Arte para la mente inquieta
Varias veces me he sentido impulsado a escribir sobre las exposiciones que desarrolla Galería Habana. Desde que en 2013 pisara por primera vez la galería, siempre he quedado impresionado por el alto nivel de cuanta propuesta artística acoge. Hablamos de una de las galerías cubanas más significativas, de sobrado prestigio internacional y con una riquísima historia. Por este espacio, fundado en el año 1962, han pasado las obras de fenomenales artistas cubanos como Wifredo Lam, René Portocarrero, Mariano Rodríguez y Amelia Peláez, por citar algunos ejemplos que las generaciones actuales desconocen. Consagrar una galería al más alto nivel profesional durante más de sesenta años resulta una tarea titánica. Esto ha sido posible, en gran medida, gracias al caudal de artistas de diversas generaciones que en algún momento prestigiaron y prestigian su nómina. Qué decir del tránsito por allí de Roberto Fabelo, Manuel Mendive, Carlos Garaicoa, Los Carpinteros, Roberto Diago, Yoán Capote y su hermano Iván, todos engendrados por la enseñanza artística de nuestro patio.
Faltan muchos artistas por mencionar, pero este no es el objetivo de este apresurado repaso por la historia de nuestra galería insigne. Más bien es el pretexto que he encontrado para indagar sobre la muestra Rara Avis, de Humberto Díaz. Toda una rareza, como su propio título lo indica, dentro del panorama artístico cubano. Si me preguntaran qué es lo que busco como espectador al adentrarme en el universo expositivo, la respuesta es sencilla: me interesa que el arte se transforme en una experiencia única, memorable, detonadora de diversas formas de pensamiento y, por supuesto, que no abandone el goce estético. Para ello es vital la puesta en escena. Las prácticas artísticas contemporáneas se tornan abarcadoras y despliegan su arsenal hacia la excitación sensitiva. No es solo lo puramente visual, sino también el uso de otros sentidos como el oído, el gusto, el olfato y el tacto. Sobre este aspecto puede ser cuestionable la denominación de «artes visuales», apelativo insuficiente para encerrar tamaña exigencia, pero eso queda para otro debate.
La cuestión aquí radica en lo que representa y genera la propuesta de Humberto Díaz. El artista tomó por sus fueros el espacio expositivo y con ello demostró un síntoma de su proceder y el de algunos otros artistas —un pecado sería no mencionar a Adonis Ferro y sus ametralladores Des-conciertos—comprometidos y exigentes hasta el tuétano con su realidad: el cambio de actitud del arte contemporáneo. Hace algún tiempo conversaba con José Ángel Toirac a propósito de su exposición Esto no es un tributo, en Galería Acacia y me comentaba las enseñanzas de su maestro Flavio Garciandía: «Al artista no debe bastarle con la representación de la realidad, debe encarnarla». El agudo comprometimiento de artista-obra-realidad como si fuera sangre de su sangre formaron parte de los rompimientos gestados por el arte cubano en la década de los ochenta. Poco a poco las experiencias grupales de décadas pasadas se han diluido. En la actualidad sobresale la individualidad del artista, pero donde fuego hubo cenizas quedaron. Y es que en las experiencias de Humberto Díaz tras su paso por DUPP (Desde Una Pragmática Pedagógica) junto a René Francisco o DIP (Departamento de Intervenciones Públicas), organizado por el artista Ruslán Torres, se hallan las raíces de su quehacer.
El trabajo de Humberto Díaz se sustenta en conceptos y reflexiones que involucran espectador-realidad. La diversidad de medios expresivos involucrados en sus propuestas constituye el pretexto para agredir la noción de realidad, la cual puede ser una experiencia relativa. Rara Avis se torna una megaproducción provocadora de un aluvión de sensaciones. Debemos entrar en situación, y el mejor día para esto fue el inaugural, puesto que, como ocurre en todo el circuito expositivo habanero, este es el gran día, el de mayor concurrencia a las galerías, a no ser en exiguos casos que dinamizan las acciones artísticas y conciben conversatorios y hasta clausuras. Sobre este último aspecto bien merece la pena un análisis más profundo: las exposiciones se han convertido en «exposiciones de inauguración», después se ahogan en el más profundo silencio. De vuelta al tema en cuestión, la apertura estuvo sumamente concurrida, como es de esperar de un excelente artista que recibe la correcta y necesaria promoción institucional. Allí, transitando el espacio segmentado por enormes barrotes de madera, alambrados en lo alto, se encontraba el público, encabezado por los interesados en degustar tragos gratis, y el especializado, tanto institucional como independiente (periodistas, críticos, curadores, galeristas, directivos, ¡qué maravilla!). Todos disfrutando del encierro artístico, del encontronazo con Humberto Díaz. Perdonen si peco de cansón por lo anecdótico, pero la experiencia es única y si no se cuenta poco quedará. Por los espacios entre rejas transitaron todos, algunos tropezaron, no solo entre ellos, sino con la experiencia hasta donde alcanzó su sensibilidad. Sumamente impactante fue para el autor de estas líneas penetrar el espacio expositivo y recibir un mazazo en forma de sorpresa: Galería Habana tomada e intervenida. Como le hace falta al arte cubano: más sorpresa, riesgo y sazón. El cúmulo de sensaciones comenzaron a bombardearme. Humberto propone un simulacro en toda regla. Cada espectador buscaba significados y atribuía sentidos en dependencia de su experiencia. Y ahí está el empuje del artista hacia la pluralidad perceptiva. Lo sensorial en Rara Avis constituye la fuerza motriz hacia una tesis muy importante en el proceder del artista: es imposible tener una lectura uniforme de la sociedad y del mundo en general.
Humberto Díaz es un ejemplar singular que, como a todo buen pianista, se le puede ir un acorde, pero estaba en su día. La sinfonía solo daba para el deleite. Al inicio resultaba incómoda por la sensación de encerramiento, de falta de libertad. Poco a poco el ojo se hace a la oscuridad y el rehén besa a su carcelero o lo que es lo mismo: comienzas a disfrutar la sensación de encierro y aparece el síndrome de Estocolmo. ¿A qué nos está incitando todo esto? A replantearnos las percepciones del mundo, a poner de moda el pensar en una sociedad sumergida en la cultura de la mediocridad y la banalidad. Debemos hurgar en los condicionamientos históricos que hacen a las personas, inmersas en la masa o no, ciegas a la incertidumbre.
Quisiera detenerme en dos obras de la muestra de exquisito vuelo poético. La primera se titula Piedra angular, instalación compuesta por piedra, acero y un sistema de láser modificado que atravesaba la roca suspendida en la habitación oscura. La simple búsqueda del significado de piedra angular nos remite a la base o fundamento de algo, ya sea una construcción arquitectónica o no; puede referirse a una ceremonia de iniciación usada en la francmasonería y en ritos de origen espiritual o religioso. Brotan los significados de una pieza, metáfora de lo que el arte y la cultura pueden ser para la sociedad. También de lo que significa y representa Galería Habana para el arte cubano. Ahí están los cimientos, como rocas imperceptibles que durante años han sustentado el quehacer artístico. De esa piedra forman parte, en primera instancia, los artistas, pero también otros baluartes y figuras poco ponderadas, las cuales responden al calificativo de especialistas, curadores, galeristas. Honor a quien honor merece, por ello mención inevitable para Luis Miret, el rey midas del arte cubano. Reconocido como uno de los más grandes galeristas cubanos, es hoy un mito de las buenas prácticas. Aunque no lo conocí personalmente, mucho he escuchado sobre el legendario galerista que consagró su vida al arte cubano e hizo de Galería Habana su terruño. Mención especial para otra persona continuadora del legado de Miret: Clarisa Crive.
Vaya si la confluencia de circunstancias y factores son caprichosas, en este caso para bien. Luego de escribir la mayor parte del texto, advierto la publicación de Luis Enrique Padrón en su perfil de Facebook donde reflexionaba a propósito de la pieza Black Swam de Humberto Díaz. Gracias a una de las voces críticas más talentosas y admirables conocí otro motivo de impacto de la obra: la resignificación de la columna ante la existencia de un precedente artístico. En el año 2017 esta misma columna fue intervenida por Arianna Contino y Alex Hernández como parte de la exposición Registro incompleto. La pieza bajo el título Desobediencia constituyó un site specific donde se transformó la forma cilíndrica original de la columna. De esta forma, como quien no quiere las cosas, me veo metido en este desbordamiento de emociones al conocer el hermoso gesto de Luis Enrique, de tremenda connotación histórica. ¡Que sería del arte sin estos matices y giros inesperados! Sin lugar a dudas una obra de arte así es inmortal.
Black Swam es otra intervención liberadora, de las que llega en un momento donde reina el desconcierto. La pulcra columna negra se observa fragmentada. Una enorme grieta deja escapar la luz. Tremenda apropiación del fenómeno conocido como «Cisne negro», de ahí su alusión directa a los fenómenos raros de fuerte impacto que solo somos capaces de explicar una vez acontecidos. Esto es pura terapia de shock, la cual nos deja con más preguntas que respuestas. Precisamente la exposición nos incita a dudar, a observar eso que está delante de nuestras propias narices y no somos capaces de apreciar y analizar. Nos llama a la acción y a establecer estructuras de pensamiento alejadas de visiones unívocas del mundo.
No hay inventos con Rara Avis a la hora de entender el porqué asistimos a un proceder exquisito y singular. El espacio simbólico de Galería Habana no ha hecho más que resignificarse a través de la propuesta. Se pondera el compromiso artístico con una realidad exigida, no solo del pensar, sino también del hacer.