De la serie Very, very light… And very oscuro (Un policía con Alzheimer). Ling Cheng and Borishka llegan, 2009. Óleo sobre tela.

Nací en Santa Clara un 15 de noviembre hace mil años [1955]. Quizás por eso apenas recuerdo mi infancia en Las Villas, por eso y porque viajábamos toda la Isla debido al trabajo de mi padre, hasta que en 1958 nos instalamos en La Habana. Me siento habanera, aunque me gusta decir que nací en una ciudad que ha dado mucha gente linda y talentosa». Así respondía Rocío García a mi intento por escudriñar en sus orígenes y en una infancia que intuí (equivocadamente) complicada. Todo lo contrario. «Mi infancia fue muy buena, con unos padres maravillosos y una hermana mayor que se hizo médico. Yo siempre me incliné al dibujo. Eso sí lo recuerdo. Incluso cuando me castigaban por mataperrear en chivichanas u otras diversiones que mis padres calificaban de acción peligrosa, pasaba sin resistencia al cuarto. Permanecía horas encerrada, dibujando en esa “soledad” para mí riquísima». Pone énfasis en «soledad riquísima» porque le comenté sobre un singular diccionario hecho por niños con algunas definiciones deliciosas. Agua: Transparencia que se puede beber; Paz: Cuando uno se perdona; Soledad: Tristeza que a veces le da a uno.
Desde pequeños asociamos la soledad a la tristeza. No nos educan para relacionarnos amigablemente con nosotros mismos. La soledad entraña una connotación negativa, es una marca cultural; para Rocío, sin embargo, es un estado favorable. «Quizás por eso, ya de mayor y más consciente, siento que el castigo no es una opción. Es absolutamente evitable. Hay salidas a todo, si no físicas, al menos mentales. Esa es mi tesis en la serie El regreso de Jack el castigador». De forma dialogante, mirando hacia su infancia y comentando el trasfondo de una de sus más interesantes series, deja caer un par de prendas como declaración de principios: la soledad mal asumida es un síntoma social nocivo, por una parte y por otra; su renuncia a sentirse penitente en cualquier circunstancia.
Se ha escrito bastante sobre la obra de Rocío García. Se dice con frecuencia que está marcada por el erotismo, tema bajo el cual subyace (entre otras) la idea del poder. «La lucha por el poder erotiza. La lucha puede ser sexual, social, psicológica o política (…) El ser humano tiene una vertiente erótica muy fuerte que procura reprimir a toda costa». El espacio privado donde este erotismo se desata cumple un papel fundamental, probablemente porque Rocío añade un factor desestabilizador que «convierte» el lienzo en un escenario policial de fascinante perversión.
Esta temática se despliega en sus series secuenciales, donde el espectador decodifica y completa el relato pictórico. «Quiero que mi pintura se mueva, no solo en su visualidad, sino en tu mente, crear thrillers es el pretexto. Doy pistas y eres libre de descubrir lo que quieras. Como mismo ocurre en la vida, cada cual arma su versión». Esas pistas se alojan en la iluminación cenital de sus turbias y atractivas escenas, en la mirada de sus personajes y propiamente en la elección cromática. «En esta época de seriales y juegos digitales, el tema de la violencia es más explícito, y por eso es incompleto y menos angustioso». Es cierto: lo escalofriante de la violencia es aquello que oculta. Sus vestigios concretos, por terribles que sean, son el resultado de algo ominoso que ha ocurrido antes. Esa zona velada juega un rol en la obra de Rocío desde el propio germen de las piezas. Se habla con frecuencia del proceso de creación del artista y pocas veces advertimos que el resultado es la extensión de ese proceso: «Puedes hacer muchas peripecias con el ratón de la computadora, pero se pierde algo que yo disfruto mucho en la pintura: mi relación física con ella. Disfruto borrar con mi mano. Borrar, borrar durante horas. Me atormento y disfruto hasta encontrar lo que busco. Usar una cámara sería aburrido. Cuando llego a donde quiero, beso el lienzo. Los pintores saben de lo que hablo».
Más allá del sexo, el poder y esa falsa noción de género que históricamente nos ha hecho tanto daño, creo que el epicentro de su obra -puede que me equivoque nuevamente- surge de un pozo que es para todo un tema recurrente en forma de conflicto: el amor. «Ufff (con gesto visceral), el amor es el asesino perfecto, nunca falla». Es fascinante y hasta saludable esta forma poco edulcorada de abordar el amor. «Es el sentimiento más bello y más complejo. Se hace complejo cuando decide involucrar el deseo por el otro; esa necesidad ontológica de dominar o ser dominado… Mira (frena en seco), es complicado definir con palabras lo que percibo en imágenes ¿Cómo explico que siento azul el hecho de enamorarse? No sé, solo es así: azul.
En estos meses Rocío García está de paso por Estados Unidos. «Aproveché todo lo interesante que pasó en el Kennedy Center (que no fue poco) y como Fundarte desde Miami me había invitado el año pasado a participar en su festival «Out in the tropics», me pareció propicio hacer mi primera miniretrospectiva. La curadora fue Elvia Rosa Castro, que acaba de inagurar Secca en Carolina del Norte, otra exposición en la que también participo. Para «Out in the tropics» nos centramos en exponer una obra de cada una de las series, desde las geishas hasta esta última, de la que no quiero hablar mucho hasta que se enfríe…».
Así, dejando espacio a la intriga, como bien corresponde a Rocío García, acaba este diálogo breve, pero elocuente.