Para algunos es un genio que ha logrado convertir un sueño en realidad y hacer del teatro un constante y muy serio juego infantil. Para otros, por qué negarlo, está medio loco. Para los niños, sin embargo, es simplemente Tim, y eso le basta.

Conversar con Carlos Alberto Cremata no es fácil. Mucho menos hacerle una entrevista “formal”. No pasa un instante sin que alguien venga a preguntarle algo, a hacerle una consulta, a darle una “queja”, o simplemente que algún chiquilín entre a enseñarle un dibujo, mientras otro pasa como una tromba por su lado, lo que le obliga a recomendarle cuidado para que no se caiga. Me imagino que así debe ser un panal, un tantoalocado, pero donde cada cual tiene su función, y el Tim es como la abeja mayor, a dónde todos van a parar.

Hoy rememora a La Colmena, el grupo integrado por jóvenes afi cionados, que en 1990, cuando en Cuba era más el tiempo sin luz que con ella, decidieron recorrer en bicicleta los barrios de la capital cubana y sus alrededores, llevando a cuestas el vestuario y los faroles para alumbrar los espectáculos con obras del teatro universal.

- De la necesidad -recuerda Timsurgió el secreto de mucho de lo que hoy tenemos. Cuando hacía falta montar una obra, nos dividíamos en dos bandos que competían a ver quién conseguía más cosas. El perdedor, tenía que hacerles una fi esta con platos “exóticos” a los ganadores. Así pudimos montar obras de Shakespeare, Tirso de Molina y otros clásicos.

–Lo de los niños fue también por necesidad de las obras. Yo era guionista y dirigía junto con mi mamá, Iraida Malberti, un programa para niños de la televisión, “Cuando yo sea grande”, y los primeros pequeños salieron de allí, otra fue mi hija Camila, su prima Susy, una amiguita… Así comenzó La Colmenita –afirma.

–¿Cómo captaron a los demás niños? –Esto es una gran familia que se ha ido armando poco a poco. Entra un niño, ese trae a otro. Viene un padre y trae al suyo. Un conocido mío, o de ese padre, viene con otro; luego la hermanita o hermanito de alguien. Aquí no hay pruebas de aptitud, ni “talentos”. Partimos del criterio de que todos los niños tienen su espacio en el teatro.

Unos como actores, otros bailando, haciendo música, e incluso dibujando, o simplemente dando ideas. En realidad, el teatro es sólo un pretexto para unir esta gran familia, con pequeños desde los cuatro a los catorce años, porque también hay una edad de “retiro”, cuando se empieza a ser adolescente, y se tienen otros intereses. –Y la disciplina, ¿cómo se logra? –El mayor castigo para un integrante de La Colmenita es darle “vacaciones”. O sea, que no pueda asistir a los ensayos, a las funciones.

Y es que aquí están sus amigos, su refugio, su “pandilla”, incluso sus “amores” –apunta Cremata. –De hecho ese castigo apenas se aplica, salvo en raras excepciones. Nosotros nos cuidamos mucho de que nadie se crea un divo o una diva. Mantenemos contacto directo con sus maestros, y ellos nos alertan si hay alguna situación de ese tipo. Entonces, aplicamos las “vacaciones”.

–Pero muchos creen que es un error hacer teatro con niños. –Y tienen razón. Sólo que los nuestros no son actores o actrices. No son grandes estrellas ni se creen cosas. El que hoy es protagonista de una obra, mañana puede estar en el coro, o ayudando en el vestuario, a subir y bajar el telón.

En el escenario simplemente están jugando a representar algo, y esa forma de asumir el teatro es lo que le da tanta fuerza a las obras, porque desde los críticos hasta el público se dan cuenta de que los integrantes de La Colmenita son los que más disfrutan y se divierten con lo que hacen –argumenta Tim. Atrás han quedado los tiempos iniciales y difíciles. Los ocho años sin un salario fi jo. La falta de una sede. El estudio de música cuyas paredes se acolchonaron con cajas de cartón para huevos. También las incomprensiones.

–Todo esto yo lo aprendí de mi papá, quien trabajaba en la Aviación Civil, pero organizaba espectáculos de afi cionados, y hasta en la casa, cada salida o celebración, él lo convertía en pretexto para montar una obra de teatro. Después de su muerte en 1976, en un atentado terrorista contra el avión donde viajaba, los tres hijos de alguna manera hemos seguido sus pasos. Mi hermano Juanqui es director de cine, el otro, Jóse, es actor y productor, y yo, con la ayuda invaluable de mi mamá, quien es como la Abeja Reina, estoy en La Colmenita.

Tim hace una pausa, y explica algo importante: El dinero es nuestro mayor enemigo. Todo lo que necesitamos nos lo provee el Estado cubano. Aquí no se cobra nada a los niños, ni se les exige nada. Muchas cosas del vestuario, del escenario, las proporcionan los propios padres. El dinero es una cosa de adultos.

Otro peligro es perder la espontaneidad, el deseo de aventura, la sencillez, la humildad; y por eso constantemente nos “curamos” dando funciones en pleno campo, en las montañas, en cualquier parque. Nuestra mejor defensa son los propios niños. Ellos son nuestra arma y nuestra alma. Y cuando dejemos de pensar en los niños, y como ellos, se pierde La Colmenita.b

Aquí no hay pruebas de aptitud, ni “talentos”. Partimos del criterio de que todos los niños tienen su espacio en el teatro