Pinar del Río
Los morros verdes. En cualquier día luminoso de La Habana, que son muchos, se dejan ver hacia el Poniente los primeros montes firmes de la Sierra del Rosario, espinazo central de la vecina Pinar del Río, que a distancia se dibujan como desafiantes morros enhiestos y guardianes celosos de la naturaleza tropical, casi intocada, que manda en esa provincia. Una cómoda autopista les flanquea por el sur y da acceso, en unos 45 minutos, a paisajes de bosques verde intenso, ríos y arroyos descendentes y saltos de agua como el de Soroa, donde el Manantiales cae desde 23 metros, en medio del piar de la avifauna nacional y migratoria. La ávida naturaleza se ha tragado aquí en dos centurias a infinidad de cafetales de franceses y esclavos negros, que hoy solo trabajan arqueólogos e historiadores. Todavía se escuchan historias que parecen leyendas, del Angerona, de principios siglo xix, con los tempestuosos amores de una ardiente mulata haitiana y un colono francoalemán que la quiso hasta la muerte.
El Che Guevara en Los Portales. Se ha llegado a decir que una cordillera verde fue puesta, como decoración, a lo largo de la flamante autopista a Pinar del Río. No es difícil identificar su pródiga reserva de la biosfera y sus sinuosas carreteras, y los intramontanos baños medicinales de San Diego, que descubrió un esclavo enfermo desahuciado que se curó en ellos, ni los cuidados parques de La Güira en el monte, y más adentro el enorme brocal de la cueva de Los Portales, donde el Che Guevara estableció su secreta comandancia militar en la crisis de los cohetes del lejano octubre de 1962.
El mejor tabaco negro del mundo. Los valles planos de tierras rojísimas y fértiles de Pinar del Río, no son los ideales para el tabaco negro de Vuelta Abajo, reconocido como el mejor del mundo. En esta zona central de la provincia produce la célebre hoja grande, sedosa y aromática en los suaves inviernos de Cuba, en tierras areno-arcillosas de color ocre y fertilidad media, que el uso constante de materia orgánica y los cuidados de agricultores y sus familias convierten en gris subido, de mayores rendimientos. Muchas fincas se cubren de tela de mosquitero para mitigar el sol y las plagas, con sus cultivadores subidos en increíbles zancos, en plantíos intensivos de San Luis, San Juan y Martínez y en campos cercanos a las ciudades de Pinar del Río y Consolación del Sur, donde se mide la eficiencia según la calidad de las hojas que por su calidad y tamaño puedan envolver, como capas, a los supremos y únicos Habanos.
Los mogotes de Viñales. Se localizan en Pinar del Río y en unos pocos lugares del planeta estas singulares montañas de elevadas laderas verticales, ahuecadas por la milenaria erosión de las aguas subterráneas e invadidas de la exuberante vegetación afincada en los alvéolos que ha dejado el desgaste. Lo maravilloso de esta rara Sierra de los Órganos son los espléndidos paisajes de sus valles llanos rojos que con frecuencia son abrazados por la blanca niebla como si fuera un inmenso mar desbordados en el que los mogotes parecen islas. Estos grandes lomones pétreos aislados, son en realidad los duros reductos calizos de cavernas gigantescas trabajadas por las aguas, desde tiempos geológicos, en las que los mogotes resultan las columnas de las vastas espeluncas desplomadas. El conocido Valle de Viñales es uno de los más impresionantes paisajes de estas raras montañas, con cavernas, estancias campesinas y ríos subterráneos, navegables en pequeñas lanchas.
Un neoclásico rural y los fantasmas de la colonia. En medio de los mogotes y sus valles se halla el pueblito de Viñales, con sus casas de bajo puntal que conservan los aires neoclásicos del siglo xix, en una curiosa y sencilla variante rural y única, de columnas redondeadas y capiteles ornamentados y techos rojos con tejas criollas de barro. Una pequeña plaza con iglesia, parque y casa de gobierno, donde se escuchan ruidos misteriosos de noche y los pasos de un militar rayadillo, del ejército colonial español, que se deja ver, encantan al caserío. Afuera adorna la atávica palma de corcho, que ni es palma ni es de corcho y resulta un fósil vivo de 250 millones de años.
Península de Guanahacabibes. Estrecha franja de naturaleza intocada, con valiosa vegetación autóctona y fauna de iguanas, jutías, cerdos jíbaros y venados de cola blanca, y una diversa avifauna del país y de paso, y numerosas playas en donde desovan las tortugas marinas. Sus selvas y costas se han mantenido solitarias por casi cinco siglos, salvo aislados emigrados gallegos y criollos, portadores de leyendas de naufragios y enterramientos de tesoros por piratas, que las utilizaron como refugio y emboscada.
Playa María la Gorda. En un flanco de la extrema península de Guanahacabibes, se halla este sitio tranquilo, propicio para el buceo contemplativo, la foto submarina y el descanso. Dispone de comodidades y está rodeado de la salvaje naturaleza predominante, y en su transparente y cálido mar posee una gran biodiversidad multicolor, cavernas y corales. Se cuenta que María la Gorda pudo ser una joven venezolana secuestrada por los piratas siglos atrás o la víctima de un ignoto naufragio que sobrevivió en tan deshabitado lugar.
Cabo de San Antonio. Es el extremo occidental de Cuba y de Guanahacabibes, y los destellos de su faro de Roncali, levantado en 1850 por esclavos negros, peones y chinos semiesclavizados, se aprecian a 18 millas mar afuera en el transitado Estrecho de Yucatán, acceso del Mar Caribe al Golfo de México y viceversa. Lleva el nombre de Antón de Alaminos, marino hispano que tuvo tierras en la zona y se dice proveyó a Hernán Cortés en su expedición a México. Cerca opera hoy una pequeña estación de descanso y suministro de agua potable, combustible y vituallas para las embarcaciones de paseo que recalan por aquí.