El recién concluido 13 Taller Internacional de Títeres de Matanzas, Titim, trajo a Cuba, desde la hermana isla de Puerto Rico, a una artista que ha hecho del Caribe su casa y su espacio de creación de máscaras y figuras, las cuales maneja para crear y recrear mundos de brillante expresividad y aguda ironía: Déborah Hunt. Nacida y formada en Nueva Zelanda, el amor la llevó a Borinquen, después de un periplo de trabajo en Nueva York, Nuevo México y México, y pronto se convirtió en referente de un teatro visual cuyos secretos ha transmitido con generosidad.
Déborah ya nos había visitado en junio de 2004. Esta vez llegó con su obra más reciente, Cuento 53, Snowhite, estrenada para celebrar los cuarenta y cinco años de creación artística. Y en sus dos presentaciones conquistó de inmediato a los asistentes al Titim. Acompañada por la chelista y compositora Shanti Lalita, juntas construyen un mundo macabro que subvierte a la Blancanieves de los hermanos Grimm y seduce a los espectadores con la magia del teatro de objetos ligada a la actuación y a la música en vivo.
La nueva lectura proviene del texto de la escritora e ilustradora catalana Ana Juan, mucho más enfocado en las problemáticas femeninas de hoy día, contextualizada en una ciudad hostil y con enanos negociantes y nada idílicos.
Desde sus habilidades como brillante artesana de la escena, Déborah construye un retablo sui géneris. El artefacto combina diversas técnicas: teatro de papel, con imágenes que se desplazan ante nuestros ojos entre dos rodillos manuales, en narrativa expresionista a la que contribuyen los impresionantes fondos escenográficos. Los dibujos que devela están enmarcados en un retablillo con paisajes en diversas gamas de grises, con un mecanismo sacado del kamishibai japonés. También hace moverse a través de rieles a sus títeres planos, al frente. Y acompaña todo eso con carteles extremadamente sintéticos que van apareciendo de las páginas de un block en sucesión vertical. Por si fuera poco, ella misma encarna fugazmente a las tres mujeres de la historia: la niña protagonista que se convierte en joven, la madre que muere muy pronto, y la cruel madrastra, apenas auxiliada por accesorios que se cambia. Y en una pasada de un lado al otro del proscenio, con extraordinaria mímica, lentísima, resume la entrada imponente del príncipe.
Sintética ―bastan cincuenta minutos para un gran lucimiento― y a la vez muy rica en alcance expresivo, al aprovechar recursos de varias tradiciones titiriteras, es la Snowhite de Déborah Hunt. Hermosísima y estremecedora, es exponente notable de su buen hacer teatral, que sedimenta incansables búsquedas, vistió de lujo al Titim y quedó en la memoria de quienes la disfrutamos.