- LA OTRA HOSPITALIDAD
El primer día en Santiago de Cuba intentamos dormir bajo las estrellas en una playa junto al mar. No esperábamos que allí, en un paraje casi desierto, unos tipos nos dijeran que quedarnos sería muy peligroso. Habíamos empezado mal. Tuvimos que salir a toda prisa de la playa y buscar un sitio donde acampar. Finalmente dimos con una casa donde se sorprendieron de vernos y nos dejaron pernoctar en su patio, además de aconsejarnos que volviéramos a la ciudad.
Al otro día tampoco encontramos dónde quedarnos. Casi siempre la Universidad nos alojaba, pero en esta ocasión no había sitio. El calor y el equipaje nos tenían casi derrotados. Decidimos que tal vez lo mejor sería tirar para Santa Clara, donde tenemos amigos que nos recibirían gustosamente. De la terminal de ómnibus no salía nada, así que nos fuimos a la estación de trenes: allí tampoco había nada hasta el día siguiente. Santiago de Cuba no ofrecía esperanzas. Sin saber dónde pasar esa noche le pedimos a la custodio de la estación de trenes que nos dejara dormir allí. Al principio nos dijo que no, pero luego nos dejó entrar. Nos ofreció un sitio entre las bancas de la estación, y nos tendimos. Estuvimos hasta tarde discutiendo qué hacer y sobre cómo irnos de la ciudad. Ella cerró la estación y nosotros, agotados, cerramos los ojos con incertidumbre.
Temprano en la mañana la custodio nos despertó y nos dijo que podíamos quedarnos en su hogar. La casa donde vivía estaba apuntalada con maderos, con dos habitaciones y tres camas. Nos contó de su hijo enfermo en el hospital. Ella y su marido pasarían la noche con él, su casa era nuestra. La niña, de unos 12 años, en los siguientes días que estuvimos allí, nos mostró la ciudad, iba con nosotros a dondequiera con su risa inolvidable.
Así se cierra esta historia, en un sitio que nos deparaba el infortunio y donde encontramos en cambio, sin proponérnoslo, sin esperarlo, la nobleza pura de una familia. Nunca nos pidieron nada y a cambio les dimos nuestra gratitud y nuestro mejor sentimiento, algunas canciones, risas e historias de nuestro país. No supimos más de ellos, pero andan por aquí, entre estas líneas, en el corazón y la memoria, al sur de una isla.