EN LA PARADISÍACA ISLA VENEZOLANA, LAS PERLAS QUE APENAS INTUYÓ EL ALMIRANTE DE LA MAR OCÉANA PUEDEN JUNTARSE EN EL RAMO DE INOLVIDABLES CEREMONIAS DE BODAS

Seguramente Venezuela subía a un altar cuando se le desprendió una joya. El tesoro «escondido» en el Caribe, a 40 km del litoral continental suramericano, sugiere desde su nombre cuánto tiene que ofrecer: en 1498 Cristóbal Colón la llamó La Asunción, pero muy pronto fue rebautizada, según dicen, por la cantidad de perlas margaritas que abrillantaban sus aguas. Esa hermosura es la que busca un creciente número de parejas para comenzar, con sublimes augurios, el primer día de toda su eternidad.
Margarita: así, como ramo de novia, comenzó a llamarse el trozo de maravilla que antes de la llegada del Almirante de la Mar Océana los aborígenes denominaban Paraguachoa; esto es, sitio de peces en abundancia. Porque, como los pretendientes, los peces saben escoger. 
Los enamorados con sed de belleza pueden celebrar su boda en un hotel, en una villa privada o un rancho típico, al filo mismo de las olas o en una embarcación a su gusto. ¿Quién ha dicho que al amor verdadero no le seduce la aventura?
La mejor pregunta del homo sapiens y el «Sí, quiero» que suele premiarla encuentran particular inspiración en este seductor entorno de más de 50 playas entre las que destacan, a puro turquesa, El Agua, Parguito, El Yaque, Manzanillo y La Caracola; ideales, antes, durante y después de la luna de miel, para quemar calorías haciendo bodyboard, windsurf, surf, snorkel, golf, buceo y cabalgatas. Hasta los incorregibles de la soltería tienen que envidiar a quienes tejen allí el primer nudo del lazo más tierno.
Flores naturales, fuegos de artificio, luces inteligentes, antorchas, atardeceres irrepetibles, arcos, alfombras, mobiliario y, sobre todo, organizadores que se prendan de las bodas como se enamoran los novios involucrados, integran el guión de una ceremonia que cuenta, además, con menús de cocina internacional o platos típicos de Margarita y Venezuela.
Ya sea que los enamorados escojan una cena íntima a la vista del horizonte o una mesa para muchos invitados, Margarita está dispuesta a servirles la maravilla que guarda al fondo de sus aguas: el corocoro, su pescado típico; el pargo; el jurel; el sapo de piedra; el carite; la sardina; la carachana; el chipichipi y otras tentaciones que, solo por la satisfacción que regalan, se erigen en auténticos afrodisíacos que los recién casados pueden saborear justo antes de un postre de dulces naturales hechos con coco, lechosa o piña.
Como novios de la mano están conectadas las dos partes de la isla por el Parque Nacional Laguna de La Restinga, espejo de agua de mar, a menudo teñido por el rosado de los flamencos, que reúne todos los méritos para figurar en el diario de bodas que un día repasarán los hijos.
En la capital La Asunción y en la ciudad colonial Pampatar, entre castillos, fortines e iglesias singulares, las caminatas románticas propiciarán planes de familia.
Esta isla coloca todo al alcance de un deseo: ya sea por modernas carreteras o senderos singulares, a pleno sol o bajo túneles frondosos, los novios encuentran dónde comprar artesanías y orfebrerías que les recuerden para siempre, en casa y hasta en sus cuerpos, una fecha ya inolvidable.
El final de una ceremonia puede ser en Margarita el comienzo de otra, porque después del «Acepto» y antes de la luna de miel, una hermosa mujer lanzará la isla en ramo y la amiga que lo atrape volverá allí, muy pronto, a casarse.