- Un paseo por los museos de Bilbao
Actualmente la ciudad de Bilbao es uno de los epicentros artísticos más influyentes del Estado español, principalmente desde que se inauguró en 1997 el Museo Guggenheim, que, junto con el Museo de Bellas Artes, forman el binomio museístico más importante de la capital vizcaína. Ambas instituciones se encuentran muy cerca, solo separadas por unos jardines y situadas al lado mismo de la ría del Nervión. Tuve ocasión de visitar la ciudad a finales de diciembre; quería contemplar algunas de las recientes exposiciones que ofrecían ambos museos. Se trataba de las muestras Arcimboldo. Las floras y la primavera y Eduardo Arroyo. Le retour des croisades, en el Museo de Bellas Artes, y David Hockney. Ochenta y dos retratos y un bodegón, en el Museo Guggenheim.
Arcimboldo. Las floras y la primavera
En primer lugar, me referiré a la muestra del pintor milanés Giusseppe Arcimboldo (1526-1593), de la que solamente se exhiben tres obras y que se encuentran en colecciones españolas, siendo la primera vez que se pueden ver todas juntas. Arcimboldo se formó en el taller de su padre Biaggio, quien trabajó en el Duomo de Milán como maestro vidriero, y de su tío Ambrogio, ambos pintores. De joven trabajó en la catedral de Como realizando una serie de tapices, cuyas cenefas permiten observar una cierta ornamentación manierista.
Una de las principales aportaciones del pintor al mundo del arte consiste en la singularidad de representar figuras humanas o alegóricas a través de la incorporación de multitud de objetos, frutos, flores, conchas y animales en los retratos. Estos retratos o cabezas compuestas son las denominadas «teste composte». Su redescubrimiento como artista de referencia proviene del interés que generó en los pintores surrealistas, entre ellos Salvador Dalí.
La exposición consta de una quincena de pinturas, aunque solo haya tres óleos sobre tabla originales de Arcimboldo: La primavera (1563), Flora (1589) y Flora meretrix (1590). También hay dos copias contemporáneas: El otoño y El invierno. El resto son los retratos Felipe II y El emperador Maximiliano II, de Antonio Moro, y Rodolfo II, emperador de Austria y El archiduque Ernesto de Austria, de Alonso Sánchez Coello. Los otros cinco cuadros que cierran la exposición tratan el tema floral y forman parte de los fondos del museo bilbaíno. Asimismo, se exhiben diversos tratados de iconografía artística y botánica que sirven al espectador para valorar el conocimiento que tenía el artista sobre el mundo de las plantas.
En Flora, el pintor representa la figura mitológica de la esposa de Céfiro, dios del viento, y en Flora meretrix a una legendaria prostituta romana. En ambos se perciben un gran número de flores; concretamente, en Flora meretrix aparecen cuarenta y cuatro flores y ocho insectos repartidos entre la cabeza y el ropaje. La piel de Flora también está llena de elementos vegetales como si tuviera la piel escamada. Podríamos asegurar que se trata de bodegones humanos. Cada una de sus creaciones es un estudio de la naturaleza, tanto cuando pinta las alegorías de las Cuatro estaciones como los Cuatro elementos, donde distintos vegetales ocupan toda la cabeza y parte del cuerpo del personaje representado.
Eduardo Arroyo.
Le retour des croisades
Esta exposición de Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) ocupa varias salas del museo. Se trata de una muestra amplia con más de cuarenta piezas, entre pintura, dibujo y escultura, con una técnica muy singular, aunque también aparecen collages a partir de fotografías. Algunas de las obras son de gran tamaño, y recogen el trabajo realizado en el transcurso del presente siglo. Arroyo está considerado uno de los precursores del arte pop español, de la neofiguración, dentro de una óptica muy original en la que reinterpreta aspectos que podríamos considerar tópicos dentro de la sociedad española en clave de humor e ironía, aunque hoy día parece alejado de estas ideas, dirigiéndose más bien hacía un determinado conservadurismo.
De formación periodista, también ejerce como escritor, dibujante, ilustrador, cartelista, grabador y escenógrafo. Estuvo exiliado en Francia durante el período 1958-1976. En 1982 realizó una retrospectiva en el Museo Pompidou de París, y en el mismo año recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, que sirvió para compensar el olvido de las instituciones durante los veinte años que vivió fuera del país, cuando sufrió la represalia del gobierno franquista. En 2002 se le otorgó la Medalla al Mérito de las Bellas Artes. En 1998, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid le dedicó una muestra antológica con motivo de sus cuarenta años como artista. Arroyo ya había expuesto en el Museo de BBAA de Bilbao en 1999, siendo el comisario de la muestra el actual director, Miguel Zugaza, quien señaló que «Arroyo reúne a su parnaso».
Respecto a la exposición, aparece una pintura del artista vasco Ignacio Zuloaga (1870-1945), famoso por sus escenas taurinas, costumbristas y retratos naturalistas, donde predominan las tonalidades oscuras, principalmente el negro. Se trata de la obra La víctima de la fiesta, de 1910, que forma parte del museo bilbaíno, aunque está cedida en depósito por la Hispanic Society de Nueva York desde hace diez años. Se exhibe junto con otra de Arroyo, titulada Regreso de las cruzadas (2017), que da nombre a la exposición. En ella se ve a un picador montado en un caballo herido. Arroyo se obsesionó durante un tiempo con el cuadro de Zuloaga y empezó «…a pedir fotografías de manera compulsiva».
Asimismo, merecen destacarse sus autorretratos, todos ellos pertenecientes a 2011, siempre vestido con americana, corbata y sombrero. La figura de personajes literarios como el óleo Don Juan Tenorio (2010) o las esculturas de bronce y hierro Doña Inés (2007) y de piedra, cerámica y plomo Frida Kahlo/Don Juan Tenorio (2015), son un homenaje al mundo de las letras, concretamente a la obra dramático-religiosa de José Zorrilla, aunque Arroyo la presente en clave de humor.
Otros personajes, tanto reales como ficticios que aparecen en la muestra son: Dante Alighieri, Cyrano de Bergerac, James Joyce, Van Gogh y Orson Welles, entre otros. Los homenajes relacionados con la historia de la pintura también están presentes como, por ejemplo, La lucha de Jacob y el ángel, basándose en un mural de Eugene Delacroix que se encuentra en la iglesia parisina de Saint-Sulpice, o el conjunto de obras Cordero místico, creado a tamaño natural, que evoca al políptico de los hermanos Van Eyck de la ciudad belga de Gante.
David Hockney.
Ochenta y dos retratos y un bodegón
En 2012 el Museo Guggenheim de Bilbao ya mostró una exposición del artista británico David Hockney (Bradford, Inglaterra, 1937), considerado uno de los máximos exponentes del pop-art europeo. En aquella ocasión se exhibieron un gran número de paisajes, tema que le ha hecho famoso, principalmente por mostrar escenas de piscinas e interiores, con gente nadando o conversando relajadamente. Ahora, el público se encuentra delante de ochenta y dos retratos, todos ellos del mismo tamaño, que fueron pintados en el trascurso de dos o tres días cada uno durante estos últimos cinco años. La circunstancia de que también se exhiba el bodegón Fruta sobre una banqueta obedece a que no se presentó el modelo el día que estaba previsto retratarlo, por lo que lo sustituyó por un bodegón. Todas las obras se han realizado en el estudio del artista, donde el modelo se sentaba en la misma silla «iluminado por la luz brillante del sur de California y con el mismo fondo de un azul intenso». Hockney las pintó en su estudio de Los Ángeles después de regresar de Yorkshire en 2012, cuando decidió abandonar la pintura después de la exposición David Hockney: una visión más amplia, precisamente en Bilbao. La comisaria de la exposición, Edith Devaney, es la responsable de proyectos de arte contemporáneo de la Royal Academy of Arts de Londres.
Cuando uno contempla la muestra, situada en una de las salas principales del museo, se siente absolutamente seducido por ella, tanto por las miradas de los personajes que parecen observarnos, como por la riqueza cromática que desprenden cada uno de los retratos. De hecho, en su conjunto, parece que el artista haya querido exhibir un enorme políptico dividido en ochenta fragmentos, aunque en realidad pintó noventa retratos y aquí solo se exponen ochenta y dos, que llenan toda la sala. Los modelos elegidos son familiares, amigos y conocidos del artista, para quien los famosos están preparados para ser fotografiados: «Yo no hago famosos; la fotografía sí. Mis famosos son mis amigos».
La personalidad y las características de cada uno de los modelos se advierten claramente en todos los personajes, subrayando su manera de ser, su forma de pensar, su manera de expresarse. En resumen, se trata de un estudio pormenorizado y sociológico del retrato desde una visión pictórica, en lugar del retrato fotográfico, aunque él también haya practicado dicha técnica. Todo ello nos induce a verlo como un homenaje al concepto de pintura-pintura, a menudo denostado por cierta crítica contemporánea. Por tanto, podríamos añadir que es una exposición que ensalza y dignifica una de las principales integrantes de las siete bellas artes.
La comisaria de la muestra, Edith Devaney, también forma parte de estos retratos, y, comentando su propia experiencia, señala: «Una vez que hubo completado mi retrato, le pregunté si creía que había captado mi personalidad. “He captado un aspecto de ti —repuso—. El primer retrato captó un aspecto diferente y, si hiciera un tercero, volvería a ser distinto”. Ello indica la profesionalidad y visión que tiene el artista respecto al momento en que se enfrenta a la obra, y lo mismo que les sucedía a los pintores a plein air, como por ejemplo, los integrantes de la Escuela de Barbizon, quienes se veían condicionados por circunstancias ambientales, caso de la luz natural, la atmósfera, el viento, la humedad, etc., a Hockney le sucede algo parecido, pero con la salvedad de que, en lugar de la naturaleza exterior, él pinta la naturaleza interior, o sea, el estado emocional del individuo».
Como es difícil enumerar aquí todos los modelos de la exposición, solamente citaré algunos que me han parecido más interesantes, como sus hermanos Helen, John y Margaret. Esta última es una enfermera jubilada a quien ha dibujado varias veces; el artista conceptual John Baldessari, el arquitecto Frank Gehry; el hijo de 12 años de la video-artista Tacita Dean Rufus Hale; la galerista Dagny Corcoran; el coleccionista Larry Gagosian; el músico francés de origen portugués Jean-Pierre Gonçalves de Lima, quien dirigió el gran estudio de Hockney en Bridlington, y al que también ayudó planificando cada sesión de los retratos; la diseñadora textil Celia Birtwell, que, junto a su exmarido, el también diseñador de moda Ossie Clark, fueron los modelos de una de sus obras más conocidas: El Sr. y la Sra. Clark y Percy (1970-71), que forma parte de la colección permanente de la Tate Modern de Londres. La mayoría de las obras que se exhiben son muy diferentes, a pesar de que todos los modelos estén sentados, pero la diversidad de la ropa que llevan puesta —americanas, corbatas, camisas, vestidos, faldas, pantalones largos y cortos, zapatos de vestir o deportivos, sombreros, etc.—, así como la forma de sentarse y cómo colocan las manos y los pies, también remarcan sus caracteres y estados de ánimo, al menos, en el instante de ser retratados.