Un tesoro en el cruce de caminos y culturas
Desde Plóvdiv es fácil acceder a los montes Rodopi. En los alrededores de Varna está Pobítite Kámani, con sus columnas pétreas de hasta siete metros de altura, parecidas a las ruinas de un templo antiguo, aunque se trata de formaciones rocosas.
Con un poco menos de ciento once mil kilómetros cuadrados de naturaleza sublime y clima continental, el pequeño país balcánico en uno de los destinos turísticos más apreciados de Europa del Este. El paso por sus tierras a lo largo de trece siglos, de las civilizaciones griega, romana, bizantina, eslava e islámica, dan fe de un patrimonio histórico y cultural incalculable. Sofía, la bella capital búlgara se enorgullece de sus aires centroeuropeos y sus joyas urbanas de diferentes estilos y periodos. Plovdiv y Varna son las otras dos ciudades más importantes, tanto por su historia como por sus encantos arquitectónicos.
Cúpulas doradas, calles empedradas, museos y galerías en antiguos edificios, junto a todo el confort de la vida moderna. Desde Plóvdiv es fácil acceder a los montes Rodopi, tierra natal del legendario músico Orfeo. En los alrededores de Varna está Pobítite Kámani, con sus columnas pétreas de hasta siete metros de altura, parecidas a las ruinas de un templo antiguo, aunque se trata de formaciones rocosas naturales, algunas con casi 50 millones de años. El maravilloso monasterio de Báchkovo, la preciosa ciudad de Smolian, los balnearios Devin, Naréchen y, las antiguas termas romanas Augusta, en el pueblo de Hisaria, con sus 20 fuentes de aguas minerales de propiedades curativas, apenas comienzan la lista de lugares imprescindibles a visitar en territorio búlgaro, también bañado por las aguas inconfundibles del Danubio. Una de las villas más frecuentadas por vacacionistas aficionados a los deportes invernales es Pamporovo, la perla en el corazón del monte Ródope, o el centro de turismo de invierno más soleado de Bulgaria. Si hace buen tiempo, desde allí se puede ver el Mar Egeo.
Extremadamente agradables, dueños de una identidad muy fuerte, los búlgaros asienten con la cabeza para decir que no, y la agitan hacia los lados para decir que sí. Ellos parecen festejar todo el año. Además de las muchas y diversas fiestas religiosas y familiares, existen celebraciones mundialmente famosas, como el Festival Nacional de Folclore de Koprívshtitsa. Durante una semana, en medio de la montaña, se reúnen cantantes, bailarines, cuenteros y conocedores de la cultura popular más auténtica. Las noches esperan el día. Es muy rica la música tradicional búlgara, sus bailes folclóricos y los coros de voces masculinas y femeninas. También los cantos épicos y los de la iglesia ortodoxa, así como los violines y acordeones gitanos. La música enviada al espacio en el trasbordador Voyager era una canción popular de esas tierras.
Bulgaria vive una actividad turística plena. En el año 2007 más de 4 millones de extranjeros prefirieron pasar allí sus vacaciones. Con el apoyo financiero de la Unión Europea muchos municipios búlgaros acogieron exitosamente proyectos de desarrollo sostenible del turismo. Mayo y junio son una buena opción para explorar la costa del mar Negro, con las mejores playas de la zona, ¡donde hoy muchos extranjeros compran casitas para veranear.¡ Septiembre y octubre, el llamado “verano de los gitanos”, son quizás los mejores meses para visitar este rincón de los Balcanes. Estupendas también las Navidades nevadas.
Conocida igualmente como la tierra de los sabores naturales, Bulgaria es una gran exportadora de miel y setas. Muy típicos son los productos lácteos, sobre todo el yogur, pero nadie duda en afirmar que su plato fuerte son los famosos vinos búlgaros. Como se dice: hay para tomar y para llevar. Y si de regalos se trata, uno típicamente local es el “muskal” de aceite de rosas, en su frasco de madera: la fragancia emblemática de una ilustre nación. Bulgaria es todo eso. Es un tesoro a la mano, en el mismo corazón de Europa.