Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
Fortaleza que se abre a la bahía santiaguera.
Monumento al lugarteniente general Antonio Maceo y Grajales, héroe de las epopeyas independentistas cubanas en siglo XIX.
Casa del conquistador Diego Velázquez y de Gobierno en el Parque Céspedes, corazón de la ciudad.

Santiago de Cuba, la ciudad-héroe. Es corriente encontrarse en Santiago, la segunda ciudad del país en cuanto a población, a no pocos vecinos descendientes directos de veteranos de las guerras de independencia del siglo xix. Quizás por eso admire, en su entrada, la hilera de monumentos de la treintena de generales que dio al Ejército Libertador, y que sus nombres y efigies aparezcan también en parques y memoriales históricos. También en Santiago de Cuba es común hallar por sus calles a combatientes vivos, hombres y mujeres, entonces casi niños, que fueron verdaderos héroes participantes en la riesgosa lucha clandestina y guerrillera que tuvo lugar contra la última de las dictaduras. Placas de bronce o mármol recuerdan una acción revolucionaria o a un héroe caído en una balacera o asesinado por las hordas represivas policiales. Hasta el histórico ataque al Cuartel Moncada, que era la segunda fortaleza del batistato, ubicada en la ciudad, provocó atroces crímenes por la soldadesca contra la rebeldía sin par del pueblo. El cementerio local de Santa Ifigenia, donde vinieron a parar los restos del Héroe Nacional José Martí, caído en combate en 1895, es igualmente la tumba de innumerables patriotas de todas las gestas revolucionarias, razón que también distingue a Santiago de Cuba con la condecoración nacional de Ciudad-Héroe de la República de Cuba.

El muy santiaguero Parque Céspedes. Quizás sea el centro, del centro histórico de Santiago de Cuba. No es una plaza muy amplia, pero cabe toda la gente de Santiago, no se sabe cómo. Se localiza frente al edificio del Ayuntamiento, que en su fachada reproduce la Medalla de Héroe de la República de Cuba para la ciudad, y al otro lado, la Catedral, por donde se entra a la calle Heredia, de trovas y poesía, y al conocido hotel Casagranda. Hay varios edificios elegantes y, enfrente, una casona muy antigua, restaurada, donde radica el Museo de Ambiente Histórico, otrora residencia del Adelantado Diego Velásquez, jefe de la conquista española de Cuba a principios del siglo xvi.

La conga en medio de la calle. Cualquiera en Santiago pierde la compostura cuando, en carnavales, se escucha el pam-parampampam-parampampam de la conga en medio de la calle. No es solo debido al ritmo motivante de la percusión afrocubana dando golpes sobre la madera, a falta de un cuero estirado encima de cualquier caja abarrilada, y de un pedazo de acero dando y dando arriba de una vieja llanta de auto, sino el enigmático meneo que impone la corneta china, o todo de conjunto. Y hasta en los pasos acompasados de los músicos maestros que nada saben del pentagrama escrito, pero que dirigen con sapiencia la conga santiaguera sin parar, reiterando sus versos una y otra vez, y arrollando con su multitud enardecida detrás y siguiéndole, es cuando el género parece abandonar de una vez los salones de más finura y tomar la calle caliente.

La Isabelica en las alturas. Hay quien afirma que el cantaíto de los orientales, esa forma melodiosa y simpática de enfatizar al hablar y que descubre pronto al criollo de Santiago de Cuba o de sus provincias vecinas, se entronizó aquí con los franceses que llegaron de Haití a finales del siglo xviii y principios del siguiente, huyendo de la sublevación negra. Aquellos, que entraron con algunos de sus esclavos afrancesados y con ideas de la revolución francesa, reimplantaron la economía de plantación esclavista y ciertas novedades técnicas y productivas que transfirieron a Cuba la supremacía de la exportación de café. Muchos llegaron por Santiago de Cuba, y fueron portadores de ideas mercantiles modernas, de la cultura europea y hasta de las corrientes iluministas en boga, que dejaron su huella en la ciudad y en cientos de cafetales fundados en las cumbres y vallecillos cercanos. También dotaron de redes de caminos de montaña, acueductos, secaderos, almacenes y campos de café a la sombra, y grandes y lujosas residencias, en actualidad en ruinas y veladas por la vegetación lujuriosa del trópico, ahora objeto de un cuidadoso redescubrimiento arqueológico e histórico. Uno de los exponentes más completos de esa época de auge, en esta franja montañosa oriental de casi dos centenares de kilómetros, es el antiguo cafetal de La Isabelica, a mil metros de altitud, en la sierra de La Gran Piedra, que perteneció al colono francés Victor Constantin, quien trabajo allí casado con una esclava. Hoy se considera el lugar un verdadero museo etnográfico y muestra fundamental de la cultura productiva franco-haitiana y cubana, en el conjunto de los cafetales franceses, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

La Virgen de la Caridad del Cobre. En el antiguo poblado minero del Cobre, en Santiago de Cuba, coinciden hoy la devoción por la Virgen de la Caridad, patrona católica de los cubanos, y la memoria a los esclavos negros que allí extraían el mineral, hace siglos, y supieron hacerse libres. Historiadores del pasado solían decir que en este lugar se pisaba más este metal que la tierra, y quizás ello se debiera a la enorme montaña de cobre que denunció el vecino Núñez Lobo a las autoridades coloniales a principios del siglo xvi. Esto hizo posible que las excavaciones se constituyeran como la mina más antigua del imperio español del Nuevo Mundo. El sitio se pobló, a tres leguas de Santiago de Cuba, y no se demoró mucho la saca de cobre con destino a una fundición en La Habana que hacía cañones. Efímeros períodos de prosperidad incrementaron sus rentas, pero como sus concesionarios no rendían cuentas claras y contraían deudas, se intentó cobrar lo pendiente a los esclavos, en medio de muy duras condiciones de vida y trabajo. Ello fue la razón de los cautivos para negarse a trabajar y escapar a las montañas selváticas cercanas y alzarse libres, en el siglo xviii. Para entonces se había levantado en el poblado un rústico templo para venerar una imagen de la Virgen hallada por tres de aquellos hombres en la bahía de Nipe, al norte, lo que se consideró un milagro y reanimó a la estancia minera. El gobierno de Santiago intentó obligar al vecindario a trabajar en la mina, pero el Consejo de Indias, en 1781, resolvió eliminar aquel injusto sometimiento. Mina Grande volvió a producir cobre, se construyó un ferrocarril y se hizo célebre el santuario, luego dedicado a la devoción cubana por Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. El Papa Juan Pablo II, en su visita a Cuba en 1998, coronó la imagen, que es visitada por creyentes de todo el país y del exterior, junto a la antiquísima mina que ya no produce mineral, y en cuya serranía del Cobre se ha erigido un monumento al cimarrón, que es el minero esclavo escapado y hecho libre.

El Morro, castillo de San Pedro de la Roca. La fortaleza se levanta a la entrada de la bahía de Santiago de Cuba desde 1643, en lugar prominente, hoy mirador de gran parte de la Sierra Maestra, el litoral y de la ciudad y puerto. La historia recuerda el sentido ataque del francés Jacques de Sores y de otros piratas. En consecuencia la fortificación fue construida, a la usanza renacentista, para defender a Santiago del asedio de los filibusteros, como parte de un sistema defensivo diseñado por el italiano Juan Bautista Antonelli. En la batalla naval de 1898, por el canal frontal de San Pedro de la Roca desfilaron uno a uno los buques de la flota española del Almirante Cervera a presentar pelea, cuando su armada fue atrapada por los navíos norteamericanos, apostados afuera, que los cazó y destruyó a la vista del Morro santiaguero. Se inició así la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, que siguió con el desembarco de soldados de Estados Unidos en sus playas. Alguno de los buques hispanos fueron hundidos frente a este litoral y aún mantienen sus pecios a la vista, en el arrecife costero oeste. En esta cornisa serrana se sitúa la nueva y pintoresca carretera marítima hacia el poblado de Pilón, en la provincia Granma, con sus cementerios del pasado, donde se enterraban a los enfermos de las montañas que, esperando una goleta que los llevaran al hospital de Santiago, se morían sin esperanza en aquellas soledades.