Cae la tarde y el mar está en calma, se puede observar cualquier movimiento en el agua, por centenares de metros a la redonda. Tres noches atrás hizo luna llena, todos estamos esperando alguna señal de la naturaleza, que nos revele su esplendor y su carisma.

Estamos fondeados al sur de Cayo Caballones, una isla que pertenece al archipiélago de los Jardines de la Reina, al sur de Cuba. Es una tarde especial para ser el mes de diciembre, dominado generalmente  por vientos fuertes del norte.

En el horizonte, se ven volar algunas gaviotas con dirección al sur, y a baja altura, es una buena señal, están buscando manchas de peces para alimentarse.

Ponemos en marcha el motor de la lancha y decidimos seguir a las gaviotas, que han visto algo, a dos o tres millas. Algunos minutos después, divisamos, a lo lejos, movimiento del agua en la superficie. Parecería que el agua está hirviendo. Sabemos de qué se trata, y es lo que estábamos buscando.

Nos acercamos despacio al cardumen de bonitos, con el sol por detrás de nosotros, para poder escudriñar la profundidad, y a favor del viento, apagamos el motor para no perturbar el espectáculo. Hay cientos de atunes pequeños, conocidos como bonitos, saltando fuera del agua. Las gaviotas caen en picada, capturando los pequeños peces llamados manjúas, que son el objetivo principal de este frenesí alimenticio. Muy pronto observamos algunas aletas triangulares, zigzagueando en la superficie. Se trata de tiburones sedosos o jaquetones, algunos de más de dos metros de largo, que están tratando de capturar algún bonito, y los más pequeños están alimentándose también de manjúas.

¡De pronto alguien grita: ¡Damero, Damero!  Vemos una sombra oscura, con cuadros y puntos blancos que se acerca a nuestra lancha nadando, muy cerca de la superficie. Tiene el tamaño de nuestra embarcación, o quizás más de 8 metros.

Nos ponemos las aletas, la máscara con el snorkel y cámara en mano saltamos al agua. El Damero viene hacia nosotros, de frente. Tiene una boca de un metro de ancho, pero no hay que preocuparse, solo come plancton, es un tiburón filtrador. Se acerca poco a poco y casi llega a tocar el lente de mi cámara. Me tengo que echar hacia atrás, de lo contrario la cabeza no me cabe en el encuadre, a pesar de ser un objetivo gran angular. De todas maneras, es impresionante. Aunque sepamos que no es peligroso, estamos nadando con el pez más grande del océano. Se han reportado individuos de 18 m de largo. Solo nos deja disfrutar unos segundos y desaparece poco a poco en la profundidad azul oscuro del mar Caribe.

Subimos a la embarcación rápidamente. Tenemos la esperanza de volver a verlo, aunque sea por unos instantes. Ya no queda nada del frenesí. Esperamos unos minutos, con la lancha al pairo, y más temprano que tarde comienza a formarse la orgía, a algunos cientos de metros de nuestra embarcación. Decidimos esperar unos minutos, para poder asistir a la función en su momento de máximo esplendor. Nos acercamos al cardumen con el motor en el mínimo y pronto divisamos la cabeza del tiburón ballena, que sobresale casi del agua. Saltamos al océano y nos acercamos al cardumen.

El Damero se encuentra en posición vertical, con la cabeza hacia arriba y con los labios casi fuera del agua, absorbiendo toda el agua que puede, y con ella el plancton disponible. Miles de manjúas nadan alrededor de su cuerpo buscando refugio. Los bonitos parecen torpedos y hacen cola para atacar a las manjúas, salen disparados de abajo hacia arriba y pasan casi rosando el cuerpo del Damero, que se mantiene casi inmóvil; con esto consiguen engullir algunas manjúas, o por lo menos golpearlas, hacerlas más vulnerables a su ataque.

Los tiburones sedosos aprovechan cualquier oportunidad para atacar a los bonitos, y las gaviotas embisten, dejándose caer desde el cielo. 

Es todo un espectáculo que se repite muchas veces al día, mientras quede comida disponible. Nos percatamos de que hay muchas partículas de color azul fluorescente cayendo lentamente a lo profundo, se trata de las escamas de las manjúas, que han sido atropelladas con furia por los bonitos.

Ya el sol está a punto de esconderse y decidimos salir del agua, pues no es el mejor momento, ni el mejor lugar para bañarse en el océano abierto. Ha sido una experiencia que nunca borraremos de nuestra memoria.