Rodrigo Moya es mexicano y nació en 1934. A los setenta y cinco años de una intensa vida durante la cual ha practicado múltiples oficios y se ha nutrido de innumerables experiencias, el arte y el oficio que han quedado más sedimentados en él son el de la fotografía y el del fotógrafo.

A finales de junio de 2009 se inauguró en el Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, su exposición fotográfica Cuba mía. La muestra se exhibió a lo largo de un mes en uno de los espacios privilegiados de las artes plásticas caribeñas.

Con el auspicio de un grupo de patrocinadores mexicanos, españoles y cubanos, entre los que sobresalen la Secretaría de Relaciones Exteriores del hermano país azteca, la Casa América Cataluña (donde la muestra se había expuesto con anterioridad) y el Ministerio de Cultura cubano, esta iniciativa hizo justicia, por un lado, al vínculo de más de cuatro décadas del artista con la mayor de las Antillas y, por otro, propició un acercamiento a una significativa zona de la amplia y muy valiosa obra del veterano y apasionado creador que es Moya, quien definió Cuba mía como un “hallazgo o descubrimiento inmerso en un puro trabajo documental, pero también en una acción ideológica y sentimental, admitiendo que el sentimentalismo y la ideología, negados por los fotógrafos más avezados como factores selectivos de la imagen, en mi caso son los componentes que eligen los sujetos y las circunstancias que la cámara busca retener”.

Hace cuarenta y cinco años viajó Rodrigo Moya por primera vez a Cuba, acompañado del escritor Froylán Manjarrez y el caricaturista Rius, con la intención de hacer un libro a tres manos sobre la situación de la Isla y su revolución, y durante cuatro semanas tomó fotos de carácter periodístico que debían formar parte de ese libro que por diferentes razones nunca tomó cuerpo. Sin embargo, como bien apunta el artista: “las emociones que en aquel verano me impactaron día tras día, de alguna manera se filtraron desde los circuitos neuronales de mi mirada, a las tramas argénticas de la película en mi cámara”.

Esas intensas semanas de estancia en la Isla lo marcaron no sólo como hombre de la cultura, sino también ideológica y sentimentalmente, hasta imprimirle total organicidad a su relación con la revolución cubana y el pueblo que la protagonizaba. En sus palabras al catálogo, Margarita Ruiz, una de las prin- cipales promotoras del evento, sintetiza así el balance de este recorrido visual:

Su cámara creó una iconografía impactante por su ánimo afín y un enfoque del mejor realismo romántico que, 45 años después, regresa a esta Cuba suya en el 50 del triunfo de la Revolución.

En sus fotos […] vemos la cuidada y espontánea composición y el registro de actitudes y gestos que sitúan la imagen entre la precisión del documento y la aprehensión de la poesía contenida en la realidad que observa.

Las imágenes que tuvimos la oportunidad de contemplar en esta exposición no son más que una de las muchas facetas de una obra que ha sido certeramente antologada en el libro Rodrigo Moya: foto insurrecta. Carlos Montemayor, escritor reconocido por su lucidez y vocación humanitaria, es el autor del prólogo que titula con justicia: “Romper los cercos del silencio”, afirmación que sintetiza la vocación declarada del protagonista de otorgar voz, a través de la visibilidad, a los olvidados y silenciados de siempre.

Rodrigo, mal estudiante de ingeniería, explorador de selvas y montañas, buzo, editor, narrador y fotógrafo (deportes y oficios que se conocen como de “alto riesgo”, sobre todo el de “mal estudiante”) es, como bien lo define Montemayor, “un personaje de novela”. Entre los años 1955 y 1968 trabajó como reportero gráfico en medios tan importantes como las revistas Sucesos…, Siempre e Impacto, entre otros.

Ya sea en la Sierra de Chihuahua, como en las selvas de Venezuela y Guatemala, o en las calles del D.F. mexicano o de La Habana, la voluntad de eterno descubridor con mirada de artista ha dominado su empeño de perpetuar todo aquello que moviliza su ojo y su conciencia de creador, no importa cuán olvidado o intrincado esté el objetivo. Al decir de Montemayor:

Esa búsqueda de la realidad negada o desvirtuada, sólo podía nacer de la pasión por la vida humana, de la pasión por la lucha humana y la esperanza que supone […] por esta vocación que impulsó durante tantos años la vida interior y profesional de Rodrigo Moya se comprende más a fondo la condición humana. Durante casi tres lustros Rodrigo ejerció de forma vertiginosa la profesión de fotorreportero, y sólo en tiempos más recientes retomó su vocación de fotógrafo, muy ocasionalmente y entre amigos, pero sobre todo en la ardua labor de recuperar los miles y miles de referentes de su memoria gráfica. Las últimas cuatro décadas han transcurrido en retiro voluntario de la profesión, de ahí que el propio Rodrigo llegara a autodefinirse como “un rotundo cero en conducta fotográfica”. En la actualidad trabaja en la catalogación y reorganización de ese archivo fotográfico y documental, y escribe nuevos textos literarios.

Después de un largo período, unas pocas imágenes de su abundante obra –negativos desempolvados que han sobrevivido al anonimato– han aparecido en las páginas de recientes ediciones del diario mexicano La Jornada, asociadas a alguna recapitulación histórica o crónica de su autoría. La muerte de la heroína cubana Vilma Espín, un aniversario del Che, el cumpleaños de Gabriel García Márquez, o la memoria de la incombustible actriz Meche Carreño, han sido motivos para que el lector de hoy conozca o reconozca al fotógrafo de hace medio siglo.

Rodrigo, según uno de los seguidores de su obra Alfonso Morales Carrillo, se reencuentra con esas imágenes por tanto tiempo y tan celosamente guardadas, y las retoma en los inicios del tercer milenio desde su actual residencia en Cuernavaca, y en esta empresa le asiste el apoyo de amigos y colegas entusiastas, entre los que sobresale su compañera Susan Flaherty, devenidos todos curadores y divulgadores en este “regreso del fotógrafo pródigo”.

Cazador de la luz impresa Entre sus fotos antológicas –reclutado expresamente para la ocasión por la crítica Raquel Tibol–, se encuentra una inolvidable que testimonia la aparente conciliación entre dos de los grandes de la pintura latinoamericana, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, ya muy cercano el primero a su fallecimiento. Ambos gigantes del muralismo mexicano no pueden escapar al ojo escrutador del lente que, detrás del ilusorio sosiego del reencuentro, delata la larga y enconada rivalidad que aún en circunstancias tan dramáticas y terminales los seguía separando.

Fotoperiodista de raza, Moya nos brinda una amplia galería, en lo social, político y cultural, del acontecer nacional mexicano de los años cincuenta y sesenta, con las luces propias de un aparente esplendor, pero también con las sombras de la realidad de una sociedad profundamente desigual.

Siendo yo adolescente cayeron en mis manos varios números de la revista mexicana Sucesos para todos, en los cuales, ávido de información sobre Venezuela, mi tierra de origen, me identifiqué con un extenso reportaje sobre la guerrilla, publicado en varias partes. Las fotos que lo acompañaban aún están frescas en mi memoria. Varias décadas después, y a casi quince años de amistad con Rodrigo, descubrí que él era el autor de las imágenes tomadas en la Sierra de Falcón que tanto me impactaron en la primera adolescencia.

Su serie de diez y nueve fotografías a Ernesto Che Guevara, realizada a inicios de agosto de 1964 en la Sala de Juntas del Banco Central de Cuba, es un momento culminante en su búsqueda incansable de los protagonistas de la noticia. La naturalidad, el desenfado, la humanidad que nos trasmite, constituyen aciertos artísticos de la emblemática secuencia.

En la etapa final de su actuación como fotógrafo se produce un vínculo con las artes escénicas, la moda, y el entorno ciudadano y sus costumbres, que lo conducen hacia una fotografía más experimental, más de estudio, en la que, desde la madurez y la perfección del oficio, nos trasmite con mayor elaboración el espíritu de la época.

Morales Carrillo señala al respecto:

[…] fotografiar como lo ha entendido Rodrigo Moya no es sólo registrar sino también construir ámbitos, posibilitar el encuentro con realidades desconocidas o apenas entrevistas, a pesar de estar a la vuelta de la esquina o a las puertas de una fábrica. Me parece, por lo mismo, que la vocación democrática de su fotografía no está en sus imágenes explícitamente insurgentes ni en las cargadas con las tintas de la denuncia social […] la insurrección, sin duda un impulso definitorio de la personalidad y la trayectoria de Rodrigo Moya, califica sólo una parte de su obra fotográfica, que también fue abrazo, celebración, feliz destello de las formas. Este libro, bellamente diseñado e impreso, da fe de ese impresionante repertorio de imágenes –o de lo que de él ha sobrevivido con el paso del tiempo y sus avatares– que constituye, además de testimonio de época, reflejo de la sensibilidad humana y artística del autor. Este libro es, a la vez, relato y memoria de una vida comprometida con su época y devuelta, a sus lectores de estos tiempos, como una obra de arte verdadero.

Aquí vamos descubriendo, a través de ensayos fotográficos y recopilaciones de rostros y personajes de distintos estratos de la sociedad mexicana, la perspectiva de Moya ante la realidad que le tocó vivir siendo joven, y su relación con el periodismo de la época.

La capacidad que tiene la fotografía de perpetuar y reinterpretar los sucesos de la realidad, se manifiesta en el quehacer del fotorreportero que fue Moya, mediante una fotografía que se erige en testimonio y, a la vez, en arte. Ya sea reflejando un evento social, un acontecimiento donde el colectivo humano o el suceso histórico plasman la dinámica de un momento irrepetible; ya sea el rostro de un individuo puesto a merced de la voluntad del artista, o la expectativa de un paisaje que espera por el ojo avizor de la cámara.

Rodrigo Moya, desde su formación primera, ha mirado con vocación de explorador, tanto a la naturaleza y al ser humano, como al tejido urbano y a sí mismo. Por eso ha sido buzo y escritor, viajero y editor, fotógrafo y hombre de izquierda, cazador de imágenes y noticias, y gestor durante más de veinte años de una revista especializada en biología marina (“Me fui al mar. Me salvó el mar”, diría alguna vez), tratando de poner al descubierto siempre, desde su ética profesional, todo aquello que apunte hacia el mejoramiento humano, porque para él sigue siendo válida en la práctica la máxima favorita de Carlos Marx: “Nada humano me es ajeno”.

Rodrigo Moya: foto insurrecta, Ediciones El Milagro, México, 2004.