El Centro Histórico espirituano sobresale por su peculiar fisonomía urbana.
Según la doctora Alicia García Santana, Sancti Spíritus mantuvo, sin apenas modificaciones, la estructura de fundación.

Hasta su propia biógrafa, Sor María Rosa Miranda, debe haber quedado seducida con la manera tan preciosista y detallada que usara el Padre Bartolomé de las Casas en su imprescindible Historia de Indias, para relatar aquel viaje suyo a la comarca espirituana hace probablemente 505 años. 

«…y porque Diego Velázquez –escribiría el fraile– con la gente española que consigo traía, se partió del puerto de Jagua para hacer y asentar una villa de españoles en la provincia donde se pobló la que se llamó de Sancti Spíritus, y no había en toda la isla ni clérigo ni fraile después de en el poblado de Baracoa donde tenía uno, sino el dicho Bartolomé de las Casas, llegándose la Pascua de Pentecostés, acordó dejar su casa que tenía en el río Arimao, la penúltima luenga, una legua de Xagua, donde hacía sus haciendas, e ir a decirles misa y predicarles aquella Pascua».

Mientras Sor María Rosa asegura que en predios espirituanos el dominico fue recibido con calurosas frases de bienvenida, el historiador trinitario Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara, después de haber buceado más de una vez en el Archivo General de Indias, en Sevilla, niega categóricamente que De las Casas haya asistido al acto fundacional de la villa.

«Si no lo trajeron en un helicóptero, no podía estar en Sancti Spíritus», respondió Carlos Joaquín antes de morir, alegando que para entonces –entre abril y junio de 1514– y a solicitud del mismo Velázquez, el fraile cumplía el difícil encargo de apaciguar a Pánfilo de Narváez en el occidente del país, una hipótesis que, si bien no ha sido secundada por otros estudiosos, hasta donde se sabe tampoco ha sido desmentida.

Más allá de la polémica en torno a la visita del ilustre Bartolomé de las Casas, se ha podido precisar que el villorrio nacido a orillas del río Tuinucú, entre dos arroyos que luego tendrían por nombre El Fraile y Pueblo Viejo, no tardó más que unos pocos años en iniciar su repliegue hacia las márgenes del Yayabo.

Versiones folclóricas y apocalípticas sostienen que la migración se debió a una invasión de hormigas gigantes que horadaban el ombligo de los recién nacidos, pero criterios bien fundamentados hablan de causas tan diversas como conflictos entre las autoridades, búsqueda de una mejor ubicación geográfica y carencia de mano de obra para las encomiendas. 

Menguada primero por las expediciones de Fernández de Córdoba a Yucatán, en 1517, y de Hernán Cortés contra el imperio de los aztecas, en 1518, y asaltada y saqueada por piratas siglo y medio después, la villa del Yayabo, no obstante, fue multiplicando su gente y su infraestructura.

En 1680 quedó concluida la Iglesia Parroquial Mayor, símbolo arquitectónico que perdura hasta nuestros días, y en 1690 la Ermita de la Vera Cruz, también monumental para su época, ya desaparecida; hacia 1760 se creó la primera escuela de la villa; en 1831 se concluyó el puente sobre el río Yayabo; en 1839, el Teatro Principal; en 1864, el ramal ferroviario hasta Tunas de Zaza; y en 1867, después de una larga espera, por Real Orden, se le concedió a Sancti Spíritus el título de ciudad.   

 «En esta villa fue habitual construir lo nuevo sobre lo viejo, lo que dio por resultado un rico perfil de edades superpuestas que la convierte en la más «medieval» de nuestras poblaciones primitivas», escribió la doctora Alicia García Santana, experta en temas de patrimonio arquitectónico, quien considera que Sancti Spíritus mantuvo, sin que apenas se modificara, la estructura de fundación, derivada del urbanismo regular bajomedieval español.

«Tiene además, dice García Santana, las huellas del complejo proceso de integración por medio del cual quedaron enlazados dos tipos de trazados urbanos: el de la villa de los españoles, integrado por calles casi paralelas y extendidas entre la Iglesia Parroquial y la de la Caridad; y el que pudo ser el asentamiento primario de los aborígenes, el pueblo de indios, caracterizado por la irregularidad de las calles, representado por el barrio aledaño a la iglesia de Jesús de Nazareno».

Según las calas estratigráficas practicadas para determinar los colores primigenios de las instalaciones, el 80% de los edificios de época del siglo XIX y los del XVIII reconstruidos, tuvo puertas y paredes pintadas de azul, algo que los estudiosos atribuyen a una cuestión meramente económica: la producción local de añil tanto para el consumo, como para el comercio.

Representativo, pero cambiante; medieval y mediterráneo; conservador, pero inexorablemente enlazado con la modernidad, el Centro Histórico que llega hasta nuestros días, una suerte de postal a cielo abierto, resulta cada vez más admirado por nativos y forasteros, aunque a estas alturas tenga muy poco o nada que ver con aquella aldea de hace 505 años, construida con guano y yagua.