El Caburní, uno de los tantos saltos que existen en esta zona.
Transporte para el ascenso a Topes de Collantes.
Una típica calle trinitaria donde se aprecia su original arquitectura.
La antigua villa colonial de Trinidad ha sido declarada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Trinidad dormida…y despierta. Acabado el siglo xix de pasar a su segunda mitad, la prosperidad de Trinidad se detuvo en seco. Los azúcares que producía su Valle de los Ingenios llegaron a precios bajísimos y no hallaron mercado. Se entronizó la pobreza y muchos palacios de familias opulentas quedaron vacíos e intactos por mucho tiempo, como en una fotografía, y sus ocupantes se marcharon para siempre. Trinidad no tenía caminos para otras ciudades, no existía el ferrocarril y hasta los vapores de cabotaje espaciaron sus arribos. En sus calles quebradas nada sucedía; el comercio al detalle se vació de parroquianos y en el interior de sus atrás, imperó el silencio y la quietud, por años y años, hasta más allá del siglo xviii. La rica Trinidad azucarera y negrera cesó y su arcaica y enrevesada disposición urbana con sus lujosas residencias y templos se quedaron como estaban entonces, hasta muy entrado el siglo xx. Sus mujeres aprendieron a contrarrestar el aburrimiento tejiendo enormes sobrecamas y la vida casi se detuvo para que la posteridad pudiera asombrarse de tan insólita ciudad museo, hoy en su despertar turístico.

Hernán Cortés y Humboldt en el Guaurabo. El río de este nombre es tan ancho y profundo en su desembocadura, cercana a Trinidad, que hizo de puerto, durante varios siglos, para la vieja villa fundada en 1514. Pronto Hernán Cortés llegó al Guaurabo, amarró su navío a un gran árbol de ceiba que crecía en sus orillas y enroló en su expedición a los soldados que mandaron a detenerle, despobló a Trinidad y marchó a la conquista de México. Pasaron casi tres siglos y en 1801 arribó al Guaurabo, como pasajero de un balandro, el célebre científico Alejandro de Humboldt. Su nave también se ató a una ceiba de las márgenes del río y él emprendió su camino a Trinidad al atardecer, enternecido con los vistosos cocuyos (luciérnagas) nunca vistos por el naturalista. En la villa, entonces próspera, fue agasajado por sus vecinos y pernoctó en la rica residencia de don Miguel Padrón, aún en pie. La historia recoge la extraña impresión de su alcalde hispano, quien el referirle al Capitán General Someruelos la ilustre visita, estimó que Humboldt «…¡no parecía tan sabio como decían, pues todo lo preguntaba y escribía en una libreta! »

Canchánchara de aguardiente y miel. Hoy este trago naturista se puede mejorar con hielo, ron y limón, en una taberna de igual nombre a pocos pasos de la Plaza Mayor de Trinidad, pero en sus tiempos de bebida casera rústica era discretamente preferida por los soldados del Ejército Libertador cubano, en las guerras por la independencia. Para llegar hasta La Canchánchara se ha de tomar por estas calles de chinas pelonas, flanqueadas por sus viejísimas casas sin portal ni zaguán y con enormes ventanas de arriba a abajo, hasta encontrar su pequeño letrero -porque otro mayor no se permite-, y buscar asiento en esta acogedora casa de 1723. Entonces serán casi familiares las residencias trinitarias que abandonaron sus dueños un siglo y medio antes, y ahora aparecen convertidas en museos de la arquitectura, arqueología, romántico, entre otros. En la Iglesia Parroquial Mayor, de quince altares y el del Cristo de la Vera Cruz, se puede implorar el perdón anticipado por el desliz de una canchánchara fría y ardiente al mismo tiempo, para luego salir a deambular por la Trinidad de los siglos.

Topes en los topes. Una foto de la bella torre de 45 metros de altura que vigilaba a a los esclavos en el antiguo cachimbo azucarero de Manaca-Iznaga, tiene de fondo las altas montañas de Guamuhaya, que se hallan también detrás de Trinidad. De su antiguo Valle de los Ingenios restan apenas las sorprendentes ruinas escondidas de sus 71 casas de hacer azúcar, algunas con obras de arte y leyendas. En las cumbres cercanas, a los 800 metros de altura, se localiza la comunidad turística y de salud de Topes de Collantes, abundante de aire puro, tranquilidad, y de curiosidades naturistas como el descenso a saltos del río Caburní y las bandadas de cotorras que señorean esos montuosos lugares. Desde allí se divisan las playas de Ancón y el mar Caribe adyacente y azulísimo, incluyendo su atractivo Cayo Blanco de Casilda, pero hacia tierra adentro se aprecian las montañas y a Trinidad. En su loma de la Vigía aparece la iglesia de Nuestra Señora de la Popa, de 1716, levantada a la vieja usanza marinera hispana de las ermitas, para distinguirla desde mar afuera por marinos y pescadores.

Canarios por donde quiera. No es exclusiva de Sancti Spíritus la ascendencia isleña de sus hermosas mujeres y el porte de sus laboriosos hombres, de reminiscencias guanches, originalmente de las fincas de tabaco negro. La estirpe de esta descendencia y de sus padres nativos de Islas Canarias identifican así hoy a numerosos espirituanos de la propia villa colonial y de sus poblaciones en la provincia, aunque se hacen sentir más en la música campesina, su punto guajiro, el refranero y en la tradición romántica de tríos a guitarra, además del tabaco, que sigue saludable.

Una cuba en Cuba. La Iglesia Parroquial Mayor de la villa colonial primitiva de Sancti Spíritus conserva su apariencia hispano-árabe y posee indicios inequívocos de haber sido diseñada y construida por alarifes (albañiles) árabes traídos clandestinamente a Cuba, en el siglo xvii, a pesar de las Leyes de Indias que prohibían su entrada al país. La fecha de construcción de esta Parroquial se fija en los finales de la centuria decimoséptima, pero en excavaciones arqueológicas han aparecido restos de muros más antiguos, tal vez de principios de ese siglo, coincidiendo con la expulsión de los moriscos de España. Su templo uninave y su sencillo alfarje de maderas preciosas cubanas, la clasifican dentro del prebarroco morisco nacional, y para más certidumbre debe tenerse en cuenta que, adosada a un lateral pero separada, se localiza una típica capilla octogonal rematada en falsa cúpula con linterna, semejante a las originales hispano-árabes del sur de Andalucía, llamadas hoy capillas anexas y en el medioevo sarraceno como cubas. Cerca de la antiquísima edificación se halla otra curiosidad de principios del siglo xix, pero de apariencia más remota: el puente romano-medieval sobre el río Yayabo, que recuerda a muchos de España.