Un paraíso bajo las estrellas
Hoy con más elegancia, calidad artística, color y música que nunca, su magnífico espectáculo ha agregado un uso más versátil y creativo de sus luces y sonido. El original night club habanero surgió entre los grandes mangos centenarios de la antigua Villa Mina. Con su salón Bajo las estrellas y sus primeras mil sillas, batió un record para un montaje deslumbrante al aire libre y una deslumbrante coreografía que no se parece a ninguna otra. Bailarinas y figurantes con rostros y cuerpos maravillosos y atuendos espectaculares, parecen redimir sobre su escenario a las estilizadas féminas danzantes de la Fuente de las Musas.
Situada a la entrada de Tropicana, la fuente es obra del italiano Aldo Gamba quien la colocó en la misma posición en el Casino Nacional, en 1920, y luego fue adquirida para el cabaret en 1952. El joven escultor de esta obra imperecedera tuvo un triste final del que nadie se acuerda: se enamoró de una modelo francesa de su grupo escultórico, y como aquella no le amó, se pegó un tiro, que no lo mató pero le dejó ciego. Gamba finalizó su vida en un campo de concentración nazi, y Las Musas… siguen aquí, en su baile silente y admirado.
Por otra parte, la llamada Bailarina de Tropicana, ubicada dos años antes en su vestíbulo, fue creada por la cubana Rita Longa. Esta escultura se ha convertido en un símbolo universal de Cuba y del magno centro nocturno, donde baila con su inmóvil y solitario giro de estilo clásico, a pesar de que el night club es un reconocido santuario de la conga, el son y la salsa cubana. La efigie, a reducida escala, suele entregarse como un trofeo memorial o un souvenir a las más descollantes figuras artísticas que actúen o visiten Tropicana. Además en su minúscula versión en plástico, sirve como revolvedor a los más apetecidos cócteles, cual pequeña reliquia que los parroquianos cargan para sus distantes hogares, como testigos de la noche de cabaret en La Habana. El Tropicana habanero se precia de haber presentado en sus funciones nocturnas y de madrugada a estrellas del espectáculo de medio mundo, músicos, bailarines y cantantes como Bola de Nieve y Rita Montaner, u otros muchos de Cuba. De igual forma ha recibido a divas como Josephine Baker, y a Nat King Cole, el hombre de la siempre dulce melodía norteamericana. Sus pistas de tabloncillo fueron desgastadas por generaciones de bailadores de sabrosos danzones acompasados por las pailas orientales, o el danzonete, el mambo y el chachachá.
Y ahora, miren eso, por la música salsa contemporánea que es cubana, con el sonido y el vaivén criollo, para continuar como sede universitaria del meneo con los cueros estirados, el viento de la corneta china o la trompeta sin sordina y los golpes en la madera. El cabaret Tropicana ostenta el record de 100 000 espectadores mensuales en sus mesas, con toda elegancia y buen servicio, en insólitos shows cuya música trasciende a la vieja arboleda que le sirve de tape, para no despertar al vecindario.
La Habana nocturna tiene aquí su catedral, pero en toda la ciudad existen otros focos espectaculares semejantes, como el selecto Cabaret Parisién del Hotel Nacional de Cuba, en otras boites de nuit… ¡o en medio de la calle!, cuando desfoga el Carnaval por el Malecón, con sus comparsas antiguas de viejas negras danzantes con un habano encendido en la boca y sus pasos lentos pero rítmicos, acompañados de la percusión y de las coreografías irreverentes de jóvenes bailadores que parecen no cansarse nunca; y también con los bongoseros, las farolas con las velas prendidas y los grandes muñecones inquietos y provocadores.