En Cuba tuve la dicha de vivir en Holguín durante siete años. En el ocaso de mis memorias lucirá brillante su canícula matinal y su invierno, las sensaciones que cada metro de esta ciudad me tatuaron en el alma. Vuelvo a ella después de cinco años de desandar los caminos del sur. Ahí, en un rinconcito de mi recuerdo, guardo una postal de Holguín. Poderosa imagen que se desdibuja y se recompone, ahora que la vuelvo a ver. Así funciona la memoria, al inicio nada está en su sitio, pero basta con acompasar el respirar con el caminar para que todo se erija como antes. Así una calle arisca, distinta, no tarda en develar una silueta parecida a la mía, inhalando vida y exhalando canto y lira, bohemia y despedidas… Mi breve y sentida crónica será esta vez para ti, Holguín.
Como si fuera yo un guía turístico, diría ciudad oriental de los parques, flores, esquinas y bancas. Diría gente caminando, rituales nocturnos, peripecias trasnochadas y una Loma de la Cruz coronando la alegría y la nostalgia. La loma simboliza también sueños y esperanzas, candongas y batidos de guayaba, pizza a cinco pesos, pasta de maní y garapiñado, pastel de guayaba y amor urbano y rural, uno solo, pasional y fugaz; amor a ese instante y a ese sitio, universitario y voraz. Coches, bicitaxis y almendrones hacia todas direcciones, haciendo del movimiento un lúdico placer. Habrá que recorrer cada calle, entrar en cada sitio, sorber cada instante y descubrirse en un paseo tranquilo por la ciudad. Habrá que tomar café en el bulevar y bailar. Imposible dejar de visitar el mar: Guardalavaca, Playa Blanca, Gibara o Caletones. Durante las Romerías de Mayo, todo se pone de cabeza y se sacude. Caen en la ciudad músicos, pintores y actores. Los poetas salen de sus cuevas y recitan junto a los trovadores, y los bailarines bailan la música de la vida en la Marqueta. Artistas de todo el mundo vienen a darse un festín de novedades y cocinan junto a los demás su arte para compartir. Y luego la Fiesta de la Cultura Iberoamericana, y luego otra y otra excusa, y otra fiesta. Pero cuando la ciudad trabaja, un murmullo amoroso la sostiene.
Vuelvo y me encuentro muchas caras conocidas, aunque también faltan otras. Pero la amistad es un vendaval que cruza mares y a la vez se sostiene gravitando en su eje, en su centro de origen, y mantiene intacta su raíz en un lugar. Mi familia, esa otra familia que uno escoge y que te acoge, traza surcos en el alma imposibles de borrar. Holguinero como soy, desde mi renacimiento, guardo contradicciones y pasiones que no puedo explicar y replicar desde otro lugar. Allí soy yo, aquel que dejo nuevamente para seguir en otros sitios, y doy una última mirada, una vez más, a los momentos, hacia aquellas pequeñas cosas y silencios que guardo y que lo dicen todo, que hablan por mí y para mí, que sienten desde un sitio que guarda mi felicidad en su lugar.