Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, es una necrópolis que cada día resulta más visitada por turistas nacionales y foráneos en busca de conocer más sobre la historia de personalidades que allí descansan, y admirar la excelencia del arte funerario atesorado en este singular recinto. Estos recorridos forman parte del turismo de cementerio o necroturismo, modalidad que cada día gana más adeptos en varias regiones del mundo.

El cementerio santiaguero atesora un conglomerado de mausoleos, panteones y tumbas iluminados por el radiante sol del Caribe que, contrastado con el verde de jardines y montañas, asegura un tránsito inusual y atractivo por el paisaje funerario, diseñado y organizado para enaltecer la memoria y evocar escenas relevantes de la trayectoria vital de la nación.  En mármoles y bronces, se refleja la excelencia del arte funerario recreado a partir de referentes estéticos, esencialmente vinculados a lo mejor del arte clásico europeo, pero en su mayoría asociados a la religión católica, salida de los templos para dar paso al modelo de paisaje funerario que posee el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia. 

Tras el silencio que llena el espacio, el visitante podrá encontrarse con un universo de imágenes, seres de mármol, piedra de cantería o granito que recrean infinidad de figuras inspiradas en pasajes de la Biblia y en el imaginario de santas y vírgenes del universo católico; las cuales evidencian además vínculos con la realidad de lo vivido. Todas ellas influyen en el ambiente psicológico del sitio, donde prima el recogimiento, la expectación y la sensibilidad humana hacia lo desconocido.

En este singular paisaje funerario, las cruces realzan el concierto de ángeles, madonas y querubines, cristos crucificados, santos y santas, realizados en un sinnúmero de actitudes, escalas y alturas, en el mejor mármol de Carrara o Pietra Santa, regiones de Italia que fueron las principales suministradoras de las Casas Marmolistas. 

Los ángeles se revelan como protagonistas de alto interés. Es solo en los cementerios, y de forma muy especial en Santa Ifigenia, donde se puede apreciar esta legión de mármoles escultóricos alados. Su presencia vital se destaca como símbolo; son múltiples las actitudes y emociones: el dolor; el sufrimiento por la ausencia; la desesperación por lo inesperado; la resignación ante lo inevitable; el ascenso al cielo, el desconsuelo, la protección del alma…  Otro símbolo que siempre atrae la mirada del visitante es la cruz, con un amplio repertorio de tipos y formas que enriquecen al conjunto funerario. La diversidad se alcanza por el rico legado de diseño, que va desde protagonista en conjuntos escultóricos hasta complementada con otros atributos decorativos ya sean mantas, orlas, querubines y palomas, así como pequeñas imágenes en metal del Cristo crucificado. Esta cualidad fue posible por la persistente presencia del mármol blanco y su capacidad de brindar formas como resultado de la inspirada talla de escultores y maestros. Igualmente resulta interesante la gama de cruces de hierro forjado y, en ocasiones, fundidas, caracterizadas por su aspecto de dibujo lineal y marcada transparencia. Pueden ser vistas, además, sobre lápidas en las tapas y fondos de las construcciones funerarias, por lo general relacionadas con las inscripciones e integradas a los diseños. 

Curiosamente en el repertorio de la escultura funeraria, se reitera la figura femenina como sinónimo de maternidad, amor filiar y belleza, acompañada de atributos que la definen como una virgen del dolor, aun cuando se encuentren representaciones menos ortodoxas. Existe un diálogo entre la belleza y la muerte, entre la mujer y el dolor, emanado del momento final de la vida. Así, la madona –del italiano madonna – representación de la virgen María sola o con el niño Jesús, es una imagen inspiradora del imaginario de buena parte de la escultura en la necrópolis. Sin embargo, el término es aplicable a un rango más amplio donde la mujer–madre, la mujer-amante, se personifica en formas diversas. Un ejemplo recurrente es la imagen de una mujer cargando la cruz, cubriendo con un manto, un ánfora de cenizas o entregada a la resignación de una oración devota.

Dentro del espacio funerario, acompañando la presencia imponente de los ángeles, se encuentran por doquier los angelotes y querubines: niños regordetes con alas, que también demuestran el sufrimiento y el pesar. Es sin duda, otra expresiva representación del arte escultórico funerario, ellos no sonríen, son conscientes de la complejidad emocional del lugar, al que aportan lo sublime de la inocencia, la capacidad de emplearse con dos destinos principales: como guardianes o sirviendo de carroza celestial juntando sus alas.

Al recorrer la necrópolis se tropieza con infinidad de estos pequeños seres alados, laboriosos y llamativos por la inusual postura de acompañamiento a la muerte. El mármol blanco estatuario permite con calidad manifiesta el lujo de esculpir los detalles, de sacar vida a la piedra, de entregar un repertorio significativo de actitudes a través de un imaginario bello, atractivo, pero sobrecogedor y emotivo.

La variedad lograda es la muestra más elocuente de cuánto significa un gesto, cuánto aporta una posición o una acción detenida para la eternidad en el mármol. La visión del cementerio se personaliza y engrandece con la presencia reiterada de este enjambre de criaturas fantásticas que envuelven el mundo del silencio.