Valle de los ingenios

El vasto territorio conocido históricamente como Valle de los Ingenios y declarado en 1988 junto al Centro Histórico de Trinidad, Patrimonio Cultural de la Humanidad, se vio severamente amenazado por la supresión de su predominante paisaje de plantación cañera. La paralización de las actividades de su antiguo central y una incontenible invasión de Marabú revirtió en poco tiempo la coherente visualidad, riqueza arqueológica, arquitectónica y etnográfica, de los más de 350 km2 del enclave histórico-cultural.
Promover una conciencia conservacionista a partir de un Plan de Manejo Integral capaz de involucrar a todos los sectores de la economía que inciden en el desarrollo de la región, fue proyectado y puesto en marcha.
El rico reservorio cultural ha sido objeto de numerosos acercamientos históricos y los trabajos de restauración iniciados hacia 1990 en el la torre mirador y la casa hacienda “en el Ingenio “Manaca Iznaga” [donde] se encuentran los más hermosos bohíos que existen en la Isla: (…) construidos de mampostería y tejas, (…) separados por calles; en su conjunto ofrecen el aspecto de un limpio y simétrico pueblecito” según refiere Álvaro Reynoso en su cuaderno de viajes. 
Más hacia el noreste, siguiendo la ruta trazada por Reynoso nos acercamos al “La Algaba”, perteneciente al Sr. D. Pío Bastida (…) Este fundo es bañado por el Agabama, de manera que también puede gozar de los beneficios que procuran las aguas vivas”. Los restos de sus estructuras fabriles, y la casa hacienda, se habían visto severamente afectados por la carencia de mantenimiento. Los trabajos emprendidos por la Oficina del Conservador en la impresionante casona han estado dirigidos a la consolidación de muros y cubiertas así como la carpintería en puertas, ventanas y el amplio portal que la antecede. 
“Pasé después al Ingenio “Guaímaro”, bañado por el Caracusey y el Agabama, y rápidamente admiré sus campos, edificios y dotaciones”. Un rápido recorrido por el más importante ingenio del siglo XIX trinitario y mayor productor de azúcar del mundo en 1827, bastó al sabio agrónomo y químico cubano, que nos visitó entre el 6 y el 24 de enero de 1864, para valorar aquel coloso azucarero. A 190 años de su visita, otra es la imagen que nos ofrece el Guaímaro: sus fábricas colapsadas en el propio siglo XIX, se ocultan a nuestros ojos bajo una fuerte vegetación o están sepultadas por gruesas capas de escombros. Una campaña internacional y la perseverante labor de especialistas, técnicos y maestros restauradores han recuperado el esplendor de su casa hacienda, para ubicar lo que en un futuro cercano será el Museo del Azúcar.
El ambicioso proyecto abarcará –en diferentes etapas de ejecución- la nave almacén, las áreas arqueológicas y el actual batey, exponente de la arquitectura vernácula en madera, insertada en el sitio durante el siglo XX, las cuales conforman un coherente paisaje rural donde interactúan, armónicamente, diferentes componentes históricos, arqueológicos, etnográficos, arquitectónicos con los restos de un singular panorama de plantación azucarera.
El futuro Museo nos permitirá crear vínculos interactivos entre los sitios, algunos de los cuales acogerán hospedajes u otros atractivos, propios para el desarrollo de rutas como las que, sin proponérselo, condujeron a Álvaro Reynoso por diferentes enclaves azucareros, ejemplos del perfeccionamiento agrícola e industrial de su época.
Si continuamos por sus pasos podremos apreciar que “en efecto, el Ingenio “Las Bocas” se encuentra situado en la confluencia de los ríos Ay y Agabama, de tal suerte que con facilidad se podrá regar sus plantíos y aún aprovechar la fuerza del agua como motor” . Como resultado de los trabajos de consolidación emprendidos en la casa hacienda, toda su cubierta fue restaurada y afianzados sus muros. Puertas y ventanas, ejemplos de las habilidades de los maestros carpinteros del siglo XIX, recuperaron el encantamiento que provocó a viajeros y a cuantos, como Reynoso, visitaron este fundo.
“Por fin nos dirigimos al Ingenio “Buena Vista”, propiedad de Don Rodolfo Munder: visité su bien asistido campo, admiré su magnifica máquina de moler, recién instalada, y sobre todo me impresionó vivamente la vista que se descubre desde la azotea de su hermosa vivienda”. Junto a Álvaro Reynoso, remontamos la cuesta del sitio en fase de proyecto por el Ministerio de Turismo para su rehabilitación como un hotel de la cadena Encanto y desde ella podremos acceder, en una bien diseñada ruta, al “San Isidro de los Destiladeros”, una de las más completas reservas de Arqueología Industrial en Cuba, escenario de talleres anuales de Arqueología y sitio obligado para estudiosos y cuantos quieran acercarse a la azarosa historia del azúcar.