Autos Clásicos en miniatura.
Todo el que visita La Habana se queda perplejo, asombrado, al ver desfilar ante sus ojos, antiguos automóviles norteamericanos, fabricados hace más de medio siglo en las legendarias industrias de Detroit. Y no se trata precisamente de una parada de autos clásicos, conservados en algún museo, sino de vehículos en uso práctico diario, como coches de paseo o taxis. A primera vista parece un espejismo, como si de pronto uno estuviera inmerso, como un personaje más, en aquellos famosos filmes de Hollywood de la década de los años 50, con James Dean, Rock Hudson o James Stewart en los papeles protagónicos. A veces los transeúntes se quedan boquiabiertos ante el paso de un coche todavía más antiguo, pero reluciente, como pudiera ser un Ford de los años 30, salido de una película de gangsters, o ante la airosa carrera de un Willys todo terreno de la época, convertido en transporte colectivo para 12 pasajeros en un trayecto de larga distancia. La magia de esa prodigiosa colección de vehículos museables se debe al ingenio, la creatividad, la persistencia, dígase la testarudez proverbial del cubano para no dejarse vencer por las dificultades, la carencia de partes y piezas de repuesto, interrumpida tras la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales de Washington con La Habana, en 1960, y agudizada por la imposición de un bloqueo económico que tampoco deja pasar desde componentes industriales hasta un alfiler. Otro tanto ocurre con automóviles de origen europeo, como pudieran ser un Mercedes Benz diesel de la década de los años 40, o un Fiat 600 de posguerra, pero como siempre fueron menos númericamente en el universo del parque automotor cubano, también tienen menos relevancia. El empeño de mantenerlos funcioando, y si es posible brillantes como nuevos, es el mismo.
Los artífices del milagro son los mecánicos y especialistas en reconstrucción de carrocerías, chapistas les llaman los cubanos, que con sus propias manos, a martillo limpio y con mucha paciencia, reconstruyen una pieza de motor, un guardafango y lo que sea necesario. Esa dedicación tambien se ncuentra en los maestros que mantienen la centenaria industria azucarera, o muchas otras fábricas.
La eterna presencia de esos automóviles en el panorama urbano o rural ha terminado por convertirse en parte integrante del paisaje, de la vida cotidiana, al punto de trascender al quehacer artístico de escultores, pintores, fotógrafos y diseñadores, que los incorporan a sus obras de las maneras más insospechadas.
Cuba, internacionalmente reconocida como museo rodante, es el país donde mayor cantidad per cápita existe de vehículos antiguos en cotidiano uso. Esta historia comenzó a finales de 1898, cuando un entusiasta comerciante, con muy poco estudio de mercado local, se aventuró a introducir uno de los llamados carruajes sin caballos para iniciar el negocio de los automóviles en La Habana. Un fracaso que, sin embargo, motivó la vanidad de quienes conocían la existencia del novedoso invento a través del periodismo ilustrado europeo de la época. Las importaciones individuales de automóviles crearon las condiciones para el establecimiento de representantes oficiales importadores de las más prestigiosas marcas.
La aceptación fue total. Sin darnos cuenta, una cosa llevó a la otra: el desarrollo del comercio, de los oficios inherentes, del agrupamiento social, del deporte, del lenguaje y las tradiciones fueron forjando una cultura automovilística autóctona con profundos conocimientos técnicos, florecida en nuestros días por las necesidades cotidianas.
Con el objetivo de preservar parte del patrimonio automotor, la cultura y las tradiciones de los automovilistas cubanos fue creado, a mediados de la década de los años 80, el Depósito del Automóvil por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Allí el visitante puede apreciar algunos ejemplares únicos en Cuba y escasos en buena parte del mundo además de recibir asesoramiento profesional en temas de restauración de automóviles. Este museo desarrolla anualmente el evento Autos Clásicos, un espacio para el intercambio de experiencias y habilidades entre amantes del automóvil en un ambiente de cordial familiaridad. El evento motivó a algunos automovilistas a refundar el Club de Automóviles de La Habana donde sus miembros obtienen asesoramiento metodológico y un espacio para mitigar sus intereses.
La vida cultural de la institución llega a facilitar la exhibición de artistas plásticos que se han inspirado en el automóvil para realizar sus obras. Así, el artesano camagüeyano René Roque Delgado presenta actualmente una colección de servidores y humidores de habanos muy particulares porque son, al mismo tiempo, reproducciones exactas y móviles de antiguos autos que circularon en Cuba confeccionados con cientos de diminutas piezas de maderas preciosas cubanas. Toda una fiesta para los sentidos que nos lleva, además, a contemplar la reproducción, donada al Depósito por el artista, de aquel primer automóvil que en 1898 circuló por Cuba y del cual sólo se conserva una pequeñísima imagen, aparecida el año 1901 en la publicación ¨El Fígaro¨.