Diariamente en la calle Sol, de La Habana Vieja, se dan cita los colores: el rojo, el amarillo, el verde, el negro, el azul… todos llegan con puntualidad absoluta cuando Choco los convoca, paleta mediante —expansiva, diversa— y comienza el acto de la creación.

El pintor y grabador Eduardo Roca Salazar, Choco, (Santiago de Cuba, 13 de Octubre de 1949) , uno de los artistas plásticos cubanos de mayor prestigio internacional en estos momentos, es un creador que además de la excelencia y el gran nivel de experimentación de su obra, tiene ese don de ser y sentirse parte de esta Isla, de este pueblo "al que ama y respeta profundamente."

El mundo del pincel, los lienzos, las gubias, las tintas y las cartulinas han hecho que la visión del mundo que le rodea tenga especiales matices. Ve el entorno, como casi todos, en colores. Pero, para él son diferentes. “La Habana Vieja tiene un verdusco que no he encontrado en otros sitios, y sus gentes también poseen ese tono, acentuado por el color a tierra”, le dice a los lectores de Excelencias.

No se trata entonces de la intensidad de los pigmentos sino de su significado: “es un color pegado a lo humano; por eso, siento que un muro de La Catedral, por ejemplo, posee un fuerte vínculo con las gentes que viven aquí”.

Figurativo en su abstracción Choco es considerado por la critica especializada un verdadero maestro de la colagrafía, técnica del grabado relativamente nueva (unos treinta años) y que por sus posibilidades de texturas, relieves, y su forma tecnológica de ejecutarse le resultó al artista una manera pictórica interesante, "muy contemporánea por lo tanto no sentía que estaba haciendo grabado, sentía que estaba pintando. No puedo dejar de pintar y no puedo dejar de grabar. No soy un grabador que pinta, ni un pintor que graba. Soy un pintor y un grabador."

Las temáticas que aborda son disímiles y universales, pero a la vez lo cubano está muy marcado en su quehacer. “Lo popular es esencial en mi obra. Eso es lo que el público analiza, lee fácilmente. Sin embargo, puede suceder lo que ocurre con una película de Charles Chaplin. Te ríes y ríes, pero es probable que al final llores mucho. Creo que mis creaciones tienen profundidad, que inspiran cierta pasividad, pero si te detienes a mirarlas por un tiempo puedes sentir muchas cosas.”

Y efectivamente, las propuestas pictóricas de Choco sortean disímiles caminos, algunos poblados de dioses, fantasmas y duendes; otros de musas, risas y música…su abanico siempre movido por un trazo firme, mezcla de acero y azúcar. Es por eso que el artista se asombra cuando le preguntan ¿qué quieres decir con esto?.

"El arte es muy complicado y todos queremos buscar un significado. Nadie puede saber lo que quiere decir un pájaro cuando canta: te gusta o no. Así analizo mis creaciones, pero siempre trato de que estén bien hechas, que sean interesantes a la vista y que posean coherencia y sentido.”

La obra de Choco —quien pertenece a la llamada Generación de los Setenta y es egresado de la Escuela de Instructores de Arte de Cubanacan, de la Escuela Nacional de Arte y de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana— se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes (Cuba), Museo de Africa (Chicago, Estados Unidos), Museo de la Estampa (México), Museo de Querétaro (México), Fundación Miró (Palma de Mallorca, España), Fundación Ludwing (Alemania), Museo de la Universidad de Tama (Japón) y Museo de Kochi (Japón), entre otros.

Por la importancia, intensidad y trascendencia —tanto de su pintura como de su grabado— este creador forma parte de lo mejor del patrimonio plástico cubano, ese que se prestigia cada día cuando los colores, al conjuro de Choco llegan dóciles o irreverentes hasta su Taller de la Calle Sol.