El libro La casa habanera. Tipología de la arquitectura doméstica en el Centro Histórico, de la Doctora Madeline Menéndez, llena un vacío editorial acerca de los –por mucho tiempo pospuestos– estudios en el campo de la arquitectura cubana, y especialmente de las obras domésticas construidas en la Isla y que conforman en gran medida el fondo urbano de las ciudades.

El volumen parte de un documentado estudio que, a lo largo de varios años, realizó la autora para su tesis doctoral de la Facultad de Arquitectura de La Habana, cuyo resultado esencial ha visto luz con esta publicación.

Experta en el campo del patrimonio construido, la investigadora indaga en las diferentes estructuras tipológico-arquitec- tónicas de la casa del centro histórico y establece una serie de familias de tipos espaciales, fruto del desarrollo de aquella “escuela criolla de construcción de casas” de la que hablaron los maestros Francisco Prat Puig y Joaquín Weiss en sus monumentales estudios pu- blicados en la primera mitad del siglo xx. Desarrollado en cuatro capítulos básicos, abarca desde el significado de los análisis tipológicos en arquitectura y del repertorio de obras domésticas que evolucionaron en cinco siglos de historia de la ciudad, pasando por exponer la tesis central mediante la definición de una estructura tipológica en el Centro Histórico La Habana Vieja, hasta culminar con un análisis de las posibilidades actuales de estas casas en cuanto a sus capacidades de adaptación a nuevas funciones urbanas, sin transformarlas dramáticamente, ya que constituyen un elemento patrimonial de indudable valor. Aporta asimismo terminologías y conceptos, un glosario arquitectónico y una bibliografía especializada que mucho orientan y esclarecen la comprensión del ensayo.

Desde que la autora afirma en el Prefacio que “la rehabilitación del Centro Histórico sería un propósito absurdo si no llevara implícita, como una prioridad, la conservación de ese dominante conjunto edificado”, refiriéndose a la arquitectura doméstica como “calificadora por excelencia de los diversos ambientes urbanos”, está alertándonos acerca de la necesidad imperiosa, no sólo de valorar, sino de actuar en el patrimonio doméstico, a la vez que se ejecutan planes de salvaguarda de los grandes monumentos religiosos, públicos o militares.

Y dentro de los instrumentos básicos que Menéndez analiza como los que son “capaces de orientar las decisiones relativas al uso futuro de las edificaciones, y el modo de asumir las intervenciones constructivas”, se encuentra la clasificación tipológica del fondo edificado, ya que es esta categorización la que permite “evitar maniobras traumáticas” y, a la larga, “costosas” a la vez que “posibilita una fidelidad superior en el respeto a los valores patrimoniales de cada uno de los inmuebles”.

No hay dudas acerca del fundamento esencial en la presentación de este minucioso estudio, o se comprende bien su evolución histórica, en un camino de adaptaciones climáticas, acceso a materiales locales, desarrollo de técnicas constructivas (importadas o vernáculas); o, con las necesidades apremiantes de “los nuevos requerimientos e intensidades […] que imponen la contemporaneidad y las difíciles circunstancias socio económicas” que nos acompañan de manera crónica, esta casa habanera, la de antes y de siempre, se verá amenazada como “raza” en extinción, sin asidero identitario para tiempos futuros.

Dicho de otro modo, se trata de una sencilla ecuación binaria: o se respeta la tradición a partir de un quehacer de varios siglos, o se corta abruptamente y se pierde para siempre la capacidad de evolución futura de nuestra “escuela criolla” de construcción para un hábitat sostenible. Creo que aquí está uno de los planteamientos centrales del libro, que se enfoca en lo espacial distributivo, analizando la variación y complejización de funciones y recintos dentro de la casa, más que en su mera expresión formal, derivada también de la tradición artesana de modelos de viviendas y su apariencia contextual.

Es una realidad inocultable, como afirma la autora, que con el impulso de los programas de recuperación del Centro Histórico incrementados desde 1994, ocurre que en ciertos casos “infelizmente […] se promueven acciones que, por la búsqueda de la rentabilidad” (y la urgencia diría yo) “algunos programas […] implican la ampliación o subdivisión de edificaciones” mucho más graves y complejos en la vivienda, por la contradicción entre la enorme demanda de espacios habitables y la falta sistemática de ofertas adecuadas, lo cual hace que cotidianamente los residentes actúen en muchos de los casos (con intervenciones) “indeseables” sobre sus inmuebles.

En la vertebración del discurso teórico del texto, la investigadora nos lega en el primer capítulo “El análisis tipológico en la arquitectura”, una aproximación sobre las primeras interpretaciones de los conceptos de “tipo” y “tipología” arquitectónicas, que buscan interesarnos en la historia y evolución de esas categorías, los cuales se remontan a los inicios del siglo xix, basados en los diferentes análisis de dos relevantes teóricos franceses: Quatremère de Quincy y Jean Nicole L. Durand.

Refiere la autora que Quincy ofrece la primera formulación “sobre la idea del tipo aplicado a la arquitectura” basado en la “relación entre la forma y la naturaleza del objeto” a la vez que señala “la importancia de no confundir el tipo con el modelo” (“algo a copiar […] o a imitar”), mientras que el tipo “constituye el elemento que le servirá de regla”. Según este autor, los arquitectos “se basan en modelos que la historia ha legitimado” que, entendido en la práctica del arte” (también el arte arquitectónico) “es un objeto que debe repetirse tal cual; el tipo, por el contrario, es un objeto a partir del cual uno puede concebir obras que no se parezcan entre sí”. Durand, el otro padre de los estudios tipológicos en la arquitectura, sin embargo, brinda “un catálogo de elementos componentes de cualquier obra arquitectónica, que acompaña con instrucciones para su uso, dirigidas a lograr composiciones convenientes y económicas”.

Menéndez plantea que si no se hubiesen aprehendido estos análisis fundacionales, poco se podría haber interpretado el pasado frente a las inmensas obras de reconstrucción de las ciudades europeas devastadas por las dos guerras mundiales, o quizás más contemporáneamente, la Carta de Venecia, de 1964, no hubiese legitimado la protección de los conjuntos urbanos, en los que la simple vivienda urbana tradicional, adquirió a partir de ese momento, el derecho a ser valorada y, consecuentemente, preservada.

Este primer capítulo pasa revista a la visión internacional sobre el tema en el siglo xx, con las ideas de Gustavo Giovanonni en la Carta del Restauro (o Carta de Atenas, de 1931), pasando por las avanzadas legislaciones francesa e italiana sobre el asunto, hasta llegar a las iniciativas italianas de los años sesenta en la salvaguarda de ciudades históricas. Por último, se evidencia la experiencia cubana en los estudios teóricos y su aplicación práctica, que concluyen con los principios y enfoques asumidos en La Habana Vieja, estudios que la autora aporta como novedad para facilitar “un manejo práctico de respuesta a la dinámica del Centro Histórico”, y con ello evitar que nuevos usos y sus consiguientes acciones constructivas de readecuación, afecten los valores patrimoniales que tiene ese repertorio de arquitectura doméstica.

En el segundo capítulo “La arquitectura doméstica de La Habana Vieja”, la autora realiza un pormenorizado estudio, con un rico aporte documental, de las casas-tipo, donde, partiendo de la intensidad parcelaria (promedio de suelo ocupado), identifica las diferentes casas que se erigieron en tipos: las llamadas casas “bajas” y casas “altas” (casi siempre unifamiliares), las multifamiliares, incluyendo ciudadelas y edificios de apartamentos, las casas de inquilinato (o de alquiler) hasta los edificios mixtos, que combinaron usos comerciales en las plantas bajas con viviendas en los altos, todas ellas aparecidas progresivamente a medida que La Habana Vieja evolucionaba en su desarrollo hacia una zona mucho más compleja de funciones centrales.

En el tercer capítulo “Estructura tipológica de la arquitectura doméstica del Centro Histórico”, a partir de un esquema de procedimiento analítico, toma entre otros elementos los siguientes, para categorizar la arquitectura doméstica de la zona antigua: el modo de uso inicial de la casa (unifamiliar, multifamiliar y mixto), el ancho de la parcela, los locales en la primera crujía en planta baja, los niveles, la posición de la escalera, los tipos de vanos y la posición y tipo de patios y traspatios. A mi juicio, el aporte verdaderamente sustancial está en la conformación de la estructura tipológica, en que los diversos esquemas, definiciones y características pormenorizadas en cada uno, deviene hallazgo sumamente útil.

El cuarto y último capítulo “Posibilidad de uso de las edificaciones” se erige en instrumento cuasi normativo para inducir un mejor aprovechamiento de los espacios interiores de casas y edificios actuales. La formulación de una tabla de usos permitidos y no permitidos por cada tipología doméstica, establece una guía insustituible para vecinos, arquitectos y planificadores, así como para autoridades de la gestión urbana, al enfrentar los diversos programas de renovación y revitalización de sectores y barrios de La Habana Vieja.

El estudio periodiza la casa habanera partiendo de la simple casa baja de zaguán con galería y patio, que se va haciendo más compleja cuando evoluciona, dado entre otros factores por el poder adquisitivo del dueño o la posición en su manzana (en esquina o medianera). Pasa luego por la casa de dos o más plantas, muchas de las cuales fueron de familias españolas y criollas acaudaladas de los siglos coloniales (las de gran prestancia llamadas solariegas), en que el numero de miembros de la familia y dotación de esclavos llevaba a construir portadas notables, galerías amplias, entresuelos, caballerizas, cuartos de almacén, plantas nobles con salones espaciosos, accesorias y en ocasiones portales (si estaban frente a plazas). Le continúan los edificios mixtos y más tarde las casas y edificios de apartamentos, tan comunes en el siglo xx.

El desarrollo de esta casa habanera (del sector antiguo intramuros) –que, en su tránsito por los siglos más allá de extramuros, fue perdiendo elementos tipológicos esenciales como patio, traspatio, zaguán, portones, colgadizos y cuartos altos, entre otros–, igualmente experimentó, no sólo un cambio de concepto de la vida intrafamiliar y social, sino fue resultado también de la especulación, los avances tecnológicos en la práctica constructiva, la copia de modelos foráneos1 y otros elementos que intervienen en lo que algunos autores denominan la “producción social del hábitat”.

Me atrevería a recomendar a los investigadores del tema, el estudio de otras casas, también habaneras, como la casa popular vernácula de la periferia, la casa burguesa ecléctica de El Vedado o la Víbora, la casa de la eclosión del Movimiento Moderno en la arquitectura cubana de los repartos del oeste y muchas más. A la vez, sería muy estimulante mirar la casa de otros contextos pertenecientes al universo Caribe que, bien sabemos, establece una relación con las culturas desarrolladas en sus bordes, lo mismo al sur de la Florida, que los asentamientos de la cuenca del Golfo de México y Centroamérica, las Antillas y el norte suramericano de Colombia y Venezuela.

En tres contextos caribeños de colonización hispana: Campeche, en México; Santo Domingo, en Dominicana, y La Pastora en Caracas, Venezuela, por ejemplo, aventuro algunas respuestas similares en sus casas tradicionales, sobre todo de los siglos xviii, xix y principios del xx.

Elementos comunes como un clima tropical húmedo, abundancia de arcilla roja y piedras calizas naturales, la madera dura de sus bosques, la procedencia de muchos de sus constructores y vecinos originarios, los modelos en que se inspiraron para levantarlas, la adaptación de las áreas de asentamientos, muchas de las técnicas y sistemas constructivos utilizados, la manera de colocar los tejados, ventanas, balcones, patios y remates de esas casas, pueden hablarnos de semejanzas más que de diferencias.

Se evidencian, sin embargo, algunas desigualdades en Campeche, donde las arcadas de piedra por lo general son más bajas que las de la casa habanera de patio central, o en Santo Domingo, donde algunas casas de cierta importancia presentan balcones mucho más volados al patio, o las casas del llamado Centro Tradicional de La Pastora, al noroeste de Caracas, que tiene la particularidad de desarrollarse sobre una topografía sumamente accidentada surcada por varias quebradas, y cuyos sencillos ingresos presentan un corto pasillo con doble puerta que las hacen más seguras.

La llegada de esta pequeña joya sobre la vivienda habanera (Premio de la Crítica 2009), constituye un éxito editorial de Boloña, sello que se ha propuesto desde su fundación, apoyar con sus publicaciones la enorme obra revitalizadora de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, continuadora de aquella oficina de Emilito Roig, en que, de 1938 a 1958, vieran la luz tantos libros, artículos periodísticos y compilaciones de la historia habanera, sus tradiciones y costumbres. El Plan Maestro, mediante su Colección Arcos, ha hecho posible la publicación de este estudio, que ha contado con una cuidadosa edición y un agradable diseño y compilación digital.

La casa habanera, o más específicamente, la casa de la vieja y colonial Habana que creció junto a la bahía de Carenas hace ya 490 años, ha merecido esta vez una mirada científica, fruto de la madurez y dedicación de su autora, que nos lega una página sustancial en los estudios de la arquitectura cubana, y que seguramente tendrá su continuidad en nuevas generaciones de estudiosos de la cultura material de Cuba.

Madeline Menéndez: La casa habanera. Tipología de la arquitectura doméstica en el Centro Histórico, Colección Arcos, Ediciones Boloña, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 2007.