Estatua de Cristóbal Colón en Santo Domingo.

Muy cerca de las playas color turquesa, los palmerales casi infinitos y lujosos resorts está el país profundo, mestizo, con más de 500 años de historia e intensos cruces culturales. El punto de entrada ideal a Dominicana es Santo Domingo, capital primada de las Américas, moderna y con un centro histórico incluido en 1990 en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Repúplica Dominicana

Como otras grandes capitales del Caribe, Santo Domingo creció de un villorrio con decenas de almas y casas de madera y guano a imponente ciudad fortificada. Fue la primera del Nuevo Mundo, en 1496; y más de 500 años después conserva aún su empaque colonial y algunas primicias del continente: la primera catedral, el primer monasterio, el primer obispado, la primera fortaleza, el primer hospital, la primera obra hidráulica, la primera universidad y la primera Corte de Leyes. De sus museos, plazas y calles de fachadas coloniales como las de La Habana, Cartagena o el Viejo San Juan, se puede pasar a conocer el monumental Faro de Colón; y recordar a cuántos conquistadores partieron a otras tierras desde sus costas, viejas testigos de la voracidad de los piratas que operaron en las aguas del Caribe allá por los siglos XVI y XVII y entre los que la historia de República Dominicana recuerda especialmente a Francis Drake, quien le asestó un duro golpe en 1586. Más allá de la Ciudad Colonial, con sus añejos palacios convertidos en cálidos cafés y bares, pequeños hoteles y restaurantes, está la Plaza de la Cultura, tranquilo y verde oasis que reúne los museos del Hombre Dominicano, del Arte Moderno, de Historia y Geografía y de Historia Natural, la Biblioteca Nacional y el Teatro Nacional. Santo Domingo es ciudad diversa, aireada por el mar y agraciada por el arte en la piedra y el tiempo. Siempre sorprendente del Barrio Chino al Conuco; del Alcázar de Colón (donde vivió Diego, hijo del Almirante) a los museos del Ámbar y el Mercado Modelo, gran feria de artesanías dominicanas; del Carnaval y sus desfiles de febrero en la avenida costanera George Washington, a las orquestas de merengue en el Bulevar del Expreso de la Avenida 27 de Febrero. El Parque Nacional Submarino La Caleta, con dos barcos-museos hundidos para el buceo y su cementerio indígena; el Jardín Botánico Nacional; las cuevas cercanas de lagunas subterráneas con pinturas rupestres; las fortalezas y hasta el tradicional mofongo, el sancocho o el pescado con leche de coco que pueden degustarse en sus tradicionales restaurantes, son también símbolos culturales de este destino. - El país profundo Santo Domingo es puerta de entrada a un país que, situado en una isla binacional compartida con Haití, marcado por el mestizaje y la imbricación de tradiciones comunes a las naciones caribeñas, combina una naturaleza impactante con una cultura definida por el ritmo del merengue y la cadencia de la bachata, carnavales y fiestas patronales de fuerte colorido, tradiciones y leyendas que son mezcla del imaginario europeo y africano y que crecieron a la sombra de los cafetales o en la inmensidad de los cañaverales. En el país donde existen más de dos mil sitios de interés arqueológico relacionados con las comunidades precolombinas, conviven hoy los cultos sincréticos, el vodú que comanda Papá Legbá, «religión sudorosa y alcohólica del azúcar», como la llama el novelista Marcio Veloz Maggiolo; las prácticas animistas y la simbiosis –literariamente fértil– de supersticiones e imaginación. Es quizá su parte menos conocida, influida por las inmigraciones forzadas desde África y más tarde desde Haití y otros países del Caribe (los llamados cocolos): los bailes y toques de santo al ritmo de «los palos»; el folclor de las fiestas patronales distintas según la ciudad: Montecristi, Santiago o San Pedro de Macorís; las brujas y el Galipote, Lugarú o Zángano, tan poderoo y capaz de todo que según la leyenda puede trocarse de hombre en animal. Es la Dominicana profunda, corazón del país natural y cultural. - Dominicana lo tiene todo Este es el nuevo slogan de República Dominicana ante el mundo. En la última edición de FITUR, en España, el secretario de Turismo, Francisco Javier García, explicó que el lema en cuestión proyecta la diversidad de atractivos turísticos de la nación, dentro de los que citó el ecoturismo, la aventura, el turismo histórico y el cultural. «De lo único que carece República Dominicana es de nieve», dijo. Siempre habrá muchos caminos que tomar en este país, ya sea visitando la comunidad artística de los Altos de Chavón, cerca de la Romana; los portentos naturales del Lago Enriquillo y el Hoyo de Pelempito o las extensiones de exuberante geografía interior y costera de Samaná, verdadero santuario de las ballenas jorobadas en el Caribe; la provincia de Espaillat, de larga tradición alfarera, o Puerto Plata, también famoso por sus joyas de ámbar; como lo es Barahona, por el Larimar, piedra semipreciosa de origen volcánico de color azul que sólo se halla allí. Una vez se aventure por esos caminos de naturaleza y cultura, más allá del sol y las playas, estará más cerca del ser dominicano y alcanzará su máximo valor el viaje a este país caribeño.

La Catedral Primada de América Esta joya americana comenzó a construirse hacia 1520 y fue ordenada como Catedral Metropolitana y Primada de América por el Papa Pablo III, en 1546. Venerada desde entonces, llegó a nuestros días, como el primer recinto que acogió al Evangelio en el Nuevo Mundo, aún a pesar de que todavía era un templo inconcluso. Con un largo en su interior de 55 metros y un ancho de 23, ciertamente no es una edificación de escalas imponentes; pero su valor consiste en su historia, en su gran cantidad de piezas religiosas y pertenencias de ex votos que constituyen un valiosísimo tesoro. La catedral tiene 14 capillas, más la capilla mayor; y sendos altares y retablos en las cabeceras de las naves laterales, consagrados respectivamente a la Santa Reliquia y el Ave María, con un estilo que remeda el gótico tardío, por momentos; e incluso el plateresco, que se advierte mejor en la sillería del coro. Los exteriores dejan ver un interesante esfuerzo constructivo y son una mezcla de estilos como el isabelino y el románico, que aparece en sus portadas más antiguas; además del mudéjar y el plateresco. Un fuerte acento herreriano domina la fachada norte del edificio, con un frente primorosamente arreglado en los códigos renacentistas de aquel momento