El legado cultural hispánico, escultura de Anna Hyatthuntington.
Monumento al Lugarteniente General Antonio Maceo emplazado en el parque de igual nombre.

Una olvidada garita de los centinelas españoles de las murallas de La Habana se levanta solitaria frente al antiguo Palacio Presidencial, residencia oficial de 21 mandatarios malversadores y tiranos, en poco más de medio siglo de vida republicana y democrática. De esa época no olvidada ha quedado en pie ese bello recinto cupulado que se construyó para la gobernatura provincial habanera y que el capricho de una primera dama, cautivada por su fastuosidad, logró en 1920 transformar en sede presidencial. Ese palacio se mantiene hoy como un centro de arte, no solo por la armonía ecléctica de su arquitectura y los costosos materiales de su edificación, sino muy en especial por los tesoros creados por artistas cubanos de principios del siglo XX, principalmente célebres pintores-decoradores.

Desde sus oficinas y salones se organizó tanto fraude y represión policíaca contra la población, y fue tan vil la entrega a Washington de Fulgencio Batista, último de los dictadores de esa época, que en 1957 un grupo de jóvenes, muchos de ellos alumnos de la Universidad de La Habana, se lanzó al asalto de ese Palacio. En medio de la balacera lograron llegar hasta el segundo piso de la ya convertida en fortaleza casi inexpugnable, con el ánimo de ajusticiar a ese odiado hombre fuerte. Pero el tirano se esfumó por una puerta secreta, lo que permitió que su desproporcionado dispositivo de protección se dedicara a asesinar y rematar a los revolucionarios, en bestial venganza. El heroico ataque transformó al desprestigiado edificio en un escenario crucial de la lucha reivindicadora.

A pocos años del triunfo de la Revolución se decidió que el recinto fuera la sede del Museo de la Revolución, encargado de conservar y mostrar objetos entrañables pertenecientes a sus héroes y mártires, y armas, uniformes y documentos, de aquellos combates y de las posteriores luchas internacionalistas de Cuba, principalmente en África. La institución custodia, en una gran urna especial, al yate Granma que, en 1956, trajo a Cuba desde México a los 82 expedicionarios comandados por Fidel, iniciadores de la guerra de guerrillas que terminó con aquella sangrienta dictadura. El museo guarda además equipos militares y armas, arrebatados a los mercenarios en la invasión de bahía de Cochinos en 1961.

En los exteriores del recinto también se encuentran a la vista restos del avión norteamericano U-2, derribado sobre Cuba mientras hacía labores de espionaje durante la crisis de los cohetes atómicos, en 1962. Preciadas reliquias del Che Guevara y Camilo Cienfuegos, y de otros héroes populares guerrilleros, se conservan en sus salas, que recorren con mucha atención la gente de pueblo y especialmente niños, y visitantes del exterior. La institución se sitúa frente al Morro de La Habana y a la entrada marítima de la bahía, y de una rotonda vial de acceso al Túnel de La Habana, en el centro de la cual se levanta el monumento al Generalísimo Máximo Gómez, dominicano que fue jefe del Ejército Libertador en las guerras por la independencia de Cuba en el siglo XIX.

Desde este punto hacia el oeste se extiende el célebre Malecón de La Habana, pero a escasa distancia se yergue otro invencible general-héroe de la caballería cubana, también en albo mármol su monumento y en bronce su figura, cuarteada por las decenas de heridas de batallas. Se trata del mulato oriental Antonio Maceo y Grajales, lugarteniente general de las fuerzas cubanas, sobre un corcel que tiene sus patas delanteras levantadas, indicativo de que su jinete murió en pleno combate. El curso de la gran avenida marítima toma más al poniente y en un cruce de la parte más moderna del barrio habanero del Vedado, se halla el conjunto escultórico dedicado a otro héroe de la caballería insurrecta, el general Calixto García, célebre porque dentro de la pobreza material de los combatientes cubanos logró emplear con éxito la artillería contra las formaciones enemigas.