QUETZAL, Ave Nacional de uatemala
COLIBRÍ / ZUNZÚN
GUINEO / GALLINA DE GUINEA
GAVIOTAS
AVE DEL PARAISO
RABIAHORCADO O FRAGATA
FLAMENCO
GALLEGUITO
CARPINTERO JABAO
PITIRRE

Con sus trinos y vistosos plumajes, adornan y enaltecen tanto la sierra como el llano. Su presencia es insustituible cuando se hace referencia a esta región que, como tocada por los dioses, alberga en sus tierras numerosos regalos de la naturaleza.

Conocer algunas de esas aves, sus características y sus hábitos, su origen y su desarrollo, su pasado y su presente, es el propósito de esta aproximación a una de las más interesantes y poco conocidas páginas de la naturaleza antillana. Iniciemos esta imaginaria excursión por los aires del Caribe.

Símbolo y orgullo En áreas boscosas de todo el caribe, en hermosos parajes de tupida fronda, habita una de las aves más singulares y atractivas de la fauna del archipiélago. El tocororo, especie endémica, privilegio único de esta tierra, considerada el ave nacional de la mayor de Las Antillas. El exclusivo diseño de su plumaje, aúna una amplia gama de tonalidades que armoniosamente visten su cuerpo. Los colores de la bandera cubana -rojo, azul y blanco-- se integran a la perfección con verdes, grises, negros, violetas, de reflejos metálicos, que se mezclan como un infinito y deslumbrante espectro.

Por su presencia y su prestancia, esta ave es un orgullo de este archipiélago. No es posible encontrar, en la fantasiosa fauna cubana, otra que, como ella, represente la esencia de estas tierras. De ahí que, con toda justicia, el majestuoso tocororo simbolice la cubanidad.

El paraíso de las palomas Santiago fue el primer nombre por el cual se conoció a Jamaica. Esta isla, que integra Las Antillas Mayores, no sólo se identifica por sus hermosas y codiciadas playas. También es el paraíso de varias aves endémicas, como la paloma cola anillada y la paloma azul. La Columba caribaea, la primera de esas palomas, es un ave de gran tamaño. Mide cuarenta y un centímetros y, por sus características físicas, no existe otra igual en toda la región. Se identifica por una banda negra que atraviesa la parte superior de su cola y de ahí su nombre común.

Aparece en toda la isla, pero la paloma cola anillada es más frecuente en Cockpit Country y en las Montañas Azules. Se encuentra en pequeñas bandadas y habita en bosques de trescientos a seiscientos metros sobre el nivel del mar. En los meses fríos se traslada a parajes de menor elevación.

La paloma azul (Geotrygon versicolor) se le localiza, igualmente, en las mismas zonas de la paloma cola anillada. Mas, a diferencia de esta última, tiene su hábitat en la floresta húmeda de montañas de piedras calizas y rastrea sus alimentos en los bosques, a ras de la tierra, así como a lo largo de los caminos.

Un regalo a los sentidos Se cuenta que la isla de Trinidad, antigua posesión británica, es famosa por sus colonias de Ibis Escarlata (Eudocimus ruber). En realidad, también se le encuentran, en las costas, desde Venezuela hasta Brasil, así como en Granada y, de manera casual, en Cuba, Jamaica y Dominica.

Toma su nombre de su vistoso plumaje, que remata en unas pequeñas manchas negras en las puntas de sus alas. Otro sello característico es su largo pico curvado, instrumento esencial para lograr el sustento: crustaceos y peces de su habitat. Este ave, de cincuenta y ocho centímetros y medio, habita en áreas costeras, lagunas y manglares y anida en bandadas.

Privilegio puertorriqueño Son variados los sonidos que emite, pero el más común es wek, wek-wek-wek, wek-wek. Es el carpintero (Melanerpes portoricensis), ave endémica de Puerto Rico, donde habita desde las plantaciones costeras hasta los bosques de montaña, fundamentalmente en pequeñas elevaciones, incluso donde crece el café. El carpintero de esta isla mide de veintitrés a veintisiete centímetros. Son aves fácilmente identificadas por su vestuario: la parte inferior del pico y el pecho son rojo intenso, con manchas blancas sobre el primero, que también bordean el ojo, mientras que la zona superior del cuerpo es negruzca. Puerto Rico, una de las islas que integran el hermoso collar antillano, preserva con celo esta especie. Y ello es así, porque conoce del privilegio de ser la única tierra del mundo que le sirve de hábitat a este ejemplar de la fauna universal.

Un tesoro vivo Ver y escuchar una ferminia cerveral es uno de los privilegios de mayor orgullo para el hombre. Los interesados sólo pueden encontrarla en una apartada zona de la Ciénaga de Zapata, en la provincia de Matanzas, Cuba. Comparable sólo al canto de los melodiosos ruiseñores y sinsontes, quienes han asistido a su magnífico concierto, no dudan en clasificar su gorjeo como una fiesta que hace pensar en los musicales canarios. Su vibrante trinar no se corresponde con su pequeño tamaño. Como el cabrerito de la ciénaga y la gallinuela de Santo Tomás, este ave es habitante exclusiva de esa fastuosa reserva de la flora y la fauna cubanas que es la Ciénaga de Zapata. Allí se preserva, a toda costa, el privilegio de que la ferminia siga siendo, por siempre, un tesoro vivo de la naturaleza.

Detalle del viento Observar su movimiento, en bosques, prados y hasta ciudades, es como asistir a un acto digno del mejor acróbata. Porque los zunzunes son las únicas aves que logran revolotear sin mover su cuerpo, en movimientos vertiginosos de sus alas; además es capaz de volar hacia atrás.

Aún es un enigma por descubrir la enorme energía que consumen en su vuelo. Se afirma, incluso, que algunas especies logran cubrir una distancia de hasta ochocientos kilómetros y que los músculos que le permiten realizar tan colosal hazaña ocupan el treinta por ciento de su peso total.

Los Chlorostilbon ricordii, comunes en el área caribeña, son conocidos por más de un nombre: zumbadorcito, zunzún, chupaflor, chupamiel, picaflor, colibrí, zunzuncito... Un solo miembro de esta familia posee el título de ser el ave más pequeña del mundo. El Mellisuga helenae, conocido como zunzuncito, es endémica de Cuba y orgullo de quienes han tenido la oportunidad de reconocerla y admirar los colores de su plumaje, que refulge en mágicos matices ante la incidencia de la luz solar.

Salvar el carouge Hace dos décadas, aproximadamente el 75 % de los nidos de estas aves estaban parasitados por el pájaro vaquero. Y tan alarmante situación ha variado poco desde la fecha. De ahí que el carouge (Icterus bonana), de Martinica, sea casi una rareza en esta pequeña isla. Anidan entre febrero y junio. Colocan sus huevos -de dos a tres, de color blanco crema, con puntos carmelitosos- en nidos de singular factura: parecen péndulos suspendidos de las pencas de las palmas, a una altura de dos a cuatro metros del suelo. El carouge de Martinica está amenazado. Pero, paradójicamente amenazado por otra especie. Esperemos que la naturaleza, con su sabiduría, no permita que esta ave pase a integrar la triste relación de ejemplares extinguidos de la fauna del planeta.

Un ave sin fronteras La Española fue el nombre que recibió esta isla, también insertada entre las aguas del Caribe, desde tiempos inmemoriales. República Dominicana y Haití son los dos países que comparten esta fértil y hermosa tierra. Y allí habita un ave igualmente especial, que se mueve libremente por todo el territorio. Se trata de la cigua amarilla, como se le conoce en República Dominicana, también llamada moundélé en Haití. Mide dieciséis centímetros y medio y es ave endémica de esta isla, donde se localiza en pinares, bosques de madera dura y hasta en manglares, en las montañas y, de forma ocasional, en las costas.

Siempre en libertad Es la envidia del mismo arcoiris. Porque su exuberante colorido la convierte en una de las aves más bellas del catálogo cubano. En explosión cromática, exhibe el verde brillante en su zona superior, con una ancha franja roja en la garganta, sin olvidar el amarillo, el blanco, el azul, el gris, el rosado, que adornan también su plumaje. Así de hermosa es la cartacuba, uno de los nombres vulgares de la Todus, otra de las aves endémicas del archipiélago. Conocida popularmente también como pedorrera o barrancorrio, es la única integrante de su familia, la Todidae, de entre ochenta y cinco miembros que habitan Las Antillas Mayores. Ni pensar en enjaularla. Es como si la naturaleza la hubiese dotado con un sentido que la obliga a rechazar el cautiverio que la haría morir, no tanto por tristeza, sino por la ausencia de su alimento esencial, que el hombre no puede suministrarle enjaulada. Cuba es también el edén exclusivo de esta ave que no sólo ilumina, con su multicolor plumaje, el entorno natural, sino que también, por sus hábitos, contribuye al equilibrio ecológico.

Embajadoras parlantes Su fama en Cuba es tanta que hasta una zona del archipiélago, allí donde abundan, fue conocida, en tiempos pasados, con su nombre. Me refiero a la Isla de las Cotorrras -hoy Isla de la Juventud-- y, por supuesto, a esta ave, de la familia Psittacidae, que también puede encontrarse en zonas de Las Antillas y Suramérica. Esa indiscutible fama se debe, en primer término, a que logra repetir lo que oye decir a los hombres. Es asombrosa su capacidad para reproducir los sonidos, lo cual, junto a su fácil adaptación a las condiciones de cautiverio, la han llevado a convivir, enjaulada, tanto en el campo como en la ciudad. Estas afectuosas y simpáticas aves merecen un mejor destino que vivir tras los barrotes. Libres, cuando surcan el cielo con sus destellos variopintos, es como único las cotorras se convierten en verdaderas y parlantes embajadoras.

Por un mejor destino Hace unos años, en 1998, solo sobrevivían unas quinientas de estas aves. En los últimos tiempos, gracias a las medidas proteccionistas tomadas por las autoridades de la isla, el loro de San Vicente (Amazona guildingii), ha logrado aumentar en algo su población. Esta especie amenazada, endémica de esta isla de Las Antillas Menores, mide entre cuarenta y uno y cuarenta y seis centímetros, y son varios los elementos que hacen diferentes a estas aves. Así, por ejemplo, durante su vuelo, emiten un llamado semejante a gua gua gua, con pequeñas variaciones en relación con el sonido emitido por las cotorras del este y oeste de la isla. En la isla se lucha por mantener viva esta especie y conservarla como lo que es: un preciado tesoro de la fauna antillana.

Grácil llamarada La sola presencia de esta ave, constituye un espectáculo inigualable. Con su estilizada figura, de un rojo deslumbrante, se le encuentra por lo general en las islas del Caribe; es otro de los dones que la naturaleza ha entregado, desde hace milenios, a la humanidad. Así de hermosos son los flamencos. Los autóctonos de estas tierras, integrantes del género Phoenicopterus, pueden alcanzar los ciento veinte centímetros de altura y ostentar, por las características de su hábitat, el más brillante plumaje. Esto se complementa con una figura de cuello ondulante y largas patas, que le imprimen un sello de indiscutible señoría. Hace ya siete mil años, aparece representada en un dibujo rupestre encontrado en una cueva del territorio español. Pero mucho antes, en el período eoceno, sesenta y un millones de años atrás, ya se habla de sus antepasados, en regiones de Rusia e Inglaterra. Testimonios todos que hacen que el flamenco, como una grácil llamarada, ocupe un lugar en la memoria histórica de la fauna del mundo.

Conservar las joyas La fauna caribeña atesora otras muchas joyas. En tupidos bosques, en escarpadas montañas, en fangosas ciénagas, viven y anidan miles de especies que, con sus cantos, colores y hábitos, enriquecen unas tierras llenas de prodigios. Conservar este regalo de la naturaleza es un compromiso ineludible. Y no sólo para hoy, sino también para mañana. No sólo para que podamos disfrutar de este privilegio al despertar cada mañana, sino para que, miles de años más tarde, la humanidad por venir pueda, igualmente, sentir y admirar tanta maravilla.