Bonsáis. El arte de los árboles en miniatura.
Entre brumas de opio y anhelos de eternidad, en los templos taoístas chinos nació hace más de dos mil años este arte de manipular los árboles con una dedicación paciente, hasta convertirlos en criaturas diminutas y objeto de culto al considerarlOs provistos de poderes divinos. Hoy constituye un hobby que gana cientos de adeptos en el mundo.
Los cultivadores de bonsáis suelen ser de una personalidad detallista y si no lo fueron de origen, se vuelven metódicos y dedicados porque la lógica drástica de estos arbolillos es vivir tanto cuanto mejor se les cuide; o morir, inevitablemente. En eso consiste el milagro milenario chino de reducir a un cerezo o a un olmo al punto de meterlos en una fuentecilla minúscula (tokonoma), después de años de educación, convertidos en miniaturas exóticas con todos los atributos del árbol en estado natural y bajo posibilidad de que vivan su ciclo biológico completo. Desde sus orígenes, el arte del bonsái se sustentó en la capacidad de reproducir todas las características de un árbol desarrollado en la naturaleza, en un árbol pequeño cultivado en maceta. Por eso solía preferirse trabajar con especies existentes en las altas montañas expuestas a condiciones difíciles, que ya poseían formas especiales y curiosas, adquiridas en su lucha prolongada e intensa contra las adversidades climáticas. El esfuerzo por imitar las caprichosas sinuosidades y adaptaciones formales del árbol en su escenario natural, hizo que con el tiempo se estableciera una larga serie de estilos y clasificaciones de bonsáis, según estrictas especificaciones que desarrollaron e internacionalizaron, fundamentalmente, los japoneses. Y es que Japón, sin ser la cuna del bonsái, lo hizo también suyo desde hace unos 700 años. Ahora es el lugar al que se le reconoce el mérito de haberlo perfeccionado y hecho un arte virtuoso. Por cierto, cerca de Tokio, en la encantadora villa de Omiya, se concentra una veintena de grandes huertas - viveros con exhibidores para el público dedicados exclusivamente al cultivo de bonsáis, por lo que la pintoresca villa se ha convertido en el asiento predilecto de los grandes artesanos y estilistas de este arte en el país, y el sitio del mundo con la mayor colección de ejemplares. Hay que imaginar el laboreo constante, la dedicación absoluta durante años, porque un bonsái no es una planta genéticamente empequeñecida, sino que logra esa escala por el trabajo del hombre; quien le da forma, le poda el tronco, las hojas y las raíces cada cierto tiempo, por períodos y con métodos e instrumentos dependiendo de la especie o el estilo del bonsái, y según normas de riego, trasplante y fertilización de muy estricto manejo para la buena salud de la planta. Por eso se asegura que el ideal más preciado del bonsaista profesional o aficionado es, además de los imprescindibles aspectos estéticos y de singularidad tan altamente valorados, saber que el tesoro fruto de su dedicación podrá acompañarle e incluso sobrevivirle en varias decenas de años, como una herencia que habrán de mimar, después, hijos y hasta nietos. Ese es el instante mágico en que este arte tan exquisito alcanza la cúspide de la perfección cual amago de eternidad, afirmándose como expresión de espiritualidad y amor a la naturaleza, para muchos una verdadera pasión, casi culto.
Las convenciones internacionales exigen exponer los bonsáis en sus típicas macetas vidriadas llamadas tokonoma, siempre acompañadas por algún elemento exterior como un simple cartelito, algún pequeño arreglo floral o el tradicional suiseki, una roca sencilla con valor especial al menos para el coleccionista o propietario, que debe también presentarse sobre base elegante.
Estilos clásicos Chocan. Se distingue por la silueta triangular y el tronco recto, con una verticalidad casi perfecta. Moyogui. Tronco sinuoso pero de vertical disposición y copa en forma de triángulo. Sacan. La inclinación del tronco supera los 45°, si bien no deja de tener en su conjunto una silueta triangular. Kengai. Bonsái cascada con el ápice del tronco por debajo del fondo de la maceta. Han Kengai. Versión menos pronunciada que el anterior, que clasifica como estilo semicascada, con el ápice del árbol por debajo del borde superior del vaso, pero sin llegar a su fondo. Fukinagashi. Árbol educado para que parezca barrido por el viento, con toda su masa inclinada hacia un mismo lado, al estilo de los que crecen sobre acantilados al borde del mar o en las montañas. Neagari. Caracterizado por sus raíces expuestas, usualmente sobre una roca y con el aspecto formal que quiera proveerle el propietario según cualquiera de los estilos precedentes. Bunjin. Tronco esbelto y una copa escasa sobre el ápice mismo.
Consejos para cuidar su bonsái en casa • Garantizarle buena incidencia del sol colocándolo en sitios abiertos preferiblemente. Si se cultiva en el interior de la casa, reservarle la ventana más luminosa y darle vuelta a la maceta con regularidad para evitar los efectos del tropismo. • Regar siempre que se detecte seca la superficie de la maceta, con agua de lluvia en lo posible o un agua que se haya dejado reposar por 24 horas, para limpiarla del cloro y otros químicos. Aplicar el riego de forma delicada con alguna regadera para no debilitar el sustrato, sobre el que muchos bonsaistas recomiendan dejar crecer algo de musgo sin que tape las raíces del árbol, lo que ayuda a conservar su humedad y le aporta, también, elegancia. • Aplicar fertilización, básicamente, en los momentos de crecimiento y formación de yemas y nunca hacerlo con plantas débiles o enfermas, ni en el primer mes posterior a su transplante o poda. • El bonsái que ya se adquirió educado, tiene que someterse a periódicas podas de mantenimiento que tienen como principal objetivo cuidar y acentuarle su forma o estilo. Hay que disponer de algunos instrumentos que pueden comprarse en tiendas especializadas y el principio a seguir es podar siempre las ramitas cuando tienen 7 u 8 pares de hojas, cortando por encima de los 2 ó 3 primeros pares. Además hay que limpiar el árbol de hojas amarillas y brotes en el tronco. • Por el riego constante, los drenajes y la propia avidez nutricia de la planta, el sustrato del bonsái debe reponerse más o menos cada dos o tres años, aun si muestra todavía una apariencia sana. El mejor momento de hacerlo es a la altura de abril o mayo, cuando las yemas están hinchadas pero no han abierto los brotes. Hay que extraer la planta de la maceta y recortar entre uno y dos tercios de la masa radicular, procurando que su volumen supere el del follaje, al cual también hay que hacerle un corte. No obstante, como se trata de una operación delicada de la cual puede depender la vida del ejemplar, siempre se aconseja acercarse a profesionales o cultivadores aficionados con experiencia.