La Habana
Holguín. Bahía de Naranjo
La loma de la Cruz
Chorro de Maíta
Varadero
Santiago de Cuba

Arribo al aeropuerto internacional José Martí de La Habana en las primeras horas de la noche; me propongo realizar toda una proeza: recorrer cuatro provincias de Cuba en 8 días y llevarme conmigo sus esencias; por eso debo aprovechar cada minuto. Tomo un taxi y le explico al conductor mi deseo de contemplar la ceremonia del cañonazo en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. Amable y amistoso, como son caracterizados generalmente los cubanos, accede a mi petición. La ceremonia es impresionante por su solemnidad, exactitud y colorido. Llama la atención la forma en que se conservan estas viejas fortalezas militares, de las que se cuentan tantas anécdotas. Ya rumbo al hotel, el taxista –casi un oportuno guía– me explica que aquellas instalaciones se han convertido en centros culturales donde se pueden apreciar diversas manifestaciones artísticas. Sobre las 10:00 p.m. hago mi entrada al hotel Ambos Mundos. Lo seleccioné por su ubicación en La Habana Vieja, que pretendo recorrer mañana. Es un viejo hotel; pero ha sido renovado y cuenta con todas las comodidades. Este lugar donde confluyen historia y leyenda, fue el preferido del gran escritor norteamericano Ernest Hemingway durante años. Se dice que aquí escribió algunas de sus grandes novelas. Trataré de visitar su habitación que se conserva como una reliquia y si queda algo allí de su espíritu, quizás me ayude a completar en apretadas líneas esta especie de crónica de viaje.

Primer día en La Habana El día amanece claro y soleado; el clima es magnífico para salir a caminar. Mi primer objetivo es la Plaza de la Catedral. Aunque es temprano, hay mucha animación en el lugar; camino despacio por el suelo adoquinado hasta situarme frente a la imponente catedral y tomo algunas fotos. En su interior también es majestuosa la iglesia, bellísima la capilla de Nuestra Señora de Loreto, además de otros atractivos apreciados por los amantes del arte y la cultura. Salgo de nuevo a la Plaza y entonces comprendo que es esta una tierra de contrastes. Me llama la atención una cartomántica negra, adornada de collares y otros atributos, que lee la suerte a nacionales y foráneos. Me predice un feliz viaje y un temprano regreso a la Isla atraído por una fuerza mayor ¿Sentimientos, negocios...? El tiempo dirá. Dedico unos minutos a admirar la gran variedad de artesanía que ofrecen los vendedores, típico atractivo del lugar. Nuevamente se pone en función mi cámara ante los bellísimos edificios de arquitectura colonial que rodean la Plaza. Llama especialmente la atención el Museo de Arte Colonial, otrora residencia de los condes de Casa Bayona o la singular edificación donde hoy se encuentra el restaurante El Patio. A pocos metros de la Plaza tropiezo con una joya arquitectónica de marcada influencia barroca y rasgos neoclásicos; la mansión que es hoy sede de la Fundación Alejo Carpentier. Esta edificación fue la utilizada por el novelista como escenario de su conocida obra "El siglo de las luces". Ahora, a unos pasos, tengo la posibilidad de saborear el famoso mojito de la Bodeguita del Medio. Necesitaría más tiempo para conocer las anécdotas que recogen sus paredes, pero de todas formas, ha sido una pausa muy reconfortante en el recorrido. La curiosidad me conduce hasta la Casa del Agua, lugar pintoresco y lleno de leyendas, donde se ofrece gratuitamente el preciado líquido. Me encamino hacia dónde se encuentra la maqueta de La Habana Vieja, obra de artífices que permite obtener una idea panorámica de la antigua ciudad, a la vez que posibilita una orientación más precisa para su recorrido. El próximo objetivo es la Plaza de Armas. En sus cercanías se encuentran edificaciones tan importantes como el Palacio del Segundo Cabo, una de esas construcciones señoriales de espléndida belleza: patio interior, escaleras, la ornamentación interior de este edificio donde radica actualmente el Instituto Cubano del Libro, quedan grabados por mi cámara. También se halla el Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, el moderno y lujoso hotel Santa Isabel y El Templete, símbolo de la fundación de la capital, con su emblemática ceiba alrededor de la cual se recrea cada año "la ceremonia" conmemorativa, mezcla de magia e historia, de la fundación de la ciudad. Son casi las dos de la tarde y tomo el simpático "coco taxi", especie de huevo o caracol con ruedas, según la imaginación de cada uno, para acercarme a la calle Obispo, eminentemente comercial. Se aprecia un claro intento por rescatar esta actividad en la zona. En la esquina de la entrada de la calle se encuentra el restaurante "Floridita". Hasta aquí el recorrido me ha resultado fascinante. El aire del trópico ha despertado en mí gran apetito, además la comida es deliciosa e inigualable el singular daiquirí que internacionalizara Hemingway. Ante el asiento en que acostumbrara a sentarse el escritor –conservado allí amorosamente– recuerdo las anécdotas que me han llegado acerca de sus frecuentes visitas al lugar. A la salida alquilo un coche tradicional, tirado por caballos, con adornos y cochero uniformado, tal como los que transitaban por La Habana siglos atrás. Me llevará hasta el lugar donde comenzaré una nueva aventura. Tomaré la lancha que cruza la bahía para ir hasta Casa Blanca, quiero ver de cerca el Cristo de La Habana. Es imponente, no sólo por su tamaño y belleza, sino también por la posición desde la cual parece contemplar, con su mirada protectora, gran parte de la ciudad. Regreso por la misma vía casi anocheciendo; ya en la otra orilla me despido del Cristo que, iluminado desde su base, resplandece en toda su magnificencia. Después de la comida y un breve descanso en el hotel, debo escoger algún lugar para conocer La Habana nocturna. Como es jueves, noche en que actúan las mejores estrellas de la salsa en la sala de fiestas Macumba, decido ir, en taxi, desde luego, porque se encuentra en un reparto residencial periférico llamado La Coronela. La noche se hace corta escuchando salsa y disfrutando del buen ambiente del local.

Segundo día Amanece mi segundo día en Cuba. La noche en la Macumba fue excepcional. Hoy me propongo conocer otras zonas de La Habana. Empiezo por la de Miramar. Después de un buen desayuno en el hotel he tomado un taxi que me conduce hasta la renombrada 5ta. Avenida. Es un barrio residencial donde se ubican la mayor parte de las embajadas del país; además de la elegancia de las casonas, edificios y restaurantes, resaltan aquí las abundantes áreas verdes con el hálito de vida que aportan a la ciudad. De regreso, después de pasar el pequeño túnel que comunica Miramar con el resto de la ciudad, hacemos una parada breve en el cementerio de Colón para conocer elementos de la tradición funeraria de Cuba. Hay monumentos mortuorios que son exquisitas obras de arte, tumbas alrededor de las cuales se tejen fantásticas leyendas y lápidas que traslucen la jocosidad de este pueblo aun ante la muerte. Nuevamente en el taxi, me dirijo a Centro Habana para visitar el Callejón de Hammel, espacio reducido de vecindad, transformado en inusitado mural de la cultura afrocubana; su originalidad, me permite comprender por qué es tan visitado por turistas que, como yo, pretenden captar en sólo unos días los peculiares encantos de esta isla. Mi recorrido me lleva al Museo de la Revolución, en el antiguo Palacio Presidencial; después al Capitolio. Su estructura exterior es similar a otros de América, sin embargo su interior es una inigualable muestra de arte y majestuosidad imposible de describir con palabras. También paso por la Plaza de la Revolución con su gigantesco monumento a José Martí y su historia. Para almorzar, encamino mis pasos de nuevo hacia La Habana Vieja, a los alrededores de la Catedral. El restaurante El Patio, ubicado en una regia construcción del siglo XVIII, con su patio central presidido por una fuente y balcones enrejados, me resultó acogedor. Sin dudas, ha sido buena mi elección tanto por el ambiente como por el placer gastronómico. Continúa mi programa con el paso por el Museo Nacional de Bellas Artes, impresionante desde su fachada, pero sin tiempo para recorrerlo hoy. Me encamino después hasta la zona más concurrida del Vedado, la calle 23 y La Rampa, con su "Museo para pisar", especie de mural en el piso de las aceras que reproduce obras de afamados artistas cubanos de la plástica. Decido quedarme por aquí para hacer una comida ligera y captar algo más de la multifacética cultura cubana. "La Zorra y el Cuervo" me parece excelente para el propósito. Hoy no puedo trasnochar; mañana saldré muy temprano.

Paraíso de sol y playa A las 8:30 a.m. ya estoy en camino en un taxi rentado en el hotel. Me despido de la capital para ir a conocer Varadero, a unos 130 km. Una hora después estoy en Matanzas, ciudad que recibe los sobrenombres de Atenas de Cuba y Ciudad de los Puentes, este último justificable desde la propia entrada. Hago una breve parada y en unas pocas cuadras conozco el Museo Farmacéutico, único de su tipo en el mundo, la Catedral, el Teatro Sauto, renombrado por su excepcional acústica y la Plaza de la Vigía, centro fundacional donde se asientan varias instituciones culturales. A la salida vuelvo a contemplar esta ciudad que es como un gran anfiteatro alrededor de su hermosa bahía. Sus habitantes, orgullosos de sus bellezas naturales, historia y cultura, me la presentan pletórica de poesía. Ya está fuerte el sol cuando llego a Varadero, unos 20 minutos después. Se acerca el mediodía, lo avisa también mi apetito y me detengo en un pintoresco lugar: "La Esquina Cuba". Es un restaurante con peculiar ambientación y excelente comida criolla. Voy en busca del hotel para el breve alojamiento de una noche ya que mi estancia será breve. Me decido por el Meliá Varadero, del que tengo magníficas referencias, y sin desempacar más que la ropa de baño y una camisa fresca, encamino mis pasos hacia el Parque Josone, lugar donde la naturaleza, las construcciones y el ambiente general, no permiten descansar a la cámara. En la continuación de mi apretado programa me dirijo hacia la Mansión Xanadú. Desde la carretera observo el Campo de Golf, clasificado como uno de los seis mejores del Caribe. Resulta impresionante a la vista por su belleza, pero de nuevo el tiempo me impide comprobar las excelentes cualidades técnicas que se le atribuyen. La Mansión Xanadú –antigua residencia del millonario Irenee Dupont de Nemours y actual Casa Club del Varadero Golf Club– es majestuosa, tanto en su construcción como en su decoración interior excelentemente conservada. Ya va cayendo la tarde y es uno de los mejores momentos del día para el baño de playa; sería casi un pecado pasar por Varadero sin darse un chapuzón, al fin y al cabo estoy ante kilómetros de playa límpida y de arenas blancas, a cuya invitación es imposible resistirse. Regreso al hotel y decido no salir esta noche. En las instalaciones del Melia puedo disfrutar de un espectáculo cultural y mañana muy temprano debo ir hacia el aeropuerto para emprender la segunda parte de mi vertiginosa aventura: visitar Santiago de Cuba y Holguín.

Iré a Santiago El día promete ser igualmente espléndido y muy animado. Me dispongo a conocer el oriente cubano y estoy ansioso porque las referencias me hablan de un paraíso. Rehago mi equipaje, desayuno, tomo un taxi al aeropuerto de Aerocaribbean, en el Wajay, para abordar el primer vuelo rumbo a Santiago de Cuba. A mi salida de la Habana vuelvo a ver la capital desde el aire. El capitán de la aeronave informa por el altavoz que volaremos a una altura de 23.000 pies, por encima de las nubes que veo blanquísimas bajo las alas del avión. Entre ambos puntos hay unos 800 km y en hora y media, casi al mediodía, pongo mis pies en Santiago de Cuba, la Tierra Caliente, la Tierra del Son. Durante el descenso, resulta impresionante el sistema montañoso donde se encuentra el Parque Nacional Sierra Maestra, compuesto por 17 picos, todos con más de 1.300 m. Entre ellos está el Turquino, la mayor elevación de la Isla con 1.974 m. Veo, casi rozando, las montañas del santuario de El Cobre, lugar mítico y de retiro espiritual que preside la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad, coronada por el Papa Juan Pablo II. En la terminal aérea internacional Antonio Maceo entablo inmediata comunicación con el taxista que me lleva hasta la Ciudad Héroe, y entre los hoteles me decido por el Casa Granda, frente al Parque Céspedes, el corazón palpitante de la vida cultural santiaguera. Tomo una vista panorámica de la Ciudad Colonial, la Bahía y Serranía, el Parque Céspedes como centro histórico, y las edificaciones más antiguas, monumentales y jerárquicas de sus alrededores, como la Catedral, donde está la primera obra pictórica reconocida en la Isla, una tablilla artística que viene del ecce homo. El calor parece concentrarse a esta hora, aún así a mi lado pasan sonrientes las personas. Dos horas de caminar por Santiago han siso suficientes para ver la casa más antigua de América, el Palacio Municipal, con balcones corridos y techos de alfarjes, la Casa del Gobernador, dispuesta ahora como Museo del Mueble y el Balcón de Velásquez, donde me han comentado que se ubicó la tribuna en la cual el presidente Fidel Castro habló por primera vez a los cubanos. Luego recorro la calle Aguilera en busca de otros sitios; así llego al Museo Bacardí que se me devela con toda su grandeza histórica y artística. Poco más adelante, me detengo en la Plaza Dolores, sorprendido de este espacio en el que sobresale un conjunto de edificaciones de corte un tanto doméstico, de balconajes. Hago un alto para comer algo y al entrar en la Casa de Don Antonio, donde recibo la bienvenida con un cóctel. Pruebo suerte con la comida criolla: un congrí oriental, yuca con mojo y carne asada de cerdo; para completar, una Hatuey, típica cerveza santiaguera, verdaderamente todo estaba exquisito. Me siento muy a gusto, y de retorno al hotel, hago el recorrido a la inversa por la calle Heredia, la más famosa, que desde Calvario hasta San Pedro es un hervidero humano. Por esta estrecha vía vehículos y personas transitan como pidiéndose permiso unos a otros; ¡verdaderamente fantástico! Todos parecen tener el mismo derecho de cruzar, pero no, es que los autos aminoran la velocidad para coexistir ante la aglomeración que se forma. Entro a la casa del poeta José María Heredia, para contemplar cómo se conserva la memoria y vivienda del romántico autor de La Oda al Niágara. En la Casa de la Trova me detengo más de lo que esperaba. Por entre sus puertas enrejadas oigo la música contagiosa de las tumbadoras y guitarras, y observo a esta gente que baila con tanta gracia.

Adiós santiago Ayer me puse de acuerdo con la Agencia de Viajes Cubanacán para hacer el trayecto hasta Holguín por carretera, en ómnibus. La salida la fijan a las 16:30 horas de esta tarde, desde el Parque Céspedes, con alojamiento asegurado en Playa Guardalavaca. Es perfecto así y antes de esa hora veré otros sitios en Santiago de Cuba. Para trasladarme hasta el Santuario de la Caridad del Cobre, a 18 kilómetros tomo un taxi y en pocos minutos ya estoy en la cima de la montaña que había visto desde el avión y a hora tan temprana, ocho de la mañana, el templo ya estaba en el oficio de la misa. He tomado varias fotos del lugar y de sus alrededores y de la Santa Patrona de Cuba, rodeada de atributos y reliquias que la gente devota ha ido depositado allí durante los años. En El Cobre permanezco no más de una hora, en contacto con el clima fresco de la montaña. De nuevo en el taxi me dirijo hasta la zona de Baconao, considerado pulmón de la sofocante ciudad, y en la Laguna de Baconao disfruto de un ambiente distinto, reconfortable. Cerca de allí veo el Valle de la Prehistoria, con marcada atmósfera del período jurásico. De regreso a la ciudad almuerzo en el restaurante La Rueda, porque está en el camino y por tratarse de la Casa Natal de Compay Segundo, el famoso músico del Chan Chan. Efectivamente, en una de sus paredes dice "en esta casa nací yo, Francisco Repilado, Compay Segundo". Las dos últimas horas de mi estancia en Santiago las dedico a un ligero descanso en el hotel. Le digo adiós a esta ciudad, satisfecho de haberla recorrido al menos por unas horas y agradecido de la fraternal acogida de que fui objeto en todos los sitios.

Holguín, un paraíso dentro del paraíso Oscurece al arribar a la playa y el motor de nuestro transporte se detiene frente al Hotel Brisas Guardalavaca. Me dirijo a la carpeta acompañado del guía de turismo con quien compartimos el viaje. Me asegura: "queda usted en buenas manos", mirando con una sonrisa a la empleada. Esa noche he dormido como un lirón hasta las siete de la mañana y tras el desayuno me voy a la playa, espléndida, como si el sol del Caribe iluminara más esta parte. No dispongo de más tiempo para bucear y me digo que otra oportunidad encontraré para ir hasta la barrera coralina. Este tiempo de playa se me ha revelado de maravillas; el agua cálida es excelente; sin dudas, es éste el mejor chapuzón de la vida. Hacia las 11 de la mañana, en short y camiseta salgo para Cayo Naranjo para ver el espectáculo con los delfines y almorzar en un ambiente que me habían prometido muy singular. Me divierto mucho en este sitio con las peripecias de los domesticadores y los delfines, de modo que dejo constancia del momento en una foto con un león marino dándome un beso en la cara y vuelvo a zambullirme en el agua, esta vez junto a unos delfines. Esta experiencia es indescriptible. A media tarde tomo la lancha de retorno al muelle y ahí abordo un simulado trencito de carretera, que para suerte mía ese día va de recorrido hasta el Chorro de Maíta, importante sitio arqueológico que recrea también las costumbres de una antigua aldea taína. Ya por hoy es bastante; en realidad esta jornada, si bien agotadora, me ha proporcionado vivencias inolvidables.

Cayo saetía, sueño hecho realidad A las siete de la mañana abordo un helicóptero que me ha de llevar en 15 minutos a Cayo Saetía. Al final me he felicitado por la buena idea de escoger ésta entre las tantas excursiones que me han propuesto. Cayo Saetía es un paraíso natural incomparable. Como hemos arribado temprano ha sido posible ver la mayoría de las especies de animales que viven en estado salvaje: cebras, ñandúes, cocodrilos, venados de cola blanca, aves, búfalos de agua. La aventura siguió por mar, en yate, para un paseo por la espectacular Bahía de Nipe, que en sus orillas tiene varias pequeñas playas. Al mediodía disfruto de un almuerzo campestre, con asado de jabalí, cazado igualmente en la mañana. Al regreso a Guardalavaca era media tarde y aún tengo tiempo para un recorrido por la playa y por el boulevard donde decenas de artesanos muestran y venden sus mercancías. Llama poderosamente mi atención la edición de libros en papel artesanal. Con una pareja de Canadá que pasa su luna de miel en el mismo hotel donde me hospedo, he establecido una relación de amistad. Eduard y Carla, muy simpáticos, me han invitado a ir al Cabaret Nocturno, en Holguín. A las 10 de la noche arribamos al sitio, una instalación con el cielo por techo, aunque hay partes cobijadas; pero nosotros nos ubicamos bajo las estrellas para ver un espectáculo de música caribeña y cubana. Al terminar el show sigue la música con orquesta en vivo y subimos los tres a la pista, a bailar sin pareja, llevados libremente por el ritmo de la rumba.

la ciudad de los parques He resuelto que la partida de retorno a mi hogar sea por Holguín, por el Aeropuerto Internacional Frank País; el vuelo ha sido fijado para las 17 horas y aún tengo todo un día por delante para ir a conocer esta ciudad. Me despierto más tarde de lo que esperaba, y en un Taxi OK realizo de nuevo el trayecto. Es una carretera muy pintoresca, con árboles frutales a ambos lados y a lo largo de ésta los vendedores muestran y pregonan su mercancía al paso de los viajeros. El conductor se ha detenido en el Parque Calixto García para recorrer esta histórica plaza y me dirijo al Museo La Periquera, a la Casa de la Cultura y la Casa de la Trova. Tomo varias fotos de esta ciudad, nombrada la Ciudad de los Parques. En el de San José , también denominado Plaza de Iberoamérica, donde está la Iglesia del mismo nombre, grabo en mi cámara su cúpula de bronce que brilla al sol todo el día, así como una vista de la Loma de la Cruz. De paso hacia el Parque Calixto García me detengo en la Casa del Fondo de Bienes Culturales y la Casa de Artex, ambas en calle Frexes, con el propósito de adquirir algún objeto típico de la zona; selecciono algunos de magnífica factura artesanal y de menor peso, y dos camisetas, una con la efigie de Che y el otra con una vista de la Loma de la Cruz. Cerca de las 13:00 horas ya estaba otra vez en el hotel, apenas para un almuerzo, rehacer la maleta, liquidar en carpeta mis llamadas telefónicas y el costo del alojamiento y tomar el ómnibus que me servirá de transfer hasta el aeropuerto. Mis impresiones han sido las de haber asistido a un espectáculo único en el que he sido protagonista. En realidad, he vivido una experiencia muy especial y he rebasado mis expectativas. Al principio, me creí un iluso, un soñador. Ahora, estoy seguro de que estas vivencias quedarán grabadas por siempre en mi memoria, que han enriquecido mi espíritu y mi intelecto y que sin lugar a dudas, me harán regresar pronto a esta isla de encantos para continuar incorporándome sus esencias.