Paco de Lucia en concierto en el Teatro Karl Marx
Paco de Lucia y su grupo en el Teatro Karl Marx

Los dedos largos, inquietos e impredecibles de Paco de Lucía, saltaron de cuerda en cuerda en busca de sonoridades desconocidas e hicieron estallar los sentimientos de más de cinco mil personas, de varias generaciones, arropadas por las lunetas del Karl Marx, el mayor teatro de Cuba.  De pie lo recibió su público, después de un cuarto de siglo sin verlo ni oírlo tocar su guitarra en un escenario local. Las luces se apagaron y apareció solitario, guitarra en mano.

Paco de Lucía llegó a La Habana invitado por Leo Brouwer. Con gusto aceptó este hombre delgado, de ademanes nerviosos, mirada aguda y casi sin sonrisas, la misiva que su amigo le cursó para que se uniera a otros grandes intérpretes del mundo en el V Festival de Música de Cámara, Evento organizado por el maestro Brouwer con recursos  personales, apoyado por entidades nacionales y extranjeras.

Retornó Paco a la calurosa Habana, acompañado de su grupo, integrado por cuatro Antonios —Flores (cantaor), Sánchez (guitarra), Serrano (armónica) y Fernández (Farru), un bailaor cuyos tacones despiertan movimientos telúricos—, por David Maldonado (cantaor), Israel Suárez (percusión) y por el bajista cubano Alain Pérez, quien se le unió hace nueve años.

Apenas bastaron unos minutos para que Paco de Lucía lograra la empatía con quienes acudieron al reencuentro. Demostró en la escena cubana la revolución que trajo al género, sin que perdiera un ápice de sus esencias,  con la entrada de inhabituales instrumentos, en especial el cajón de Perú, la armónica y el piano.

Espléndido, Paco de Lucía y su grupo interpretaron un ensamble de rumbas —entre ellas la clásica y conocida "Entre dos aguas"—, bulerías y un coqueteo con el jazz e incluso con la música popular bailable de la Isla. Para sorpresa del auditorio, Alain Pérez introdujo en el flamenco notas “sandungueras”  de la emblemática pieza "Por encima del nivel", de la orquesta Los Van Van. Un elemento ajeno a lo tradicional, pero que encajó perfectamente en el flamenco, al igual que lo hace el pop. Acomodado en su butaca, el reconocido músico Juan Formell, director de la orquesta, se veía feliz.

Dos horas duró el concierto que comenzó a la hora exacta, sin intermedio, solo interrumpido por los aplausos espontáneos de un público que sabe reconocer el magisterio del intérprete. Quizás lo más subyugante del programa fueron los solos y las improvisaciones típicas en las interpretaciones de este músico y compositor, que extrae de su guitarra sonoridades nunca escuchadas en un flamenco distinto, con raíces intactas, pero alumbrado por la contemporaneidad de la música.
 
Leo Brouwer calificó a su amigo como “la figura más descollante del flamenco después de Don Ramón Montoya, en el curso de los siglos XIX y XX. ¿Por qué?, se preguntó; pues porque es un genio creador. Ahora, “hay que hablar del flamenco después de Paco de Lucía”.

Brouwer tuvo otras elogiosas palabras —que anticiparon a la de los críticos y periodistas— acerca del nuevo contacto del guitarrista con el pueblo cubano. “Paco, aseguró, ama a Cuba, y Cuba ama a Paco”. Y, sin negar la admiración que por él siente, añadió, “Paco se siente feliz en Cuba. Él es un hombre tímido, reflexivo, no habla mucho; pero cuando te mira lanza centellas: lo hace como si en sus ojos tuviera rayos X, y es igual con todo el mundo. Y puedo hablar con entera certeza, porque es mi amigo desde hace 40 años”.

Sensaciones encontradas de añoranzas, nostalgia, melancolía y amor dejó la noche en que Paco de Lucía tocó en La Habana acompañado por las palmas y los olés de personas para él desconocidas, pero para quienes un cuarto de siglo no fue tiempo suficiente para borrarlo de la memoria.