El enigmático mundo de Fabelo
Personajes tiernos o mordaces, flácidos o sensuales, desinhibidos o avergonzados, deformes y agonizantes, diabólicos o generosos, soñadores o aplastados por la materialidad, ¿humanos o mutantes?, se alternan, confluyen, se integran y se diluyen en la obra de Roberto Fabelo (Guáimaro, Camagüey, 1950).
Fabelo ha apostado por una poética intimista en la que su mundo imaginario se recrea constantemente a partir de un tratamiento formal virtuoso y peculiar. Tales virtudes le han concedido una alta estima en el ámbito de la plástica cubana y numerosos reconocimientos nacionales e internacionales, entre los que figuran el Premio Nacional de Artes Plásticas de 2004 y la privilegiada inclusión de una de sus piezas en la colección de autorretratos de la Galería Los Uffizi, de Italia.
Caracolas, peces, duendes y otros demonios se le antojan como extensión o complemento de los cuerpos (bellos o grotescos). Y justo allí, donde se perfila lo onírico, comienzan a fluir las dualidades: «Yo siempre lo que he querido ser es un realista. La realidad es la forma suprema de la fantasía. La apropiación o la indagación en ella es lo que me atrae. Fantasía / realidad es una dualidad, por lo tanto una existe por la otra.»
En ese tránsito de ida y vuelta, complicidad y desentendimiento, lujuria y raciocinio por las ambivalencias sugeridas por el artista, reconocemos una provocación que desde lo irreal nos remite a su ¿opuesto?. Sus míticos seres se nos descubren terrenos, marcados por las circunstancias y sacudidos por sentimientos para hacernos cómplices de su intimidad.
La metáfora más hedonista o la más suspicaz de las sátiras, se concretan en su obra con la misma operatividad. Este ingenioso hacedor ha encontrado en el dibujo la base sobre la cual edificar su obra: una obra expresionista, simbólica, recontextualizadora y hasta surrealista. Expandidas más allá de la bidimensionalidad y de los soportes convencionales, sus creaciones, portadoras de una gran fuerza dramática y sensual, continúan referenciando temas sublimes o cotidianos, con énfasis en los conflictos humanos.
Entre las muchas revelaciones, desde lo universal a lo particular se prefigura una interesante arista de la identidad nacional que el propio Fabelo define aún sin conciencia cierta de cuanto esto determina en su trabajo: «Yo pienso que la cubanía es una luz, que para mí no es precisamente la luz del sol. Cuando hablo de esa luz me refiero a cómo el cubano ha incorporado conocimientos, cómo ha enfrentado desafíos, cómo ha crecido su creatividad, su interacción con la naturaleza y con la sociedad conservando y protegiendo un sentido muy especial del ánimo: digamos el humor y la capacidad para mantener y reflejar la alegría y el optimismo. Esa es la luz a la que yo me refiero, a esa capacidad, a ese don.»
Iluminado por semejante condición, el artista también asume influencias medievales y contemporáneas; recompone su universo de fragmentos, se nutre de cualquier motivación y ofrece una obra auténtica, cuestionadora, paródica, ironizante e inagotable, siempre con nuevos pretextos que nos conducen, entre lo divino y lo mundano, por las incertidumbres entretejidas del enigmático y acaso dual mundo de Fabelo.