Movida en Centroamérica
Desde hace algunos años se verifican cambios en la imagen que todos teníamos del arte producido en las seis naciones que conforman el área centroamericana (no incluyo a Belice a pesar del importante trabajo realizado allí por el artista, curador y promotor de origen español Joan Durán, sino sólo aquellas naciones hispanohablantes) gracias a varios factores cuyo origen podemos ubicar en la labor de determinadas instituciones y personalidades de la cultura visual, cuyas tareas en la investigación, reconocimiento y difusión del arte local y regional han hecho posible que hoy se reconozca, de una manera u otra, lo mejor que vienen realizando, sobre todo las jóvenes promociones de artistas que representan, sin dudas, una zona considerable de la vanguardia.
No puedo descartar, con toda justicia histórica, el hecho de que la Bienal de La Habana, desde su primera edición hace ya casi 25 años, le haya brindado su espacio a artistas reconocidos de Nicaragua, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá, en sus diferentes ediciones: Armando Morales, Arnoldo Guillén, Rodolfo Abularach, Efraín Recinos, Ottón Solís, Guillermo Trujillo, Tabo Toral, Luis Aguilar Ponce, Roberto Huezo, Francisco Alvarado, Jesús Romeo, Orlando Sobalvarro, Luis González Palma, Raúl Quintanilla, Moisés Barrios, Isabel Ruiz, Otto Apuy, Aníbal López, por mencionar sólo algunos, y recientemente a grupos y artistas jóvenes: Manuel Zumbado, Darío Escobar, Priscilla Monge, Patricia Belli, Humberto Vélez, Alejandro Paz, Caja Lúdica, Roberto Lizano, Asociación Incorpore, entre otros.
La curadora y crítica costarricense Virginia Pérez-Ratón desde el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de San José, y luego desde su espacio Teor/éTica para debates, reflexiones y proyectos curatoriales y editoriales desde los 90 y principios del siglo xxi, ha sido una de las principales promotoras en dar a conocer las nuevas prácticas artísticas no sólo de su país sino de la región. Junto a ella, Rosina Cazali, curadora, ensayista y crítica de arte guatemalteca, mantiene casi desde ese mismo período una intensa labor para promover lo mejor de su país en línea de continuidad, de cierto modo, con lo realizado años atrás por su coterráneo Luis González Palma desde el proyecto Colloquia, aquel espacio de debate y encuentros de corto período de vida en Guatemala, sin soslayar la labor cercana de la galería Sol del Río, dirigida en esa ciudad por el infatigable paraguayo Víctor Martínez. Lo mismo pudiera decirse de Bayardo Blandino y América Mejía quienes, desde Tegucigalpa en el centro cultural Mujeres en las Artes (MUA), llevan a cabo ingentes actividades para la difusión y el reconocimiento de los artistas hondureños así como proyectos específicos de integración regional, a la par de Mónica Kupfer, dinámica fundadora y sostén de la Bienal de Panamá. Por otra parte, Juanita Bermúdez, galerista independiente nicaragüense, desde un menos favorecido contexto, lucha por promover las expresiones estéticas de su país mientras la artista Patricia Belli, a cargo de la importante experiencia pedagógica internacional La Espora reúne jóvenes artistas de la región para su formación y posterior realización de proyectos individuales y colectivos. En El Salvador, aun cuando no existan fuertes personalidades como las aquí nombradas, puede contarse con una institución dedicada a la difusión y creación de espacios de comunicación entre los artistas del país y con un movimiento espontáneo entre los jóvenes para establecer contacto permanente con la región y el resto del mundo.
Este recuento no debe concluir sin mencionar la labor que durante varios años ha desarrollado la historiadora y crítica venezolana Bélgica Rodríguez, cuyos contactos sistemáticos con instituciones y creadores centroamericanos ha contribuido a divulgar los mismos mediante sus conferencias, ensayos y libros en diversas partes del mundo.
En líneas generales, las nuevas generaciones de artistas y el esfuerzo mancomunado de estas personalidades ha logrado colocar a Centroamérica, sin dudas y al fin, en el mapa mundial del arte contemporáneo pues hoy podemos hallar a muchos de sus notables artistas en diferentes bienales y eventos internacionales: Regina José Galindo, Walter Iraheta, Marcos Agudelo, Wilbert Carmona, Andrés Asturias, Adán Vallecillo, Federico Herrero, Regina Aguilar, Karla Solano, Esteban Piedra, Verónica Riedel, Rogelio Salmerón, Ronald Morán, Colectivo La Torana, respaldados por una compleja producción de obras y proyectos cuya naturaleza se encamina a expresar realidades poco conocidas fuera de sus contextos particulares, y aspectos del ser y la existencia en Centroamérica hasta ahora privativos mayormente de la literatura, la música y el cine.
Otro factor que ha influido en un mayor reconocimiento y visibilidad de este conjunto de expresiones y artistas, identificados por la crítica especializada como la vanguardia centroamericana, ha sido la Bienal de Arte nacional que cada uno de esos países organiza desde 1978 –año en que comenzó la más antigua de todas: la Bienal Paiz de Guatemala– y que hoy se replantean cambios en su organización y estructura para convertirse plenamente en verdaderos espacios de confrontación y diálogo entre artistas, público y expertos, y marco teórico y práctico para una mejor comprensión del arte local y regional.
Esas Bienales nacionales, seis en total, culminan en una Bienal del Istmo Centroamericano, organizada en un país diferente en cada ocasión. En la última edición, celebrada en Honduras, participamos un grupo de invitados, además, en un Foro de Ideas centrado en el tema de la ética en los artistas y en los curadores. Esta Bienal, auspiciada por la Fundación Ortiz-Gurdián y el banco Promérica, fue organizada por el centro cultural Mujeres en las Artes (MUA) bajo la dirección de América Mejía y el infatigable curador y promotor Bayardo Blandino. Expuesta en el Museo de la Identidad de Tegucigalpa, la Bienal del Istmo reunió obras de los artistas premiados en sus respectivas bienales nacionales y otorgó sus galardones por un jurado compuesto por el mexicano Julián Zugazagoitia, Director del Museo del Barrio de Nueva York; el colombiano Félix Ángel, Director del Centro Cultural del BID, en Washington, y por el curador independiente ecuatoriano Rodolfo Kronfle.
El Primer Premio recayó en Marcos Agudelo (Nicaragua) por su obra “A la tumba perdida de Andrés Castro, a los héroes sin tumba de Nicaragua”, 2008, micro instalación y video, por considerarla “una modesta pero contundente pieza que revierte las convenciones de la estatuaria pública para convertirse en un efectivo agente para repensar la historia; un anti-monumento que a su vez permite, de manera muy poética, meditar en torno a la acción política del presente, trascendiendo sin problema alguno la especificidad del contexto que la origina para convertirse en un válido comentario de carácter universal”.
El Segundo fue Esteban Piedra (Costa Rica) por “Estudio para la deconstrucción de una(s) casa(s)”, 2008, madera, plexiglás, hierro, insectos y video proyección “por su sofisticada indagación de poéticas de carácter íntimo, una brillante excepción dentro de las líneas discursivas dominantes en el arte de la región ejemplificadas por esta exhibición”.
El Tercero lo obtuvo Verónica Riedel (Guatemala) por su obra “Moto-taxi blindado (Tuk Tuk)”, 2008, medio de transporte público a tamaño natural por su “efectiva y lúdicra hibridación de un repertorio de estéticas para pronunciar una crítica social y aludir a los distintos fenómenos que la configuran”.
Hubo sólo una mención honorífica y fue para Errol Barrantes (Costa Rica) por sus obras en fotografía digital En las orillas del Virilla: de la serie Soñar no cuesta nada, 2008.
Aproximadamente 40 artistas exhibieron sus obras y proyectos en diferentes salas del Museo, los cuales reflejaban la variedad de tendencias, temas y soportes que hoy constituyen, de un modo u otro, la pluralidad del arte centroamericano. La Bienal, aún con restricciones de espacio para cada artista invitado (no más de 2,50 metros de pared) y problemas heredados de viejas concepciones en cuanto a sus bases y convocatoria, expresó en cierta medida los caminos posibles hacia donde se dirige lo más significativo de la región. Hubo poca pintura, dibujo y grabado, debido quizás a la larga tradición y presencia de estas manifestaciones en cualquiera de los países y que históricamente mantuvo un peso enorme en el espacio de las galerías y museos: ahora los más jóvenes desean liberarse del mismo al acudir casi mayoritariamente al objeto, la instalación, la fotografía y el video en su afán por problematizar la propia realidad del arte y la complejidad de la naturaleza humana envuelta en conflictos sociales y políticos inéditos.
Los jóvenes artistas hoy sienten un mayor compromiso con su sociedad, con sus países, en un sano esfuerzo por su mejoramiento ya que en ellos no ven satisfechas sus aspiraciones como individuos: de ahí esa actitud crítica ante cualquier manifestación de poder ya sea de índole política, económica, étnica, sexual o ante signos de deterioro ambiental, violencia, desmemoria. Lo interesante es el tratamiento de esa actitud a través de corrientes actuales como el conceptualismo, el minimalismo o de más atrás como el pop art, el expresionismo, alejados, por cierto, de toda narración, reportaje periodístico o llana descripción que puede confundirse con el llamado panfleto o propaganda en cualquiera de sus niveles.
Tampoco estuvieron ausentes la ironía, el humor, el cinismo, la burla, como instrumentos legítimos para abordar situaciones delicadas en determinados países, por lo que muchas obras acusaban, conscientemente, los símbolos de madurez reflexiva que van permeando el arte local y regional.
No está de más advertir que por mucho esfuerzo que se realice, demostrado está que ninguna Bienal es expresión fidedigna de todo lo que ocurre en tantas latitudes, pero esta sexta edición del Istmo Centroamericano sí dio señaladas pruebas de los cambios y los modos de operar hoy entre los artistas, mayoritariamente jóvenes y principales propulsores de este tipo de evento. Pero no sólo en Honduras, en esta muestra colectiva regional, se han podido sentir los nuevos aires que corren por toda la región sino también en el seno de algunas instituciones y otros esfuerzos colectivos.
No hace mucho tuve la oportunidad de participar en un encuentro –llevado a cabo en la ciudad de León, Nicaragua, gracias al apoyo de Ramiro Ortiz, empresario y coleccionista de arte– de los patrocinadores y organizadores de cada una de estas Bienales nacionales donde compartimos varias ideas en torno al futuro de estos eventos y especialmente la experiencia de las Bienales de La Habana desde su primera realización en 1984. Debatimos acerca de los principales ejes a partir de los cuales se conforma un evento tan complejo como lo es una Bienal, sometida hoy a numerosos cuestionamientos tanto de su concepción como de su puesta en escena e, incluso, de su existencia misma.
Se propuso la creación de un Centro de Documentación Regional que comience a recopilar y documentar toda la producción del área y que, al mismo tiempo, sirva de conexión entre los diversos proyectos que tienen lugar hoy en cada país, incluyendo por supuesto las bienales nacionales, sin necesidad de intermediarios: de este modo, se sientan las bases para la organización e institucionalidad de la memoria regional tan útil y necesaria para investigadores, estudiosos y expertos nuestros y de cualquier lugar del mundo.
Los juicios allí discutidos deben redundar en el mejoramiento de cada Bienal. Se trata de transformar sus métodos de trabajo, sus bases, pues aún se mantiene vigente en todas la participación libre sin ejes curatoriales ni conceptos, la competitividad mediante el sistema de premiaciones, los límites de extensión de las obras, y otros aspectos que no permiten comprender a fondo la complejidad de la creación artística actual.
Todo parece indicar que comienza a gestarse hoy una conciencia mayor acerca del rol de las Bienales en el desarrollo de la escena artística de Centroamérica, por lo general apoyadas y sustentadas en el financiamiento privado de instituciones que luchan contra viento y marea por encima de la ignorancia o incomprensiones de todo tipo, tal y como actúan la Fundación Paiz de Guatemala y la Fundación Ortiz-Gurdián en Nicaragua, las cuales participan, además, en tanto entidades importantes, en el desarrollo de objetivos sociales a mediano y largo plazo. Otros países tienen sus esperanzas cifradas en museos públicos, en institutos o ministerios encaminados hoy a dar pasos cruciales a favor de lo que ocurre en el ámbito de las expresiones artísticas contemporáneas.
Hay un despertar enfático hacia el mundo global, por un lado, y hacia lo más auténtico de expresiones y manifestaciones locales, por otro, que va más allá de lo conocido y establecido por historias particulares del arte de la región, luego de décadas de oscuridad o grisura en el plano de su propia proyección. No es ocioso recordar aquello que siempre se dice cuando mencionamos a Centroamérica: que a ella no se viaja sino se pasa por encima mientras volamos en el avión que nos conduce de México a la América del Sur. Ahora ya podemos decir que viajamos directamente a la región gracias al esfuerzo que se viene realizando, y a las obras y proyectos que surgen día tras día.
Existe, por consiguiente, un propósito real de insertar la región en el panorama universal del arte a partir de obras y proyectos institucionales y alternativos cuya discursividad transita por variados caminos, de adentro hacia fuera y viceversa. Si bien, durante años, primaron las propuestas orientadas hacia la utilización de lenguajes apegados a primordiales tradiciones populares y de la historia occidental del arte, hoy los cambios se orientan a cuestiones esenciales del individuo, sus circunstancias inmediatas, la específica naturaleza humana, aún cuando en ella se observan signos identitarios locales que, felizmente, complejizan el discurso gracias a una eficaz incorporación de lenguajes novedosos, entrecruzamientos de disciplinas, nuevas tecnologías. Es un inteligente compromiso de lo local y lo global sin detrimento de uno u otro pues al fin se han liberado las viejas ataduras que convertían ambas entidades en polos opuestos, distantes.
No sólo se siente esa voluntad en Guatemala –luego de realizada su última Bienal, la número 16 en julio del 2008, con los cambios ajustados a las nuevas corrientes–, sino en casi todos los países del área. Entusiasma saber que varias instituciones contribuyen hoy con expertos y financiamiento a ello desde posiciones globales sin desconocer el innegable sustento y legado que tienen en comunidades, lenguas y culturas locales, a pesar de los acontecimientos que han vivido en los últimos 30 años, sesgados éstos por guerras internas, violencia, corrupción, represiones de diversa catadura, aislamiento sistemático. Satisface también conocer el respeto hacia las experiencias múltiples de la Bienal de La Habana que hemos podido trasmitir pues se considera una fuente valiosa para la mejor organización, estructura y enfoques de exposiciones a gran escala, puestas en escena, relaciones con el entorno urbano.
Nada parece detener hoy el afán de los mejores creadores y expertos de la región. En Cuba, afortunadamente, hemos conocido esos afanes y cambios gracias a exposiciones realizadas años atrás fundamentalmente en la Casa de las Américas y, además, en el Centro de Arte Contemporáneo “Wifredo Lam”, instituciones ambas que reconocen la producción simbólica regional.
Podemos anticipar que Centroamérica ha entrado en una nueva era desde la cual no hay retroceso posible. En igualdad de condiciones participa hoy del incuestionable movimiento que hace de toda Nuestra América una fértil experiencia artística contemporánea desde el sur.