Vista parcial de la Plaza Mayor de Trinidad.
"La Cánchanchara es una taberna establecida en una vivienda trinitaria del siglo XVIII cuya popularidad debe a un cóctel de igual nombre que preparan allí con aguardiente, miel, limón y hielo. Además se puede degustar el jugo natural de la caña –guarapo– extraido artesanalmente y comprar postales, libros y artesanías."

En vivos revuelos el pasado cubre el enjambre de tejados seculares de esta ciudad situada al centro sur de Cuba, los palacios de sus antiguos patricios azucareros y vecinos de abolengo, sus calles empedradas, viejos conventos y templos que se integran en uno de los mejores conjuntos de arquitectura colonial en todo el Caribe, declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988, junto a su vecino valle de San Luis o de Los Ingenios.

Trinidad siempre ha cautivado al visitante con su carácter ancestral y remoto, donde tradiciones y mitos se mezclan con la realidad. Es una de las primeras villas fundadas por los españoles en Cuba, tempranamente en el siglo XVI, y lo que le hace muy especial es que mantenga su aire añejo, de ciudad detenida en el tiempo o viceversa. Para los expertos constituye referencia ineludible del urbanismo español en Latinoamérica y eso, por haber llegado a nuestros días con bastante de lo que tuvo en su momento –en 1755, por ejemplo, Trinidad tenía 264 cuadras y 32 calles y callejuelas, cinco mil 840 habitantes, 56 haciendas de ganado mayor y menor, 25 ingenios de azúcar y miel, 105 estancias, 104 vegas, ocho tejares y tres tenerías. Es alrededor de ese período que se ubica el inicio de una época de esplendor de la ciudad asociado a las producciones azucareras del vecino valle de San Luis, demarcación trinitaria donde hacia fines del siglo XVIII molían 40 ingenios que tributaban hasta 60 mil arrobas de azúcar por zafra y que, en 1846, le merecieron a la localidad estar entre los cuatro primeros productores del rubro en la Isla. Pero tras años de bonanza, activo comercio y opulencia, el último cuarto de la centuria decimonónica depara a Trinidad un irremediable vuelco hacia el ocaso, debido al deterioro de su industria azucarera, los estragos derivados de las guerras independentistas y la retirada de buena parte de sus más acaudalados vecinos, que dejan de invertir en la ciudad y así esta, en la práctica, queda abandonada a su suerte. Sólo en 1919 se instala un ramal que enlaza a Trinidad con el ferrocarril central y son construidas dos carreteras en la década del 50 que la conectan con Sancti Spíritus y Cienfuegos, con lo que se resuelven de una vez viejas dificultades de accesibilidad por tierra, pero sin más consecuencias. La actividad económica de la otrora gran fábrica de caudales, a partir de las plantaciones de caña de azúcar y el sudor esclavo, seguiría reducida por mucho tiempo a la artesanía y la producción de tabacos y cigarros y su otrora prosperidad, sin reaparecer. De modo que el verdadero resurgir de Trinidad comienza a concretarse como resultado de las labores de restauración y res­cate de sus valores patrimoniales, emprendidas allí por el Es­ta­do cubano a partir de los últimos años sesenta y reforzadas en las décadas más recientes. Gracias a estos esfuerzos conservacionistas, la también conocida como Ciudad Museo o Bella Durmiente de Cuba, recuperó su encanto de época y devino uno de sus principales atractivos turísticos, además de referente insoslayable de arquitectura colonial en Latinoamérica, con gran concentración de construcciones impecables de los siglos XVIII y XIX y un Centro Histórico hermoso y totalmente restaurado en sus tres kilómetros a la redonda, cuyo núcleo es la irrepetible Plaza Mayor. Este es precisamente el punto del cual los guías locales suelen recomendar que los visitantes empiecen a caminar por las calles de Trinidad. Cerca se encuentran interesantes museos y varios de sus inmuebles más destacados como la Iglesia Parroquial Mayor, el Palacio Brunet, el Palacio Cantero, la Casa de los Conspiradores, la taberna La Canchánchara… que se alcanzan en recorridos cortos y sin gran necesidad de informarse previamente, pues en esta pequeña ciudad los itinerarios suelen entrecruzarse. Así Trinidad ofrece la posibilidad de dejarse llevar en cualquier dirección, trazarse rutas espontáneas y hasta proponerse perder el rumbo para desembarcar en rincones inesperados, irrepetibles, plazuelas o espacios arbolados a la vista de casas elegantes de colores pasteles, entre gente jovial y hospitalaria que parece haber olvidado los duros momentos de un pasado a la vez glorioso y trágico, hoy convertido en su principal fuente de ingresos. Ese es un tópico con el que los trinitarios cargan sin ningún complejo: ser parte de una ciudad que vive casi exclusivamente de su historia, reivindicar los viejos tiempos como una manera de existir y haber retomado para ella la importancia que alguna vez tuvo, ahora gracias a la curiosidad y las continuas incursiones de cientos de miles de turistas al año.