Dos catálogos y un agujero de gusano
Según los astrofísicos un agujero de gusano “es una hipotética característica topológica del espacio-tiempo”, lo que quiere decir, en buen castellano, que por ahora todo esto es sólo una hipótesis y que, por el momento, debemos olvidarnos también de las máquinas del tiempo al estilo de los filmes de ciencia ficción producidas en Hollywood y otros lares. Sin embargo, un archivo, por pequeño que sea, es un medio eficaz para transportarnos al pasado, sin que corramos el riesgo de desintegrarnos o convertirnos en meros espaguetis. Hoy tomé la decisión de “viajar” al primer expediente de la primera gaveta de mi archivo y extraer de allí la copia de un documento, bien resguardado por cierto, que data de 1848. Se trata del “Catálogo de los cuadros al óleo que componen la esposicion [sic] pública de nobles artes, abierta en los salones de este Instituto, el día 1ro. de Diciembre de 1848” y en cuyo encabezamiento puede leerse “Liceo Artístico y Literario de La Habana”.1 Nos remitimos al útil Diccionario de la Literatura Cubana, tomo I y encontramos: LICEO ARTÍSTICO Y LITERARIO DE LA HABANA. Fue fundado el 15 de septiembre de 1844 a iniciativa de José de Imaz, José Miró y Ramón Pintó, que como miembros de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, fundada en 1829, solicitaron al gobernador de la isla la transformación de la misma en Liceo. Su objetivo estuvo orientado al fomento de las letras y las bellas artes, y a la vez a dar a sus asociados distracciones y entretenimientos. […] Estuvo integrado por las secciones de Literatura y Lenguas, Ciencias, Música, Pintura, Escultura y Arquitectura y Declamación […] El documento en cuestión es una hoja impresa por ambos lados y, a pesar de sus 162 años, contiene más información que muchos de los “catálogos” de exposiciones recientes en los que, dentro de unos pocos años, nadie podrá desentrañar cuándo, quién y para qué se imprimieron; por lo tanto estamos ante una buena lección de nuestros antepasados. Este vetusto documento, sin embargo, tiene bien clara la fecha en que se inauguró (1ro. de diciembre de 1848); el lugar en que se expuso (Liceo Artístico y Literario de La Habana) y la cantidad de obras presentadas al público (184). Distingue además los géneros de las obras de acuerdo con el criterio de la época: retratos, naturalezas muertas, paisajes, estampas religiosas, etc. También las escuelas: italiana, española, flamenca, francesa. Los famosos nombres de Rafael, Murillo, Velázquez, Ticiano y Rubens aparecen con frecuencia en la lista, aunque salvo excepciones, no como autores de las obras expuestas sino como: “atribuidos a”; “copia de”; o “escuela de...”. Las piezas que se encontraban a la venta tienen indicado el precio (que fluctuaba entre 1 y 3 onzas). Entre los autores relacionados encontramos solamente a dos artistas nacidos en Cuba: Arturo Tomás Codezo (1834-1900) que exhibe una miniatura titulada “Un divino rostro”, y a José Cotera, alumno de San Alejandro, entre 1846 y 1850, con una copia de Rafael y dos retratos. Este documento por sí mismo puede considerarse valiosa fuente de información acerca de los gustos y costumbres de la época, y denota la existencia de un incipiente coleccionismo en La Habana de mitad del siglo xix. Aunque suponemos que la mayoría de las obras eran de pequeñas y medianas dimensiones –nada se menciona en el catálogo sobre el particular–, la cantidad de obras relacionadas hace suponer que debieron ocupar un espacio de gran amplitud, aun conociendo el alto puntal de las casas y la costumbre de apilar los cuadros en las paredes, unos arriba de los otros. Transcurren cuarentaidós años hasta encontrar el próximo documento en el archivo, no significa que no se hayan organizado exposiciones durante estos años, de hecho tenemos varias referencias a exposiciones, incluso personales, efectuadas en La Habana y Santiago de Cuba, sólo que la documentación no se encuentra en el archivo o simplemente nunca existió. El documento en cuestión fue impreso para divulgar y promocionar la participación cubana en L’Exposition Universelle Internationale de 1900 á Paris. En el mismo se recogen detalladamente todos los productos agrícolas, industriales, científicos, artesanales y artísticos que se exhibieron en un Pabellón cubano, donde la fachada del edificio ostentara dos banderas, la de Cuba, a la derecha y la norteamericana, a la izquierda.2 Precisamente, en la portada de este catálogo se reproduce una bandera cubana desplegada al viento mientras debajo se observa una pintura de un paisaje rural, concebido por un artista cubano residente en París, llamado Juan Ruiz y Ruiz. De este pintor que se presenta como miniaturista se exhibe una obra titulada “Pacto de Mefistófeles y Fausto”, realizada sobre marfil. Veinte años después, en 1920, en el Salón de Bellas Artes, de la Asociación de Pintores y Escultores, se encuentra su nombre entre los expositores. Un total de veintiún pintores y tres escultores conforman la representación de Cuba, con alrededor de cuarenta obras entre óleos, dibujos y tallas. Entre los artistas presentes se destaca Leopoldo Romañach, con su obra “La convaleciente”, que años más tarde se perdería en un naufragio en las aguas del río Mississippi. También se encontraba en la muestra Armando Menocal con un retrato. Mucho interés provoca la presencia de un conjunto de fotografías de cinco autores cuya composición resulta llamativa. El primero, Gregorio Casañas, fue uno de los fotógrafos que realizó su trabajo en los campos de batalla de la Guerra del 95; aparece residenciado en Sagua la Grande. Otros tres H.J. Miles ¿norteamericano? (Matanzas), Pedro J. Pérez (Cárdenas) y Calixto Ruiz de Castro (Matanzas) están representados por retratos y vistas de ciudades. Los más conocidos del grupo son los fotógrafos habaneros del Estudio Otero Colominas con un conjunto de retratos de “señoritas cubanas”. Como si fuera poco encontramos en el Capítulo XVII de esta publicación un dato de mucho interés para la historia del arte en Cuba. Se trata de una relación de las participaciones del país en otras exposiciones mundiales, como la de París, 1867, donde se expusieron dos dibujos y una pintura; en París, 1889, fotografías y en Chicago, 1893, escultura. En el resto de las páginas hallamos una pequeña enciclopedia sobre Cuba, donde abundan cifras relacionadas con las producciones cubanas, las empresas existentes en la Isla, así como los productos que se exportaban e importaban. A pesar de los ciento diez años transcurridos desde la edición de este catálogo, se encuentra en buen estado de conservación y puede ser consultado con facilidad, aunque lamentablemente no contenga reproducciones de ninguna de las obras de arte exhibidas en el pabellón cubano. ¿No es cierto que estos documentos son verdaderos agujeros de gusano?