En el Caribe, concretamente en la isla de Puerto Rico, la fotografía hatenido una larga tradición.

La región caribeña no ha sido lo suficientemente estudiada. Aún cuando sus islas fueran testigos del tan llevado y traído “Encuentro entre dos culturas”, es significativo cómo, pese a existir un interés creciente en el análisis de su producción artístico-simbólica, pocos son los estudios que, desde un enfoque global, se acercan a sus procesos artísticos y sociales en tanto países de disímil origen. La particular disposición de sus tierras convirtió al espacio Caribe en un sitio de confluencia, de fuerte transmisión e intercambio cultural.

Igualmente, la historia del arte caribeño, aún por escribirse, se ha de concebir como fragmentaria y heterogénea, dada la variada y compleja elaboración simbólica de sus realidades. Asimismo, la imagen fotográfica ha carecido de una mirada que ubique los aportes de innumerables artistas caribeños dentro de la Historia de la Fotografía Universal, lo que determina un desconocimiento internacional de sus potencialidades como discurso autoral.

Si en un inicio la fotografía sustituyó las ansias de representación de infinidad de sectores sociales en el mundo entero, dada su calidad documental, también estuvo al servicio de acciones o situaciones prácticamente invisibles para el arte. La muerte, las deformaciones físicas o lo relativo a procesos judiciales y escándalos, asumieron un protagonismo en la foto de prensa desde su aparición y uso a fines del siglo XIX. Así se conformó una historia gráfica de las sociedades no sólo desde las clases en el poder y su participación en el devenir social de las naciones, sino a través de figuras y personajes, muchas veces considerados “poco fotogénicos” por su carácter marginal. Si miráramos la producción artística del siglo XX, podríamos apreciar cómo el ideal de belleza rector del “deber ser” del arte, a partir del no menos excluyente canon occidental, ha sido cuestionado una y otra vez por los creadores, en un afán por extender los límites de la creación artística.

En el Caribe, concretamente en la isla de Puerto Rico, la fotografía ha tenido una larga tradición, por demás poco reconocida, destacándose la vertiente documental como la de mayor fuerza. Algunos fotógrafos puertorriqueños contemporáneos, imbuidos del espíritu nacionalista heredero de la vanguardia de la primera mitad del pasado siglo, buscaron en las tradiciones, la religiosidad y las festividades, revisar el tópico de la identidad y plantearla, en ocasiones, desde una visión intimista. En esta línea, aunque con sus particularidades, encontramos los excelentes trabajos de Héctor Méndez Cartini y, más recientemente, de Víctor Vázquez.

Sin embargo, otra es la mirada de Sandra Reus cuando a fines de los años ochenta realiza su serie Belleza en carnada. Aquí la fotógrafa dirige su lente hacia los llamados “concursos de belleza”, tan frecuentes en los países de la región, que representan la aspiración de infinidad de adolescentes en todo el mundo. Sandra documenta el proceso de “transformación” de la niña en mujer, de la candidez al afeite. Su lente nos descubre la inutilidad de un ideal de belleza al que tienden estas jóvenes cuya apariencia trata de reconocerse como símbolo sexual, para lograr el ansiado reconocimiento social. La perspectiva de género que asume la fotógrafa se ve reforzada al escoger como título un juego de palabras que cuestiona la visión de la mujer-objeto tan explotada por las sociedades machistas en su doble carácter de consumidoras y de “producto vendible”.

Develar la falsedad de las poses y vestimentas incongruentes, así como la parafernalia que acompaña estas ceremonias, nos impele a reflexionar sobre el papel de la mujer y la necesidad de una re-visión del imaginario que la sustenta. Cuando observamos estas imágenes sentimos la inconformidad de la fotógrafa que denuncia los excesos, la enajenación y el simulacro como actitudes derivadas de un concepto que busca en lo externo la medida de la consagración personal.