Símbolos y arraigadas tradiciones
Ya nadie que nace en Santa Clara es bautizado en la centenaria pila bautismal de la antigua Parroquial Mayor, iglesia demolida en 1925, pero aún hoy, por el peso de la tradición, a quienes ven la luz acá se les sigue llamando pilongos, un apelativo del agrado de los santaclareños y sinónimo de la singularidad y dicha de haber venido al mundo en tan bello e ilustre lugar.
Por tanto, cualquier pilongo que se respete sabe de la historia del célebre burro Perico, un émulo en fama con el Platero de Juan Ramón Jiménez, por demás caminador y bebedor de cerveza, muy querido por todos. Fue tan célebre este cuadrúpedo que su entierro (murió el 27 de febrero de 1947) fue despedido por el senador de la República, Elio Fileno de Cárdenas, quien le adjudicó el honorable título de pilongo. Tanta era su notoriedad que no solo el diario The Nueva York Times se hizo eco del suceso, sino que aquí hasta se erigió una escultura en su memoria.
Perico fue un asno común y corriente mientras estuvo tirando de un carretón por las calles de Santa Clara. Pero desde el momento en punto en que su amo le quitó de encima el peso del trabajo, este animal que, según se dice nació en 1914, pasó a deambular libremente por toda la ciudad y adquirió la costumbre de solicitar comida en varias casas y de beber cerveza.
En su diario errar, Perico pasaba por el Liceo, hoy Casa de Cultura Juan Marinello, y recorría de manera fija un grupo de viviendas donde, estaba seguro dejarían satisfecho su apetito; en particular, su gusto por el pan. Dicen que con sus cascos tocaba de manera suave la puerta y esperaba pacientemente para recibir su recompensa alimentaria.
Hasta subversivo fue en una ocasión, y eso le costó ir preso. Sucedió el día en que los estudiantes, en el primer gobierno de Fulgencio Batista (1940-1944), le colgaron un cartel con la consigna «¡Abajo Batista!» y lo situaron al frente de la manifestación. Sin embargo, las protestas de todos los sectores de la sociedad hicieron que el famoso borrico saliera en libertad y continuara deleitando a niños y mayores.
EL NIÑO DE LA BOTA INFORTUNADA
Además de un burro famoso, Santa Clara también tiene a un niño con una bota rota manando agua. Una escultura igualmente célebre que desde 1925 ha servido para el disfrute de generaciones de hijos de esta tierra.
Investigadores locales afirman que han sido varios los Niños de la Bota Infortunada, y que la escultura durmió durante toda una década (1941-1951) en un oscuro rincón del Ayuntamiento, hasta que nuevamente fue repuesta en el mismo lugar que antes ocupara.
Luego del triunfo de la Revolución, al sufrir el Parque Vidal otra de sus remodelaciones capitales, el Niño de la Bota Infortunada se trasladó unos metros más al oeste, frente al Teatro La Caridad, y se colocó en una especie de botecito de granito gris y verde que a tal efecto fue construido.
En 1969, la pieza original se rompió, para reaparecer 20 años después, en 1989, durante las actividades por el aniversario 300 de la ciudad; ahora hecha no en calamina como su predecesora, sino en una réplica en bronce, obra del artista cubano José Delarra.
LA SIEMBRA DEL TAMARINDO
Y si de tradiciones hablamos, actualmente se consolida una que surgió el 15 de julio de 1989: la siembra del tamarindo, árbol estrechamente vinculado con la fundación de la villa, según lo que dice la tradición.
A partir de la mencionada fecha, hace ya tres décadas, una vez finalizada la Asamblea Solemne del Poder Popular, las autoridades gubernamentales y los invitados a las celebraciones proceden a la siembra de esta especie tropical en la Loma del Capiro.
Así nació el Bosque de los Tamarindos, que en este nuevo onomástico acogerá el ejemplar número 330. Un momento que se aprovecha, además, para degustar del famoso vino que se obtiene de su fruto.
Estas tradiciones, unidas a otras como la leyenda de la Cruz del Puente, son parte indisoluble de la memoria histórica de los santaclareños; esas que nos hacen suspirar de nostalgia cuando estamos lejos y disfrutar de sus encantos cuando caminamos por las estrechas y vetustas calles del terruño natal.