se concentró a los aborígenes oriundos de Cuba que deambulaban dispersos por la comarca habanera). Esta ciudad marítima tiene en su emboque portuario a la ermita hispana de la Virgen de Regla, que hoy el sincretismo afrocatólico reconoce como la milagrosa Yemayá, en tanto salva sus orígenes marineros y el hecho de ser la santa patrona del puerto de La Habana.

Las archifamosas lanchitas de Regla, que parten y desembarcan por aquí, se han convertido en un motivo emblemático de la bahía, en su incesante ir y venir desde su otro atracadero en el habanerísimo Muelle de Luz. De aquí salen también itinerarios hacia Casablanca, en línea con el viejísimo tren eléctrico de Hershey, que aún enlaza regularmente con la ciudad de Matanzas.

El ciclópeo Cristo de La Habana se colocó allí en los últimos días de la dictadura de Fulgencio Batista, cuando faltaba muy poco para el triunfo de la Revolución, en 1959. A la enorme obra escultórica, trabajada en mármol blanquísimo y visible desde lugares muy lejanos, se obligó en los momentos más críticos del ataque revolucionario al Palacio Presidencial, en 1957, la esposa del tirano, que prometió erigir el Cristo si el dictador salía vivo de ese intento de eliminarle, como así fue.

El respeto a la profesión de fe que esta imagen infunde y el arte de la creadora que lo esculpió, garantizaron la permanencia a la entrada marítima de la capital de Cuba de este Cristo de La Habana, entonces sin una santa historia. Se afirma que su físico se corresponde al de un joven arameo, al que la autora trasladó el rostro de su amado en el parecido estatuario. No pocas parejas jóvenes recién casadas dejan sus ramos de flores al pie de la impávida gran escultura que también recibe la visita de otros creyentes y curiosos interesados en fotografiarse junto al Cristo y al paisaje urbano de La Habana Vieja y su bahía, que se divisa desde ese punto elevado.

Reflectores rojos y grúas gigantes Las luces del Puerto de La Habana, el mayor de Cuba, suelen rebasar la silueta nocturna de la ciudad. Sus reflejos en el cielo, cual si fueran un potente faro de luz difusa, se divisan a muchos kilómetros mar afuera, indicando a los buques de travesía que se acercan o cruzan, que aquí mismo está la capital de Cuba. La carga y descarga de mercantes es incesante e intensa, para hacer llegar a la economía interna lo que traen de afuera o para llevarse lo destinado a otros mercados, y desde luego para evitar el pago de sobre estadías.

Los altos reflectores de la TCH (Terminal de Contenedores de La Habana, una mixta en asociación con su homóloga mayor del puerto de Barcelona) parecen desde lejos una fogata inmensa. Junto a esos rojizos gases de yodo, se hacen ver las extrañas y enormes grúas que figuran manos gigantes descargando, amontonando y encimando los contenedores de acero llenos de productos, sobre raros camiones o alargadas planchas ferroviarias del tren carguero Flecha Roja, que con puntualidad exacta sale a cada día con rumbo a Santiago de Cuba y paradas intermedias. Hasta y desde el TCH habanero entran y salen convoyes ferroviarios, que se cruzan en puntos del país con meridiano tiempo. Desde los atraques, molinos y almacenes de cereales a granel, se realiza la distribución a camión o ferrocarril, con destino a almacenes e industrias de La Habana y más allá. La carga suelta, que aún es frecuente, se almacena brevemente en las naves aduanales y en las bases de depósitos cercanas a la ciudad, o de provincias, a lo que ayuda la densa red vial terrestre.

Los arribos con equipamiento y materiales para las inversiones en marcha se dinamizan desde aquí por la Autopista Nacional, en sus direcciones este y oeste, que enlazan destinos de la mitad o más del territorio nacional. De igual forma se utilizan las líneas principales del ferrocarril en una u otra dirección, con sus ramales norte y sur, todas adyacentes al Puerto de La Habana y con priorizada vía libre. Muchos medios llegan para las zonas turísticas en fomento, para hoteles o servicios, y su desembarque y trasiego interno se organiza con alta efectividad, no pocas veces con el tren Flecha Roja, de ida y vuelta. El semicírculo que es La Habana, limitado al norte por el mar, ha tendido radialmente sus vías terrestres y el tiempo de carga-descarga se mantiene bajo la mirada atenta de los exportadores-importadores, cuyos negocios no pueden perder dinero.