La perla de la Cordillera
Merida Venezuela
Ciudad situada a 1.640 metros sobre el nivel del mar con multiples atractivos y amenidades que la convierten en una promesa para cualquier visitante
Después de algunas indagaciones, partí a Mérida colmado de expectativas y la cámara fotográfica en ristre. Porque no había venezolano que dejara de mencionarla, mientras trataba de informarme sobre los más bellos parajes y destinos en ese país de tantos contrastes y riquezas naturales. Así me repetían… «tienes que ir a Mérida». Y tenían razón. Las sorpresas comenzaron en pleno vuelo, cuando de entre las nubes irrumpió la gran cordillera andina. En medio del paisaje asomó después un nido de tejas rojas en lo profundo de las impresionantes montañas cubiertas de nieve –era Santiago de los Caballeros de Mérida, anunciaba la aeromoza de la Santa Bárbara Airlines. La ciudad de Mérida exhibe, orgullosa, los secretos de la eterna juventud. Se respira en el aire, se disfruta a cada paso por sus limpias calles, se evidencia en la risa y en el deambular de los miles de jóvenes que la adornan por doquier. Su fórmula tiene que ver con la mezcla que resulta de un clima sumamente agradable –19 ºC como promedio–, la belleza del paisaje intramontano y el trato cordial y hospitalario de su gente, que es una constante. Una ciudad juvenil, pero con larga historia Fundada en 1558, sus orígenes se remontan a las exploraciones del español Juan Rodríguez Suárez, quien la instauró allí sin poseer autorización para ello, osadía que pagó con su vida. Hoy es la capital del estado venezolano del mismo nombre ubicado en la región occidental de Los Andes y rodeado por los estados de Barinas, Táchira, Trujillo y Zulia. Mérida descansa sobre una alargada meseta a 1 640 metros sobre el nivel del mar, escoltada por la Sierra Nevada y su imponente Pico Bolívar –de nieves perpetuas y con una altura de 5 007 metros. Junto a él se erigen los picos Humboldt y Bonpland, con una altitud de 4 942 y 4 882 metros respectivamente; y el llamado pico La Concha, de 4 942. El pintor y naturalista alemán Anton Goering (1836-1905) visitó Mérida para estudiar su flora y su fauna y quedó enamorado de sus bellezas. Escribiría después, «Mérida puede ser llamada con toda justicia la Perla de la cordillera… le tocó en suerte un clima de perenne primavera, donde nadie puede quejarse de calor o de frío». Su población ronda los 250 mil habitantes y es en la actualidad una de las ciudades más atractivas de Venezuela, con un centro colonial de edificaciones bien preservadas y el ambiente juvenil que genera la Universidad de los Andes (ULA), entre las de mayor tradición del país y la segunda más antigua, alma máter de personalidades de la vida nacional. Es precisamente la presencia multitudinaria de jóvenes –en la ULA se forman más de 35 mil estudiantes–, la que hace ver inundados de ellos parques, cafés, restaurantes, centros nocturnos… todos los rincones de la ciudad. Andan en todas las direcciones y son en importante medida la fuente nutricia de la vida cultural y social de Mérida, un añadido que le genera vitalidad, anima sus calles y la mantiene viva y alegre todo el año. Esa especie de bohemia estudiantil me atrapó, aunque en realidad exprimí cada gota de mí tiempo: caminé hermosas plazas, en particular la Bolívar, corazón de la ciudad –con el busto más antiguo del Libertador en el país–; la Beethoven, muchos y variados lugares, parques. Entonces nuestra joven guía, con cierta vanidad, aprovechó para informarme que Mérida posee mayor cantidad de parques que cualquier otra ciudad venezolana. Visité el Palacio de Gobierno, donde se le otorgó a Simón Bolívar el título de Libertador, el 23 de mayo de 1813. Y aprecié los encantos de la Catedral, declarada Basílica Menor por Su Santidad Juan Pablo II; la Iglesia de Milla, la Casa de los antiguos Gobernadores, el Mercado –muestrario de costumbres locales y su tradición artesanal–; y la Heladería Coromoto, reconocida por sus más de 800 sabores, algunos tan exóticos como el de jengibre o el de aguacate, y otros bastante extraños como los de pulpo, calamares, o champiñones al vino, un sitio único en el mundo a tal punto que figura en el libro Guinness de Récords Mundiales. Insisto en la insoportable brevedad del tiempo. Porque Mérida seduce, porque no es lugar para viajes rápidos o estancias cortas. Me quedó mucho por ver y conocer no sólo de sus atractivos naturales y culturales, sino de su gente, que vive a un ritmo diferente, quizás algo que está relacionado con la propia idiosincrasia andina, según me pareció. Atractivos fuera de la ciudad Fuera de la ciudad están los pueblos andinos que dan a la zona un aire colonial y remoto. Mucuchíes es uno de ellos; y Timotes y Santo Domingo, con gran tradición acuícola y reconocido por ser donde se crían las mejores truchas en la región; sin dejar de mencionar a Chachopo, notorio por su artesanía. El parque nacional Sierra de La Culata exhibe asombrosas lagunas glaciares y allí es posible avistar el cóndor de los Andes, ave de las mayores en el mundo todo un símbolo de los pueblos andinos. Apartaderos es otro de los principales centros turísticos ubicado en los páramos merideños, con sus arroyos, nevadas y escarchas en los días de riguroso frío, cuyos pobladores se dedican al cultivo de hortalizas y viven en casas de muros de piedra y techos de tejas, como en tiempos del medioevo en Europa. Esta ruta recoge la experiencia turística que ofrece la ecorregión de Los Páramos, en pleno corazón de la cordillera de Los Andes, entre los parques nacionales de La Culata y de Sierra Nevada. La zona se presta, especialmente, para el turismo de aventura, el agroturismo y el turismo activo. Un lugar donde a veces se registran copiosas nevadas, es el pico El Águila (4 118 m), que constituye el punto más elevado de la carretera trasandina y el sitio pavimentado más alto de Suramérica. En su cima resalta un monumento a Bolívar, representado por un cóndor que sostiene una medalla con la efigie del Libertador. Si prefiere los parques temáticos, no se puede perder Los Aleros, reconstrucción del típico pueblo andino de los años 30 del pasado siglo; y La Venezuela de Antier, que ofrece una visión de cómo eran la vida y las tradiciones de Venezuela, hace cincuenta años. Si es amante del café, vaya a la Hacienda La Victoria, en Jaji, la más antigua granja del país dedicada al cultivo de este grano y donde podrá conocer detalles sobre su explotación, caminar entre plantaciones y visitar el museo La Ruta del Café. Como ofertas deportivas destacan la pesca, el ciclismo de montaña, el kayak, el canotaje, el montañismo y las caminatas. Las altas cumbres merideñas y sus laderas, también ofrecen inigualables escenarios para el excursionismo y la escalada; mientras resultan muy recomendables las excursiones que se organizan a las lagunas Mucubaji y Negra, donde hay botes y en sus alrededores puede disfrutarse de cabalgatas o practicar el senderismo en íntima complicidad con la naturaleza.
Teleférico de Mérida: el mundo a tus pies Una de las mejores opciones turísticas de la ciudad es el teleférico de Mérida, visitado cada años por miles de personas y hasta hoy, el más largo y alto del mundo, con 12,5 kilómetros de recorrido hasta el pico Espejo, a 4 765 metros, una montaña apenas superada en altura por el Mont Blanc de los Alpes europeos. Fue construido por las empresas francesas Applevage, Egeca y Agecom en el año 1956 y constituye una grandiosa obra de ingeniería conformada por cuatro tramos independientes entre sí, donde las cabinas viajan de manera sincronizada, uniendo la ciudad de Mérida al Espejo, localizado en los más hermosos escenarios del Parque Nacional Sierra Nevada. De este punto se organizan excursiones y visitas a aldeas andinas de los alrededores, muy apacibles, muy pintorescas, con sus tejidos artesanales de vivos colores, hojaldres y otros dulces a base de trigo. Ahora mismo el teleférico está siendo sometido a mantenimientos, pero según el ministro de Turismo de Venezuela, Alejandro Fleming, cuando estos trabajos concluyan en prudencial plazo, será el más moderno del planeta, además de que preservará los elementos que lo han hecho destacarse como el más largo y alto del mundo.